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cronica niños enfermosLas risas de los niños me indican que estoy en el sitio correcto. Es lo primero que escucho mientras abro la puerta del salón principal del cine Huambo de la ciudad de Guantánamo.

¿Cómo hacer reír a un niño? No puedo evitar preguntarme. Es un privilegio dedicado a afortunados. No podemos vivir sin su risa, justo como no puede vivir la Tierra sin luz.

Dentro, me encuentro a Arelis Torreblanca Hodelín, que corre de aquí para allá, presentándome a todo el mundo. "Aquella de allá es la presidenta del Club, ellas son las doctoras de las áreas de salud y, de este lado, están los niños, con su familia". En sus ojos puedo ver que, sea quien fuere el autor de esta actividad, no erró al convocarla.

Ella es miembro del Club Década Prodigiosa Nueve sobre Diez -responsable de tan grato encuentro- y quien me guía entre la multitud y me conduce hasta mi puesto por el tiempo que dure el espectáculo.

Allí conocí a Araelbia, una niña de 14 años que ama la Biología y la Geografía "como ella sola", y que me expresa, sin tapujos, su afán de convertirse en profesora cuando sea mayor.

Próximo a nosotras, en la fila delantera, está Julio Antonio, un año menor, acompañado de su abuelita Felicia y su hermanito Rodrigo. Son niños que dicen lo que piensan, y lo dicen bien. Son elocuentes y sinceros.

Todos visten de resiliencia, como un uniforme del que no deben -no pueden- desprenderse. 

Ellos, y otros, conforman los 32 pacientes oncológicos en edad pediátrica del municipio de Guantánamo. Participan en una de las muchas actividades que tratan de llenar de alegría a aquellos que sí saben querer.

Las luces enfocan el escenario y por él desfilan payasos, músicos, títeres. Las risas de los niños se mezclan con el ruido ambiente. Son la música del alma, la mejor medicina para el corazón.

¿Cuánto cuesta hacer reír a un niño? No mucho, o eso parece. El momento los hace desprenderse, por instantes, de las batallas que libran, y el mundo parece, a ratos, un lugar mejor para vivir.

"Que canten los niños que viven en paz, y aquellos que sufren dolor", entonan al unísono casi en la despedida. "Que canten por esos que no cantarán, porque han apagado su voz", y ya no hay fuerza capaz de apagar la emoción de ese momento.

Porque esta no es solo la batalla de Araelbis y Julio Antonio. No es la pelea de Felicia y de Rodrigo, ni de sus padres. No es la lucha de la doctora María del Carmen y otras, que como ella, se comprometen con el bienestar de estos infantes.

Mientras dura la canción, incluso después, es la batalla de Beatriz y de Manuel, organizadores del espacio y dirigentes del proyecto que lo auspicia. Es la pelea de Arelis, que no contiene las lágrimas. Es la lucha de los artistas que bajaron del escenario hace unos minutos, que también son padres y entienden... Y es mía también, aunque solo esté allí para escribir esta crónica.

¿Cuánto cuesta tratar a un niño enfermo? De eso pueden hablar de sobra médicos y económicos. ¿Cuánto vale hacerlos reír? La respuesta la tienen los miembros de Nueve sobre Diez, que sin saberlo, llevan en su corazón, hoy más que ayer, la gratitud pura no envenenada de los niños -como dijo el Apóstol José Martí. 

Vuelvo, entonces, a una de sus máximas, de esas que nunca pasan de moda. "Para los niños trabajamos, porque los niños son los que saben querer, porque los niños son la esperanza del mundo". Nunca, mejor dicho.