Migdalia Tamayo TéllezComenta que su carácter amable y desenfadado se lo debe a su madre. Desde el momento en que leí sobre ella y escuché su voz por teléfono, supe que aquella mujer que destilaba ternura y cierto aire de timidez, tenía mucho por contar. En diálogo con el periodista, resulta ser de porte elegante y esbelta, agradable en la voz, trato maternal y una sapiencia admirable.

Migdalia Tamayo Téllez nació en las cercanías del hospital pediátrico de Guantánamo, al suroeste de la ciudad. Su vocación por la docencia surge a temprana edad, durante la educación primaria, en la que destacó como alumna aventajada y monitora de las asignaturas más complejas.

“Yo era la más pequeña de casa. Mi madre me crió entre mis hermanos sin ningún tipo de diferencia. Yo jugaba y hacía las mismas actividades que ellos: Educación Física, deportes, el Plan Escuela al Campo…

“A pesar de lo que suelen pensar las personas por mi discapacidad en un brazo, no asistí a centros educacionales especiales. Recuerdo con cariño mi etapa de pionera. Tuve maestros que marcaron mi vida, sobre todo, la de prescolar, que también sería la de primer grado y me enseñó a leer. Ella eliminó toda diferencia entre sus alumnos. Blancos, negros, mestizos, con dinero o sin él, todos iguales. Nunca me sentí excluida durante toda mi carrera.

“Como siempre obtuve buenos resultados académicos, quise optar por el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas (IPVCE) José Maceo, pero como en ese entonces había que estar becada, mi mamá no me dejó. Fue así que entré al llamado Pre 8 y seguí destacándome en las labores estudiantiles”.

¿Cómo llega a estudiar Historia del Arte?

Primero quería estudiar Medicina. En aquellos años, para obtener una carrera tenías que someterte a una prueba de aptitud. El señor a cargo del examen me dijo que como me faltaba un brazo, yo no podía ejercer la profesión. Que no me iba a desarrollar como una buena doctora.

Para mí fue traumático, no te lo voy a negar. Imagínate que fueron mis compañeros de aula quienes me apoyaron y llenaron mi boleta de carreras. Así fue como obtuve Historia del Arte y me fui a estudiar en la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba. Fui parte de la tercera graduación de la carrera. Actualmente considero que fue lo mejor que me pudo pasar. Allí tuve una formación integral. No solo en el currículum propio, sino de manera general.

Al salir egresada, mi Servicio Social fue en el Centro provincial de Cine, como Analista de Apreciación Cinematográfica. Fui colaboradora del periódico Venceremos escribiendo reseñas sobre los nuevos estrenos y, poco a poco, fui puliendo esa capacidad crítica.

Sobre su doctorado…

Trabajé durante un tiempo en Cultura e hice la Maestría en Desarrollo Cultural Comunitario, en 2002. En ese año surge una convocatoria de mi Alma Máter para el doctorado en Estudios Sociológicos de la Cultura. Me presenté con el tema Consumo Cultural de las Artes Plásticas en Guantánamo.

Fue complejo, porque yo no tenía formación como socióloga, pero tuve que estudiar, nutrirme de las Ciencias Sociales y profundizar en el análisis de los procesos culturales. De ese estudio nace mi primer libro El silencio estridente, arte y artistas de la plástica en Guantánamo.

¿Qué cree sobre el consumo de las artes plásticas en la provincia?

No es la manifestación que actualmente goza de una vitalidad y eso tiene su explicación a la hora de la creación de los códigos, la manera en que se producen las obras y cómo se socializan. Estamos hablando del creador, instituciones mediadoras del proceso, las propias obras y el público. Todo debe confluir como un mismo proceso creativo.

Antes, con la cartelera cultural y la exposición de las obras era suficiente para que el público se acercara. Funcionaba porque el consumo no tenía una diversidad de medios por dónde canalizarlo. Ahora tenemos el Internet, existen miles de opciones y las instituciones culturales deben intensificar la diversidad de sus ofertas. Que se sepa que en esa galería está pasando algo.

Migdalia como mujer de familia

Estoy casada y actualmente no podría desear más felicidad. Soy madre de Ana Flavia y abuela de Sara Esther, mis mayores alegrías y razón de seguir dándolo todo por la cultura guantanamera.

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