Guido, en quien se funden maestría, experiencia y excelencia.Contar una historia no siempre es fácil. Algunas se escriben rápido, otras necesitan tiempo. Esta es de esas historias que requieren más que preguntas bien hechas. Requiere estar presente, observar con atención y saber esperar.
Hace unos meses llegué al periódico Venceremos a realizar las primeras prácticas laborales. El primer trabajo que debía realizar estaba dedicado a Guido José Rostgaard Beltrán, trabajador de la emisora provincial CMKS por más de 63 años. ¡A Guido!, asombrado exclamé. No dejaba de pensar en el privilegio de poder ser yo quien le realizara la entrevista y estaba seguro que marcaría un antes y un después en mi formación.
Guido no puede hablar. Una terrible enfermedad, le llevó la voz. ¿Cómo entrevistar a alguien que no puede hablar? Me lo pregunté una y otra vez los días previos. Reescribí las preguntas mil veces. Pensé si sería correcto, si yo era la persona adecuada para hacerlo. No quería ser invasivo, mucho menos parecer insensible.
Recibí el encargo con el compromiso de quien quiere hacerlo bien, pero con los nervios de quien sabe que está ante un gran reto. Guido no es cualquier nombre dentro de CMKS. Hace tres años trabajo en esa emisora, y aunque me muevo con soltura en algunos de sus pasillos, hay figuras que imponen. Guido es una de ellas.
De él conocía que llevaba décadas en la radio, era musicalizador, participó en varios proyectos, y que siempre andaba despacio, apoyado en su bastón, con una sonrisa en el rostro y recibiendo parabienes de todos. Pero más allá de eso, no sabía mucho. Necesitaba buscar más detalles. Conocer su historia.
Para mi sorpresa desde que le compartí la idea, su respuesta fue siempre positiva. No hubo evasivas, ni excusas. Coordinamos un día para llevarle las preguntas, y así lo hice. Luego, me pidió un poco de tiempo para responderlas. Acepté, con el temor de que tal vez no lo haría, que quizá había cambiado de opinión. Aunque también confiaba en su palabra, en la sinceridad que muchas personas le confiaban.
Casi una semana después, una amiga, trabajadora de la emisora, se me acercó y me entregó un papel doblado. “Mira, un amigo me dijo que te entregara esto”, afirmó ella como si supiera lo que traía en sus manos. Ese día Guido no pudo ir a la planta y había encargado que su entrega no fuera a nadie más que a mí. Ahí estaban, escritas a mano con letra clara y pausada, las respuestas completas al cuestionario.
Esa misma tarde, al llegar a casa, me detuve a leer todo lo que había puesto en el papel. Quería hacerlo en silencio, sin ninguna interrupción. Cada respuesta estaba hecha con calma. No había correcciones ni tachaduras. Me di cuenta que Guido tiene mucho que decir y no improvisa: piensa, siente, y luego escribe... Y ahora es que comienza la verdadera historia.
Desde pequeño a Guido le gustaba la música, y tal vez, eso explica su amor por la radio. Llegó al medio “a través de un sueño… casi infantil”. En 1962, siendo apenas un adolescente, comienza a hacer sus primeras incursiones. Llevaba discos de la discoteca de la casa de sus padres, y los grababa en la emisora. Muy pronto empieza a participar en actividades más concretas como la musicalización de obras y presentaciones en CMKS, donde trabajaba un grupo de actores y actrices aficionados.
Cuatro años después, se hizo profesional. Fue Hiram Bosch Sánchez, entonces director, quien lo llamó para hacer turnos en la planta repetidora de Radio Rebelde. Más adelante, esa misma tarea la desempeñó en otras plantas repetidoras como Radio Reloj, CMKC de Santiago de Cuba, Radio Liberación, y por supuesto, CMKS, la que dice siempre fue su casa.
Los años joven, cuando comenzaba a escribir su historia profesional.A lo largo de su carrera como musicalizador ha trabajado gran variedad de formatos: novelas, eventos, series dramatizadas, menciones; siendo Recuerdos del Ayer el programa que le cambió la vida. Lo llamó “el centro de mis labores, amores, intuiciones, leyendas, fracasos, romances y locuras”. Y entendí que no hablaba solo de un espacio radial. Hablaba de sí mismo.
Guido ha impartido cursos, compartiendo sus conocimientos con las nuevas generaciones. Y, como era de esperarse, recibió muchos reconocimientos, cuya enumeración evita en una muestra de gran humildad. Supe de algunos por investigación y testimonios de algunos colegas. Por ejemplo, la Medalla de la Alfabetización, menciones honoríficas por los aniversarios 80 y 85 de la radio, el Micrófono Honorífico, el Premio Guamo, una condecoración por el 40 aniversario de las FAR, y muchos otros.
En medio de tantos sonidos, hay un silencio que duele. Cuando le pregunté qué le había pasado a la voz, no usó ningún adorno en la frase. Escribió, con esa honestidad seca que conmueve más que cualquier metáfora: “Fue el cáncer. Fumar me cobró una factura muy alta. Perdí la voz, pero no las ganas de seguir” … Y ahí me detuve. Volví a leer esa última parte una y otra vez. “Pero no las ganas de seguir.”
Es difícil imaginar todo lo que representa perder la voz para alguien que ha vivido en función del sonido. Sin embargo, vuelve cada día a la misma sala de musicalización. Se sienta frente a su consola. Manipula cintas, organiza archivos sonoros, da indicaciones por escrito o señas, y escucha con detenimiento. No lo hace por costumbre. Lo hace porque cree. Porque ama.
Sabía que este sería uno de esos trabajos exigentes que te obligan a salir de la zona de confort. Fue, en muchos sentidos, escuchar sin oír. Pero también fue una lección de humanidad, y comprendo que no se trataba solo de contar su historia. Se trata también de mirarnos en ella.
“La radio es mi existencia, mi motor, mi esencia. Gracias, muchas gracias”, así se despide y con total certeza puedo decir que Guido no ha perdido la voz. Solo ha cambiado de frecuencia. Y todavía está ahí, para quien quiera sintonizarla.