La idea de que una bailarina debute en un rol interpretando solo un fragmento de la coreografía completa resulta acertada, sobre todo si se trata de un personaje de tanta exigencia técnica e interpretativa como Kitri, de Don Quijote. Gabriela Druyet asumió ese desafío con seguridad y madurez, al presentarse en el primer acto de este célebre ballet, en la temporada que el Ballet Nacional de Cuba desarrolla en la sala Avellaneda del Teatro Nacional. No solo cumplió con las expectativas: dejó entrever que puede, en el futuro cercano, ofrecer una interpretación total de altura.

El primer acto de Don Quijote funciona como una especie de compendio del personaje: alegría, coquetería, arrojo técnico, chispa... Druyet mostró dominio y control, con una ejecución limpia, porte distinguido y excelente comunicación con su pareja, el primer bailarín Ányelo Montero, quien ya ha dado muestras de solvencia en su Basilio. Pero lo más relevante ha sido la singularidad con que abordó el rol: esta Kitri no es particularmente explosiva ni desenfrenada; es elegante, serena en su desenvolvimiento, consciente de su gracia. Una lectura quizás menos habitual, pero muy sugerente.

Otro momento destacable fue el debut de la solista Laura Kamila como Mercedes, en el mismo ballet. Hay en ella una energía escénica que no pasa inadvertida. Su técnica es firme y su personalidad, arrolladora. No sería arriesgado suponer que en algún momento pueda asumir el papel de Kitri con una visión propia, quizá más temperamental y visceral, como anticipa su desempeño actual. Ambas intérpretes aportan diversidad a una compañía que necesita nutrirse de esas individualidades.

En cuanto a la estructura del programa, resulta atractiva la combinación entre el primer acto de Don Quijote —exuberante, colorido, festivo— y el segundo acto de El lago de los cisnes, paradigma del ballet blanco, elevado por el lirismo coreográfico y la desbordante partitura de Chaicovski. No obstante, el cierre se sintió algo abrupto: hubiere sido más contundente concluir con el acto final de otro clásico, que ofreciera al público ese regocijo tan esperado del virtuosismo: los célebres 32 fuettés o una apoteosis coral.

Por supuesto, hubo momentos encomiables, tanto de los solistas como de las primeras figuras del Ballet Nacional de Cuba, que mantienen su probidad y entrega. Pero el cuerpo de baile debe trabajar más en la homogeneidad y solidez interpretativa. En una compañía de tradición como esta, el conjunto debe ser tan brillante como sus protagonistas, especialmente cuando se abordan grandes títulos del repertorio clásico. En general, fue una función estimulante, que deja expectativas para lo que resta de temporada.

 

Tomado de Cubasí

Escribir un comentario


Código de seguridad
Refescar

feed-image RSS