Fidel, su principal arquitecto, resumió aquella hazaña: «Posiblemente a ninguna delegación nuestra Patria tenga que agradecerle tanto como a esta, por la batalla que libró, por los triunfos que obtuvo en los momentos más difíciles, por la dignidad que ostentó en todo momento».
Sus protagonistas principales desfilaron el 11 de junio de 1966 en la ceremonia inaugural de los X Juegos Centroamericanos y del Caribe, disputados en San Juan, Puerto Rico. Hicieron realidad del propósito de no ceder a las negativas de Estados Unidos, que se esforzó al máximo por impedirlo.
El traslado se concretó sobre el buque Cerro Pelado, una variante concebida por el Comandante en Jefe para pasar sobre la posición del imperio, y tras amenazas, vuelos rasantes y otras maniobras, la delegación llegó a tierra en barcazas y Enrique Figuerola Camué portó la bandera de la estrella solitaria en el estadio Hiram Bithorn.
Fidel había trazado la estrategia de no viajar por avión desde La Habana, sino por barco desde Santiago de Cuba, y como parte de ese plan la delegación cubrió por aire el trayecto hasta Camagüey, y de ahí en ómnibus al punto de salida. Y hubo quien lo hizo directo de última hora por tren.
Fue una travesía difícil, en un mercante acondicionado para la ocasión. Pese a mareos y vómitos, se entrenó sobre cubierta y en las bodegas, en dependencia del deporte, con la motivación adicional de saber que la nave estaba al mando de Onelio Pino Izquierdo, quien capitaneó el yate Granma con los 82 expedicionarios a bordo liderados por Fidel.
Se sabía que no iba a ser fácil entrar a Puerto Rico. El gobierno de Estados Unidos pretendía impedirlo y los enemigos de la Revolución se organizaban para apoyar esa postura, pero la declaración emitida un día antes puso en claro la decisión
Las notas lanzadas desde el avión decían: Barco Cerro Pelado su entrada en aguas territoriales de los Estados Unidos o dentro de San Juan o cualquier puerto de Puerto Rico, es prohibida, repito prohibida. Se le hace saber que la entrada resultará la confiscación del barco. Las aguas territoriales se extienden a tres millas náuticas de la costa.
El Cerro Pelado fondeó frente a las costas de San Juan, rodeado de guardacostas y sobrevolado por aviones y helicópteros de la marina estadounidense.
«Después de muchas negociaciones vinieron unos dirigentes olímpicos boricuas y nos propusieron desembarcar en el crucero Aurora. Respondimos que de los americanos no queríamos ni el agua. Todo eso provocó lo que hoy se conoce como la Declaración del Cerro Pelado, el 10 de junio», rememoró el abanderado de la representación cubana.
«El trasbordo del buque a las lanchas para participar en el desfile comenzó tres horas antes de lo previsto. Fue una odisea por lo alto del barco. Pero después de sortear las dificultades, y vestidos de blanco, desfilamos. En la ruta al estadio y ya dentro sentimos la solidaridad del pueblo boricua, que siempre nos acompañó, como la de los dominicanos, quienes sufrían por la intervención yanqui», dijo hace algunos años el vallista Lázaro Betancourt.
Los nombres de campeones del atletismo como Figuerola, Hermes Ramírez, Carmen Romero o Betancourt, del esgrimista José Antonio Díaz, el ciclista Raúl Vázquez, los baloncestistas Ruperto Herrera y Margarita Skeet o los voleibolistas Gilberto Herrera y Ayda Lominchar afloran al repasar una gesta que desde entonces ha trazado la ruta de generaciones de cubanos que orgullosamente han defendido a la Patria desde los escenarios deportivos.
Aquel acto de firmeza y valentía tuvo como colofón la conquista de 35 preseas de oro, 19 de plata y 24 bronce, cosecha que permitió a la delegación cubana ocupar el segundo lugar del medallero.
Sin embargo, nada fue más importante entonces que la convicción de que el mayor premio sería representar dignamente a la Patria y regresar con la enorme satisfacción del deber cumplido.
Y los hombres y mujeres que conformaron la delegación del Cerro Pelado, ¡cumplieron!
Tomado de JIT