Cuando en octubre pasado el director general de Facebook, Mark Zuckerberg, dijo que su compañía cambiaría de nombre a Meta, en un esfuerzo para abarcar su visión de realidad virtual, al que llamó "metaverso", no han sido pocos los que han comenzado a considerar esta nueva definición como el futuro de internet.

Según coinciden varios analistas, se trata de un espacio compartido en línea, donde se mezclan las realidades físicas y virtuales, y que, supuestamente, cambiará por completo la forma en la que trabajamos, compramos, nos comunicamos y hasta realizamos actividades de ocio.

Aunque la idea nos parecerá a muchos como sacada de una película de ciencia ficción, pues, en teoría, pasaríamos tanto tiempo interactuando en el espacio virtual que hasta tendríamos una representación visual en esa dimensión –o sea, nos expresaríamos a través de un avatar–, lo cierto es que ya gigantes multinacionales como Facebook (ahora Meta), Zara, Epic Games o Microsoft son algunas de las empresas que se han sumado a esta tendencia.

De igual forma, la compañía Apple tiene previsto para 2022 presentar su versión de dispositivo de realidad virtual, que se parecerá a unas gafas para esquiar; en tanto Microsoft ganó el año pasado un contrato por casi 22 000 millones de dólares para proporcionar al Pentágono cascos de realidad aumentada para soldados, una nueva «arma» que deberá proporcionar una mejor percepción del contexto y facilitar la toma de decisiones.

Y si tales noticias no les causan asombro o preocupación, entonces quizá lo hará conocer que el pasado 30 de noviembre un terreno fue adquirido por unos tres millones de euros en The Sandbox, una de las tantas plataformas incipientes de metaverso y que, lógicamente, solo se compone de datos.

Más allá de ese instante en que nos quedamos, como se dice, boquiabiertos, todo esto nos hace reflexionar y pensar en quiénes son los llamados pioneros, los que han empezado a ocupar espacio en este otro «universo», y cuáles son las empresas que facturan dinero real tras desarrollar proyectos inmobiliarios en esos escenarios virtuales.

Si bien la humanidad es, cada vez más, partícipe de un contexto donde no concebimos nuestras rutinas personales y productivas sin acceder a sitios web, usar dispositivos móviles y estar conectados, también es real que no todas las personas tienen ese mismo nivel de acceso y participación. La brecha digital, en vez de acortarse, se acentúa a igual ritmo con el que surgen las últimas tendencias tecnológicas.

Algo similar sucede con el internet de las cosas y la presencia de productos inteligentes para el hogar como televisores, termostatos conectados a internet, altavoces o asistentes virtuales (Siri de Apple, y Alexa de Amazon). El propósito de estos dispositivos es hacerle la vida más fácil al ser humano, y realmente lo hacen; mas, la accesibilidad vuelve aquí a ser punto de debate, una diferenciación marcada por el desarrollo de cada país y los niveles de ingreso de las personas. Además del control que puede provocar tanta conexión.

CUANDO LA DESIGUALDAD TAMBIÉN MARCA EL ACCESO A INTERNET

Según advertía a finales de 2019 la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), casi la mitad de los habitantes del planeta, cerca de 3 600 millones de personas, no tienen siquiera acceso a la red. Por su parte, el portal Internet World Stats expuso, en mayo de 2020, que en África solo el 39,3 % de sus habitantes vive conectado, frente al 87,2 % de los europeos; y es que ni la digitalización ni el acceso a las tecnologías se da por igual en todo el mundo, provocando un desequilibrio que se conoce como brecha digital y que reproduce y acentúa inequidades.

La Organización de Naciones Unidas (ONU), dentro de su hoja de ruta para la cooperación digital, alerta que las brechas digitales reflejan y amplifican las desigualdades sociales, culturales y económicas existentes.

Los datos antes enunciados ponen de manifiesto ese abismo tecnológico que separa unas naciones de otras, una realidad en la que influye, además de la accesibilidad, la alfabetización digital, o sea, el aprendizaje que nos permite hacer uso y adquirir las competencias para explotar al máximo las oportunidades que brindan las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC), y ser conscientes de los usos e influencias o propósitos de quienes las operan.

En un primer momento se atribuyó la brecha como una cuestión vinculada al subdesarrollo, como una situación que desaparecería con la popularización de la tecnología. Sin embargo, hoy sabemos que el problema es mucho más complejo y que las causas pueden ir desde el alto precio con que se comercializa un dispositivo en el mercado, hasta la falta de conocimientos sobre su uso y la insuficiente infraestructura para desplegar el acceso o la propia brecha generacional. En este último caso, nos referimos a aquellas personas que han llegado un poco más tarde al cambio y, por tanto, no han recibido ningún tipo de formación y no cuentan con la experiencia, casi innata, de los llamados nativos digitales.

Porque no se trata solo de saber encender el teléfono móvil y conectar los datos para navegar, sino de todo el potencial que hay en el buen uso de internet, que va más allá de tener una cuenta en Facebook o publicar estados de ánimo en WhatsApp.

Sin duda, estas fracturas digitales constituyen una forma de pobreza y exclusión social, pues, una parte de la población mundial se ve privada de estos recursos, y la pandemia de la covid-19 ha venido a reafirmarlo como nunca antes.

Como ha alertado el experto Ignacio Ramonet, la brecha digital aumenta y acentúa la tradicional brecha Norte-Sur, como asimismo la desigualdad entre ricos y pobres. El aceleramiento y la fiabilidad de las redes han modificado la manera de comunicarse, de estudiar, de comprar, de informarse, de distraerse, de organizarse, de cultivarse y de trabajar de una importante proporción de los habitantes del planeta. El correo electrónico y la consulta de internet colocan al ordenador en el centro de un dispositivo de intercambios (relevado por el nuevo teléfono que sirve para todo) que conmociona el universo profesional en todos los sectores de actividad. Pero esta transformación formidable beneficia sobre todo a los países más avanzados, ya beneficiarios de las revoluciones industriales precedentes, y agrava lo que se denomina «la fractura digital», ese abismo que se abre entre los bienes provistos en tecnologías de la información y los desprovistos de ellas que son mucho más numerosos.

Pero tampoco se puede desestimar que, si bien las transformaciones y avances en torno a la comunicación se han propuesto en dirección a una mayor democratización en un mundo diverso, encontramos que ciertos hechos dirigen el rumbo de las TIC en sentido opuesto, es decir, hacia una mayor concentración del poder y la amenaza que ello supone para la humanidad.

Tomado de Granma

Escribir un comentario


Código de seguridad
Refescar

feed-image RSS