El olor a cerdo asado invadió muchos espacios y la noche alcanzó a contemplar varios puercos aún en la púa. El 31 de diciembre es una fecha que llena de alegría a los barrios cubanos, pero que también esconde historias más allá de las celebraciones y fotos que muestran las redes sociales de internet.
La confusión de tantas melodías en una misma cuadra daba vida a un concierto barroco, lo mismo cantaba Diván, Bruno Mars, Van Van… cada género musical salía a competir desde una bocina diferente, al menos en una parte del sur de la ciudad de Guantánamo, aunque al cruzar la Avenida Camilo Cienfuegos en las primeras cuadras la tranquilidad burlaba el ambiente sureño y la fecha.
Una aparente calma del cuerpo de guardia del policlínico Omar Ranedo, solo alguien buscaba chequear su tensión arterial y la custodio le explicaba que uno de los médicos tramitaba un certificado de defunción; supe entonces que por ahí había llanto, dolor, ecos de vacíos en el alma.
Quién sería el motivo de la entrevista no había llegado, ni siquiera tenía idea de su nombre, pues la doctora presente no era la que recibiría allí el 2020, sino otra que tenía cara de felicidad y no lo disimulaba, tras 12 horas de trabajo durante el último día del año iba a compartir con su familia.
Sabía que debía aprovechar e ir a otro lugar y me fui. Varias cuadras de caminata y llegué. Había calma pero expectativa, algunos abuelos sentados en el comedor miraban el televisor; en el hogar de ancianos Santa Catalina alguien me miró extraño porque no es común que un periodista llegue pasada las 8 de la noche y empiece a hacer preguntas.
Omara (a la izquierda) y Dailien (a la derecha) recibieron el 2020 entre los abuelos que forman parte de su día a día.
A pesar de las miradas raras y curiosas la enfermera Dalien Francis Martínez, platicó conmigo brevemente, era su segundo fin de año trabajando, aunque en ese lugar lleva solo unos meses, pero deja allí un recuerdo peculiar, su cierre de 2019, y por si fuera poco un reportero le sacaba algunas palabras, que solo en pequeñas dosis ella regaló. En la agenda, las esencias de la plática.
Allí mismo la historia de la auxiliar Omara Romero Hernández era bien diferente a la de su compañera, más de una década de labor, y el conteo de sus 31 entre los longevos superaba cinco diciembres, con ella me enteré que hay abuelos que acostumbran desafiar el sueño, a las 12 no hay silencios, se saludan por la alegría de contar otro almanaque en sus vidas.
Casi nadie transitaba por la calle Pedro A. Pérez al filo de las 10 de la noche, una de las arterias de mayor tráfico en la ciudad, la de los apresurados pasos para alcanzar la guagua presumía atípico ambiente, un gato y un custodio en las afueras del Consejo Electoral Municipal eran una complicidad de compañía mutua, se volvieron el motivo para otro intento de conversación.
Mi carné de prensa en la mano, las palabras de convencimiento de alguien que a esa hora pasa, dice que es periodista, incluso del órgano oficial del Comité Provincial de Partido, que anda buscando historias diferentes a las de los que celebran en casa. Solo así poco a poco Bruno se relajó y la conversación fluyó, el recuerdo de su nerviosismo me hace hasta dudar del nombre.
Bruno Pérez Martínez confesaba que en más de una década como agente de seguridad y protección no era su primer 31 de guardia, con sus 64 años y a punto de jubilarse tal vez sea de los últimos. Ese día no estaba con sus hermanos para celebrar como acostumbra, lo haría el primero de enero. Se resistió a salir en la foto, le cedió el flash a la gata.
El custodio Bruno asegura que esta pequeña gata es su fiel compañía en cada guardia, junto a ella esperó el 2020.
De nuevo la visita al policlínico. La doctora Glenda García Raymond ya había entrado a su guardia, le habían advertido que algún periodista podría llegar en cualquier momento.
Con poco tiempo de graduada, se estrenaba en eso de recibir un año nuevo trabajando, no pensó que fuera tan prematuro ese estreno, aunque ya sabía lo que era trabajar en estas fechas.
Una plática amena con la joven de 24 años se volvió parte de mis últimas horas de 2019 buscando alimento para una crónica, aprovechaba la atípica tranquilidad del policlínico esa noche.
Glenda estaba lejos del festín familiar, pero esperaba el menú prometido desde casa, en la plática descubrimos personas en común. Llegaron pacientes, el flash y una esencia del momento.
Tras cada 31 de diciembre permanece la gratitud de los que quedan para celebrar el nuevo calendario y de los que tal vez no pensaron verlo; la emoción por los que llegan al mundo ese día, por los que nos acompañan; también el dolor de las despedidas, de esas que nadie espera y quiere.
En la fábrica de coronas la joven de turno esa noche prefirió no ver su nombre en estos párrafos, pero en la efímera conversación me comentó que no pocas familias han recibido enero sumidas en luto. Con siete años de labor en el lugar lo sabe, y le tocó trabajar ese día para los que de ningún modo pudieron celebrar. Por miedo a tocar en la mente el dolor ajeno hubo preguntas que no hice.
La doctora Glenda a solo dos años de graduada ya guarda entre sus recuerdos una guardia médica de fin de año.
Rumbo a casa todavía quedaba algo de curiosidad periodística, ¿qué pasaría en el hogar de ancianos a las 12? ¿Qué habrá sido de la guardia de Glenda?, tal vez ella u otro colega haya tenido que luchar porque alguien pudiera ver el 2020; quizás el primer saludo del año el custodio se lo haya dado cariñosamente al felino que lo acompañaba.