El segundo mes del año irrumpe con una palabra; hace ya tiempo algunos la definieron como el sentimiento más universal, la cargaron de significados y hoy se cuela por las puertas con regalos, alegrías compartidas, o cobra forma con nostalgias multiplicadas, con la condena de las distancias. Es 14 de febrero, día de los enamorados o del amor y la amistad, según la connotación que cada cual le da.
El amanecer se volvió cómplice de los besos, tal vez más intensos que ayer, y hay citas pactadas con la noche, conteo regresivo para las caricias. Tal vez alguien solo haya hecho un pacto con sus recuerdos en la memoria, quizás otros ahoguen en lágrimas el error que frustró los abrazos de hoy, culpable de que la cuenta no llegó a este 14.
El día también se revela en las calles con los colores de cada obsequio, con el apresurado paso de los que aún lo buscan en las tiendas, delatando el carácter también comercial de la fecha; eso por no hablar de Internet y la complicidad de postales, saludos, besos eternizados en fotos y promesas virtuales de amor.
Cara a cara las palabras, el gesto, la sonrisa, el guiño, la plática que tal vez no tenga velas por el medio, pero sí de trasfondo una historia más romántica que la de los mismísimos Romeo y Julieta de Shakespeare.
Caminan por la vida el amor, sus historias, sus agradecidos, sus irónicas víctimas, los que confían en eso de que Cupido a veces flecha con solo la primera mirada y los que no. Es un día que se teje entre la dualidad de los viejos y los nuevos recuerdos con la esperanza de que perduren los de hoy, que pueda alimentarse el próximo año junto a esa persona.
Mientras las copas chocan, los labios se unen y las pasiones se funden. En la historia descansa el sacerdote Valentín, el que nos regaló la fecha cuando desafió la orden que prohibía los matrimonios entre jóvenes, aunque pagó con su vida la irreverencia, pero hizo que febrero y el amor conspiraran a favor de una celebración.