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1 AnitaErnestina Rodríguez Piñón.Elegante y sonriente, Ernestina Rodríguez Piñón comparte recuerdos con Venceremos, en una historia que demuestra el empoderamiento de la mujer en Cuba tras el triunfo de la Revolución. Desde la sala del hogar, en la calle Martí esquina 1 Sur, en la ciudad de Guantánamo, rememora hazañas de 1961, cuando vivía en un recóndito pueblito de Maisí.

Corrían los primeros días de enero, la Federación de Mujeres Cubanas buscaba muchachas entre 14 y 17 años, para formarlas en las técnicas de corte y costura en las Escuelas para Campesinas Ana Betancourt, en La Habana. Muchos padres, patriotas y convencidos de las bondades de la Revolución daban el permiso, pero otros, permeados por tabúes y desconfianza, se negaban.

“Era una etapa donde la contrarrevolución confundía a las familias campesinas, decían qué nos llevaban para casarnos con los rusos, o para sacarnos del país y devolvernos molidas dentro de latas de carne rusa, eso atemorizó a muchos.

“Mi papá era, en la zona, de los que más sabía porque tenía aprobado el octavo grado, y convenció a muchos que estaban equivocados. Fíjese que él fue quien llevó hasta Santiago de Cuba a las jóvenes de mi pueblo, de ahí partimos hacia la capital”, enfatiza Ernestina Rodríguez.

La Habana deslumbró a la guajirita del extremo más oriental del país. Hoy parecería exageración, pero entonces jamás había visto edificaciones tan altas y mucho menos esa encumbrada muralla que protege la ciudad del mar inmenso, conocida como el malecón.

“Yo, al igual que mis compañeras, estaba asustadiza, pero fascinada con todo, tan bello, lujoso, diferente. Duchas con agua fría y caliente, cuando en medio del monte solo teníamos un cubo de agua. Las llaves, la mayoría no sabía usarlas para abrir las puertas; y los inodoros: ¡un verdadero descubrimiento!”, dice mientras sonríe recordando los primeros días en el Hotel Nacional y luego en Tarara.

Superación integral entre agujas y pedales

El inédito plan de Escuelas para Campesinas, tomó el nombre de la patriota camagüeyana Ana Betancourt —primera cubana en proclamar el derecho de la mujer—, y tuvo una matrícula de 14 mil jóvenes, entre 14 y 20 años.

El proyecto, liderado por la Federación de Mujeres Cubanas, permitió a miles de jóvenes de lugares inhóspitos del país elevar el nivel educacional y prepararlas como profesoras de corte y costura. Además, estaba la atención médica y estomatológica, garantizada durante todo el tiempo.

En la escuela aprendieron a coser, a comer, caminar, socializar, hablar correctamente; vieron por primera vez la televisión, escucharon música, y lo mejor es que era habitual el intercambio con Fidel y Vilma Espín, quienes se interesaban por cada detalle, la atención, y si las clases le resultaban de interés, entre otros aspectos.

“En una de las visitas de Vilma, a finales de abril de 1961, la directora le planteó qué estábamos tristes porque era la primera vez que íbamos a estar lejos del hogar para el Día de las Madres y ella dijo que se lo diría a Fidel. ¡Y usted puede creer que trajeron hasta la Habana a todas nuestras madres!”, exclama con satisfacción la septuagenaria.

El después de las Anitas

La experiencia de las Ana Betancourt concluyó en diciembre del propio año 1961, y sus primeras egresadas recibieron una máquina de coser con el propósito de que enseñaran las técnicas aprendidas una vez de regreso a sus respectivas comunidades.

“Fidel asistió y nos elogió. También lo hizo Vilma Espín. Era de los primeros cursos creados por la FMC, apenas meses después de su fundación, ahí comenzó a fraguarse mi vocación revolucionaria. Yo y mis compañeras luego de ese curso seguimos superándonos, algunas son médicos, otras ingenieras, educadoras de círculos infantiles y yo misma hice la licenciatura en Ciencias Sociales” agrega.

Han transcurrido 59 años. Ernestina Rodríguez Piñón conserva aún su máquina de coser, la compañera de su vida, con la cual llegó a coserle las ropas a los hermanos y cumplió el sueño de regalarle a la mamá un vestido hecho por ella.

No solo fue costurera, también trabajó como cuadro profesional de la FMC, educadora en Baracoa, y segunda secretaria de la Federación en la provincia, para demostrar que, en las mujeres, tendrá siempre la Revolución la garantía de continuidad.