Hay momentos en la vida en que uno suele sentirse impotente por no poder hacer más, por no tener los medios necesarios para sobreponerse a un problema. Hoy, cuando permanecemos en casa queriendo y buscando maneras de aportar y contribuir al fin de la expansión de la COVID- 19 hay muchos que a diario están muy, pero muy cerca batallando para que en verdad termine.
Ayer salí a aplaudir a las nueve de la noche, ya me habían contado amistades en otras latitudes que daba un placer enorme pararse en el balcón o el portal o asomarse por una ventana a hacer bulla con lo que fuera, incluso caldero en mano tocar una conga cubana en medio de España para agradecer al personal de salud.
Aquí, en Cuba, la iniciativa me parece más sentida, y no porque sea el país en donde vivo, sino porque sé que ya en otras 12 naciones del mundo hay cientos de médicos y enfermeros cubanos que dejaron atrás este suelo y a su familia para que todos nos sintamos menos impotentes mientras ellos luchan contra un virus que se propaga sin piedad.
Se sintieron a lo lejos los aplausos, incluso muchos gritos, y se apoderó de mí una adrenalina que me hizo saltar de alegría, como si hubieses salvado yo misma, con mis propias manos, la vida del muchacho villaclareño que hoy está agradecido y de alta en su casa.
Todo comenzó por las redes sociales; me pasaron la idea y la envié a otros. Muchos respondieron entusiasmados que se sumaban.
Esperé. Revisé un rato después y vi que la convocatoria se había diseminado por varios grupos de compra venta, que suelen ser los más populares por acá, me dio alegría, significaba ello que un gran número de cubanos la había visto ya.
Encendí el televisor como cada noche para ver el noticiero y en los minutos finales convocan a aplaudir a las nueve de la noche. El mensaje estaba llegando a más personas.
Cuando faltaban solo cinco minutos salgo al balcón, mientras hablo con una amiga en el chat que desde otro municipio haría lo mismo, a cuatro casas de la mía una señora me pregunta que si aplaudiré, le respondo que sí y saltamos de emoción como dos niñas que acaban de recibir un regalo.
Aun no daban las nueve y se comienzan a sentir a lo lejos los aplausos, empezamos nosotras también, aunque al principio solo somos la vecina, yo y mi amiga por el chat, en otras dos casas se abren las ventanas y se suman a la causa. Asimismo, alguien se asoma por las persianas y me mira extraño porque grito y aplaudo, mientras mi perro ladra sin cesar, las cierra.
Por unos minutos el sonido fue constante y podría afirmar que quienes salieron lo hicieron con una satisfacción inmensa; a los minutos las redes también se inundaron de varios videos y fotos. Muchos cubanos habían seguido la iniciativa para homenajear a esos grandes profesionales que hoy defienden nuestra vida, incluso sacrificando la de ellos.
Mientras aplaudía ayer, mientras escribo ahora, y creo, en el futuro seguirán viniendo a mi mente las fotos de aquellas especialistas vestidas completamente de blanco, cubiertas y con sus nombres escrito sobre el traje.
Las pienso y se me hace un nudo en la garganta al imaginarme a su familia en casa escuchando los aplausos a lo lejos.
Me reconforta pensar que alguno de los médicos, enfermeras, técnicos y todo el personal que trabaja en los hospitales se haya conectado por un momento durante su turno y haya encontrado videos de cubanos aplaudiendo, o incluso como me comentaba una amiga se hayan escuchado en los hospitales el sonido constante de una mano sobre la otra.
Hoy saldré a aplaudir de nuevo, con todas mis ganas, porque conozco de cerca del sacrificio de un médico y su entrega incondicional a los pacientes y a su profesión. Saldré, porque las manos y el cuerpo se me llenan de un orgullo que es capaz de sacarme a prisa hacia el balcón.
Porque de alguna manera aplaudir me hace sentirme menos impotente ante tanta tragedia, me hace sentir que ayudo, aunque sea dándole ánimos a quienes pelean, de verdad, contra la pandemia. Espero que hoy seamos más.