María Sosa.María Sosa tiene un siglo a cuestas. El peso de lo vivido se le nota en su andar lento y medio encorvado, también en el hablar pausado, como dando consejos. Este 13 de junio llegó a los 101 años, y los recibió con la alegría de estar rodeada de hijos, nietos, biznietos y tataranietos, que incluso en medio de la contingencia por la COVID-19 pasan y le lanzan besos de agradecimiento.
Es una mujer feliz, aunque detrás de esa sonrisa existan anécdotas dolorosas. Ella, quizás la más longeva de La Loma del Chivo, en la ciudad de Guantánamo, ha sabido sacar lo mejor de esta vida y disfrutarla, por eso celebra hoy sin arrepentimientos.
Tiene la mente casi intacta, según dicen algunos hijos, es como si conservase su propia enciclopedia del barrio. Rememora, por ejemplo, los juegos con el único hermano que tuvo, en las calles Antonio Saco entre Jesús de Sol y Prado; las caminatas por las polvorientas rutas que la llevaban a la escuela; las interminables lluvias de mayo, que llenaban todo de fango, e impedían salir, porque cualquiera quedaba atrapado en el lodazal.
Recuerda las diferencias de clase en la sociedad de la neocolonia, pues ella nació en 1919, cuando apenas existía parte de La Loma de Chivo. En calle Antonio Saco permanecían los cubanos, en Sol los haitianos, en Oriente los jamaiquinos y gallegos, además había chinos, árabes… todos divididos y sin mucho interés por compartir, más allá de los negocios.
Vivió en carne propia aquel entorno fraccionado, discriminatorio, en el que pobres, ricos, blancos, mulatos y negros, todos tenían su sitio, así lo entendían y legitimaban las familias y la comunidad de Guantánamo, entonces vista como la última porción de Cuba, casi inexistente, un territorio que prosperó por esfuerzo de sus habitantes y, sobre todo, de los inmigrantes.
¿Cómo olvidar el temor de estar en las calles cuando los marines yanquis, en días francos, se paseaban por la ciudad como si esta les perteneciera, realizando actos violentos que obligaban a cerrar herméticamente puertas y ventanas para evitar altercados indeseados? ¿Y la zona de tolerancia, la pobreza, el hambre…?
Por suerte, no solo hubo infortunios en aquel momento, aún en los pensamientos de la señora quedan reminiscencias de bailes cuando era miembro de la Sociedad Cultural de Mulatos, en la cual, al compás del danzón y de las estudiantinas, descubrió al hombre que luego la desposaría.
De los días festivos en las barriadas de los changüiceros, donde conoció al padre de Chito y Arturo Latamblet, al septeto Los caballeros, a Juaniquita Matos, madre de Elio Revé, y qué decir de los cultores de la actual Tumba Francesa Pompadur Santa Catalina de Ricci, conformada por descendientes de esclavos africanos y creada por Mamaita, una negra que amantó al hijo del santiaguero Emilio Bacardí, y quien en compensación le regaló ese local.
María conoce al detalle parte del pasado de nuestro Guantánamo y sus personajes; esos que hoy son leyenda, para ella fueron vecinos, personas con las que coincidió por azares del destino, como la famosa Juaniquita va a llover, esa pobre hija de Paula que desde niña tenía temores (o “demonios”) que más tarde le hicieron caer en desgracia incomprendida por el pueblo.
La catástrofe del ciclón Flora, la inundación que dio nombre a la calle Ahogados, la crecida del río que se llevó el antiguo Puente Negro, las retretas de las bandas de concierto en el parque José Martí, los paseos, los cines siempre activos con programación diversa de México, Argentina… todo vuelve una y otra vez a la memoria de esta guantanamera de 101 años, testimoniante de una época de la que aún quedan muchas cosas por contar.
María vivió entre dos siglos: el XX y el XXI, pero no parece tener fórmulas mágicas para alargar la existencia: quizás sea la alimentación a base de yerba mora, bacalao… o el hecho de continuar activa en la cocina o el ser independiente: ella se baña, se peina, ve televisión (la novela es su pasatiempo favorito), o será ese amor por las fiestas, en especial las de su cumpleaños, pues es casi seguro que, si pudiera, bailaría un buen danzón donde todos la vieran.