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Una mujer OnatMalay Montero Arias cree en la belleza de su empleo de compromisos, tributos y números. Es una labor casi siempre a solas, me advierte: ella con las tablas de cálculo interminables, las nuevas disposiciones que a través del tiempo perfeccionan y complejizan la cotidianidad de los trabajadores tributarios.

Es, cuenta, fundadora de la Oficina Nacional de la Administración Tributaria (Onat). “Entonces, tenía a parte de mi familia y mi casa en Guantánamo, pero trabajaba en Yateras, en el departamento de ingresos del gobierno en ese municipio de montañas, y pasé casi de oficio a esa nueva entidad, cuando surgió en 1995, porque las funciones eran idénticas”.

Allí, ocupó primero un cargo de funcionaria y luego, fue directora. “Tiempos difíciles, de viajar mucho con mi hijo pequeño a cuestas”, recuerda la licenciada en Contabilidad y Finanzas desde su oficina actual en el departamento de recaudación de la Onat provincial, muchos años después.

“Vine para Guantánamo después de tener a mi segundo hijo, luego de preparar bien a una persona que cubrió el puesto mientras estuve de licencia de maternidad y que todavía está al frente de la Oficina en Yateras, Manuel Fournier”.

Empezó en el departamento de recaudación del municipio capital, y se encontró con un trabajo enorme en comparación con sus funciones anteriores, “en pleno cobro de equipos de la Revolución Energética, imagínese”.

Asumió, a través del tiempo, varios cargos: vicedirectora municipal, vicedirectora en la provincia, directora en esa última instancia durante dos años…

“Simplemente, me atreví y me adapté a las transformaciones, y esa es la idea, el cómo debe ser un trabajador tributario, porque todos los días surgen nuevas normas, tipos impositivos, disposiciones, contribuyentes. Hay que tener la mente abierta a los cambios, que son muchos: la Onat donde comencé no se parece a la de hoy”.

Habla de cualidades de un trabajador tributario y menciona el sentido de pertenencia, hacer las cosas bien, cuando te tocan; ayudar a otros cuando la experiencia lo permite, no tener miedo a los nuevos escenarios, saber desconectarse de un tema específico para entrar en otro. De la importancia de ser muy organizado.

Es un trabajo de oficina; pero no hace falta que me diga que el aburrimiento no cabe en su silla:

“Tienes que analizar cosas todo el tiempo, leer para estar al tanto de los cambios. Es una labor dinámica y cargada. Ahora mismo, atiendo a las más de 500 personas jurídicas que existen en la provincia, incluyendo entidades presupuestadas, empresas, formas productivas...

Todo –incluso los trabajadores por cuenta propia, los artistas, los propietarios de medios de transporte…- pasa por el departamento de recaudación, pero en sus manos, y la de otros colegas, está el mayor peso de los ingresos que se ceden al presupuesto en la provincia más oriental…

“Controlo las obligaciones de las personas jurídicas, si pagan en tiempo y forma, de acuerdo a sus actividades. Es un trabajo serio y que define mucho, porque de esos tributos sale el 98 por ciento de cuanto recaudamos para el presupuesto del Estado. Los ingresos más significativos, precisa, vienen del impuesto sobre las ventas de las unidades del grupo empresarial de Comercio”.

La enorgullece lo que hace. Y así lo dice a quien quiera escucharla. “Defiendo la importancia y la belleza de nuestro trabajo, y esa pasión he logrado inculcarla a muchos jóvenes recién graduados que llegaron, escépticos, y al final, cuando pudieron irse a otros lugares, decidieron quedarse”.

Cree, además, que si las personas –no solo los contribuyentes- conocieran realmente el fin último de la Onat, serían mejores ciudadanos, entenderían mejor cómo funciona la sociedad, y se sabrían beneficiados y agradecidos.

“Porque la gente sabe que somos la Oficina Nacional de la Administración Tributaria, pero ese de, ese para qué… es mucho más grande de lo que aparenta. Somos el brazo derecho del gobierno, del país, porque no hay nación que pueda ser posible sin economía, sin presupuesto.

“Lo que recaudamos, insiste, es para todos. Es un dinero que mantiene abiertas las escuelas de nuestros hijos, las consultas médicas, que permite además uno de los fines más nobles que se pueden concebir: la asistencia social a las personas que no pueden sostenerse por ellas mismas”.

Por eso sigue en la Onat, un cuarto de siglo después de sus primeros pasos, cuando tenía apenas 22 años y la vida por delante. “Nunca me han faltado opciones, pero aquí estoy y, creo, estaré”.