El 15 de agosto del 2011, durante la misa por el aniversario 500 de la Villa de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, ante el pueblo y las máximas autoridades católicas de la Isla, Eusebio Leal declaró la Santa Cruz de la Parra como Tesoro de la Nación Cubana.Las primeras referencias sobre Eusebio, las recibí de mi mentor baracoano, Hiram Dupotey, en la Biblioteca Rubén Martínez Villena de la Universidad de la Habana. Él, que estaba al tanto de mis intenciones de regresar a la tierra natal, me emplazó: “Tendrás que batallar como él, que ya lo está haciendo por la Habana, desde su Palacio de los Capitanes Generales”.
Entonces, ya se oía su nombre por la labor incesante de salvaguardar los valores patrimoniales de la Habana Vieja. Me propuse conocerlo. Una mañana, en Obispo y Mercaderes, lo vi venir y me atreví a tenderle la mano. De él recibí una sonrisa afectuosa que guardo como grata remembranza desde 1975.
Otro de mis maestros, el antropólogo y arqueólogo, el Dr. Manuel Rivero de la Calle, del que fui discípulo en varias expediciones por Maisí y Baracoa, buscando las huellas de los descendientes de nuestros antecesores, solía hablarnos con deleite del joven apasionado que hurgaba con ardor las entrañas de la historia cubana y de su ciudad amante.
En 1989, Eusebio convidó a la Dra Raquel Carrera y a mí, a su museo insigne para disertar sobre la Cruz de Colón, investigación que realizamos, apoyado por el Dr. Roger Deschamps. Era la primera conferencia que se impartía tras comprobar la veracidad científico-histórica de la misma. Sorpresa y honor nuestro.
El 15 de agosto del 2011, como colofón, en los festejos por los 500 años de la fundación de Baracoa, declaró a la Cruz de la Parra Tesoro de la Nación Cubana.
Por esos días lo identifiqué como Patriarca. Muchos me han preguntado por qué el calificativo. Hay quienes lo interpretan como gesto de reciprocidad con él, pues en un día muy especial, me bautizó como El Primado: confieso que me sentí muy feliz con el gentilicio, pero esa no fue la razón.La Cruz de la Parra presidió la misa por el medio siglo del encuentro entre dos culturas
Para nuestro país y quienes seguimos su sacerdocio de renovadores, Eusebio es Patriarca porque es el gran conductor, el guía que demuestra con su obra lo valedero de la expresión martiana: “La mejor manera de decir es hacer”.
Su motivación es el postulado de la cubanidad; es el padre de la familia de los soñadores, de quienes lidian sin cansancios; es cabeza directriz de la persistencia de lo inagotable; es Patriarca porque en él hay sol y donde esté no habrá sombras.
Ha demostrado poseer una capacidad de liderazgo preponderante en todos los ámbitos, generando pensamientos y acciones orientadas a comprender la importancia de cuidar y proteger las huellas patrimoniales que identifican a Cuba, como archipiélago distintivo.
Él es nuestro Patriarca porque es un visionario al esgrimir y profetizar que los principios y valores son el factor clave para barrer los obstáculos, enfrentarlos como gladiador de las piedras. Me recuerda a Teresa de Calcuta que en su poema Vida expresó: “La vida es un combate, acéptalo. La vida es un reto, enfréntalo”.
Es Patriarca por su autoridad, dentro de nuestra ínsula, y en los más inimaginables confines foráneos. Es, justo por su estatura de edificador sobresaliente, que ha recibido tantos galardones.
Es soldado perenne de las ideas martianas y las del gigante de la barba invencible de nuestra historia. Nos ha enseñado a reconocer en cada momento lo que cada instante demanda y cambiar lo necesario.
La palabra Patriarca la percibí, la escuche y la sentí, con antelación, en todas las partes del país que he recorrido. La recuerdo en el Santiago irredento, donde han renacido sus edificios, plazas y magna catedral.
Se la oí al maestro historiador Carlos Joaquín Zerquera y a Roberto López Bastida, Macholo, orgullosos de su torre Iznaga y sus palacetes de ventanas voladas. Me la comentó el respetable cronista agramontino Gustavo Sed, cuando transité con él las serpenteantes calles de la Ciudad de los Tinajones, tierra de Ignacio, de Joaquín, de la Avellaneda y Guillén.
Por doquier las vibraciones populares de admiración por el restaurador mayor, el compañero que lleva uniforme del corazón.
En mi peregrinaje por San Juan de los Remedios, el apasionado investigador Rafael Farto, me enseñó la casa del gran músico Alejandro García Caturla, visitamos la Parroquial de San Juan Bautista con sus retablos enchapados en oro. Él tampoco pudo prescindir de Leal en nuestras conversaciones: “Hartmann, él es un paradigma”, me dijo.
No voy a referirme a la Ciudad Maravilla. Faltan vocablos para expresar lo que se dice en la cotidianidad, por los citadinos, transeúntes temporales y visitantes de muchos países, cuando el Mago Edificador recorre sus calles empedradas, y la gente le rinde genuflexiones de cariño.
Quiero referirme a los confines montañosos inimaginables en los que su misión ha repercutido, especialmente al viaje por el río Toa que compartimos con Eusebio Leal en el año 1987.
Los taonos, en sus riberas, al ver pasar a la comitiva en la cayuca, (embarcación centenaria en la que han recorrido sus aguas, mambises, barbudos y hombres de esa tierra, y a las que ellos llaman la reina del Toa), con sus manos alzadas nos iban dando la bienvenida.
Las famosas Cuchillas del Toa, cuyas montañas son como puntas de dagas adornadas de tupida vegetación, de peculiares tonalidades de verdes, vislumbraron al convidado.
En la Amazonía del Caribe, como denominó al territorio del Toa el cuarto descubridor de Cuba, Antonio Núñez Jiménez, nos hicieron reverencias las cotorras, los tocororos, el gavilán caguarero, las exóticas orquídeas, mientras los arborescentes helechos se abanicaban para saludar.
En ese paisaje fluvial hay dos hermosuras distintivas, lo majestuoso de su biodiversidad, única de Cuba y del Caribe y la del hombre que la habita.
Al desembarcar en Naranjo del Toa ya nos esperaban. Erásido Navarro Blet, el Rey de los cayuqueros, había dado la noticia a través de su guamo. Alvarito Paján y su esposa Argelia, nonagenarios de esa comunidad, guías y consejeros de la cooperativa Julio Antonio Mella, con todas las familias, nos dieron el recibimiento del corazón.
Enseguida, las ofrendas que son orgullo de los baracoanos: el cucurucho, dulce símbolo de la Primada, el bacán centenario, el sabroso enchilado del tetí que entra por la desembocadura de los ríos cuando la luna es menguante. Toda la comunidad reflejó espontáneamente por él un gran respeto.
Un tiempo después, en mi bregar por las montañas, llevando el Museo Móvil, en una de mis visitas a la Comunidad Autóctona de la Ranchería de Manuel Tames, fui invitado a un altar de cruz (fiesta laico religiosa) por el Cacique Panchito Ramírez Rojas, descendiente de los indios del Regimiento Hatuey
En estas celebraciones, en los campamentos mambises, se les cantaba a las victorias, a los enfermos, a la bandera y a la Patria. Hoy se entona por las buenas cosechas, los nacidos, los enfermos, los logros productivos, el hijo que ha terminado sus estudios y por nuestras victorias cubanas.
En medio de la actividad, Panchito me expresa: “Dile a Don Eusebio que dedicamos a su salud este altar y que para nosotros él es El Cacique de las Ciudades”. Bonito gesto que no podía dejar de describir.
Su obra está labrada en el extraordinario potencial de las construcciones civiles domésticas, eclesiásticas y militares que ha ido cuidando con deleitación para las generaciones presentes y venideras. La práctica de sus ritos, ha sido de benefactor grandilocuente por su novia ciudad y por las hermanas primadas.
Si Noé fue el décimo y último de los súper longevos patriarcas antediluvianos - -murió a la edad de 950 y se convirtió en el hombre más añejo de la Biblia- Eusebio será para siempre un Ave Fénix, pero a diferencia del mítico pájaro que aparece cada 500 años, él concurrirá imperecedero; estará en indisolubles partes y renacerá, constantemente, con la gran gloria de su modestia.
(Fragmentos del libro Nuestro Amigo Leal, de la editorial Boloña).