Hay nerviosismo multiplicado, los lápices en las manos presumen de su afinada punta lista para cumplir recorridos sobre el papel bajo las órdenes de la mente. Todos esperan el momento de entrar el aula, la matemática les tiene varias preguntas reservadas. El encuentro cara a cara con el examen supone un desafío al conocimiento en el intento por conquistar el sueño universitario.
Un conteo regresivo para entrar dirige muchas miradas hacia los relojes. En las afueras del preuniversitario Enrique Soto Gómez incluso los profesores se contagian con la impaciencia de los estudiantes. Algunos padres tienen pactado en las afueras del lugar el encuentro con sus hijos, justo cuando se cumplan las cuatro horas establecidas para resolver la prueba.
“Éxitos”, “suerte”, “revisa bien”, “no te apures en entregar”, son frases que se mezclan en el ambiente con los mejores deseos hacia quienes en solo minutos serán retados por logaritmos, ecuaciones… la conspiración de la geometría hecha líneas y curvas sobre un papel plagado de preguntas.
Cada mente se prepara para invocar sobre la hoja fórmulas, teoremas, conceptos, operaciones… cada respuesta apelará a la alianza de las lecciones de clases con los recuerdos, al empeño de las horas de estudio, a los consejos más detallados de todos los profesores.
Poco a poco el murmullo se disipa a medida que la fila de estudiantes avanza hacia el interior del preuniversitario, mientras centenares de alumnos en la provincia también entran a otras aulas donde definirán su futuro con lo escrito sobre el papel. El silencio se vuelve cómplice de los razonamientos.
La una de la tarde marcará la hora para despedirse del examen de ingreso a la Educación Superior correspondiente a la asignatura de Matemática, anónimas las pruebas de cada alumno pasarán por el tribunal de calificación, luego tan solo una cifra cambiará el significado de muchas vidas.