No aguantó más y se derrumbó. Estrepitosamente. “Parecía un terremoto”, dirían luego testigos del desplome de una de las cúpulas de la Plaza del Mercado, como el peor recordatorio posible de que en unos días la ciudad de Guantánamo y varios de sus edificios están de aniversario.
Al margen del susto, para los vecinos y espectadores de ese sábado aciago que, no obstante, había amanecido con sol suficiente como para borrar en poco tiempo el mohoso recuerdo de más de una semana de pródigos aguaceros, el derrumbe no es, en realidad, una sorpresa.
Lo esperábamos desde hace mucho. Lo veíamos venir. Temimos por años que se nos desplomara en las cabezas cuando la Plaza del Mercado era aún el espacio de venta de viandas, vegetales, hortalizas y cárnicos más céntrico de la ciudad.
Por si quedaban dudas, lo corroboramos un par de años atrás, cuando por decisiones locales se clausuró la actividad comercial con la idea de restaurar lo necesario en el emblemático edificio, inaugurado a inicios de la década del 20 del siglo pasado, con planos de José Lecticio Salcines, y acabados del maestro de obras y escultor español José María Cantalapiedra.
Entonces, nos permitimos la esperanza. El proyecto relucía en los gráficos computarizados, con sus estanterías nuevas, sus pequeños almacenes para comodidad de los cuentapropistas, los bulevares, los puestos para empresas, las luminarias, las celosías a juego con las que ya marcaban el espíritu del inmueble.
Desde entonces, la restauración de las cúpulas era lo más complejo. Se concibieron armazones para detener las grietas por donde, insolente, se colaba el sol de cada día. Se dividieron los espacios en cuatro, y se avanzaba en algunos objetos de obra, en el lustre de la fachada, en las áreas interiores.
Un reportaje de Venceremos, en junio del 2018, aseguraba que la reparación de la obra, “cuyo costo se estima en 2 millones 500 mil pesos”, y en la que trabajan 45 obreros de la Empresa Provincial de la Construcción, Epcons, marcha con la premisa de “preservar los elementos arquitectónicos y mantener su misión original”.
Para entonces, los proyectistas discutían la mejor solución técnica para detener el deterioro de las cúpulas de la Plaza del Mercado y, a decir de los responsables a pie de obra, se dispone “del personal capacitado y los materiales necesarios para cumplir las etapas constructivas” iniciadas en febrero del propio año.
Es sábado. Precisamente 14 de noviembre de este año que parece no querer terminar de darnos malas nuevas. Casi cae la tarde, cuando algo en la copa de la intersección de Los Maceo y Prado termina de fracturarse, y los pedazos que pensamos incólumes a la gravedad -como si solo la belleza fuera suficiente- se vienen abajo; por suerte, solo al suelo.
Me lo cuentan, pero si no paso no creo. Menos de 48 horas antes, en un espacio que promueve la librería Asdrúbal López, el máster en Estudios Cubanos y del Caribe, Ladislao Guerra, investigador acucioso de los orígenes y desarrollo de Guantánamo, advertía que la historia eran también los edificios…
“Y quiero aprovechar, que estamos en este espacio, para llamar la atención sobre la necesidad de investigar más sobre la historia de nuestra ciudad, pero también de cuidar ese legado arquitectónico que hoy vemos en peligro, como el propio Palacio Salcines, la Plaza del Mercado…”, vaticinó, más por buen observador que por algún arte adivinatorio.
Es domingo y veo. Regreso a mi casa, y me siento ante la computadora a escribir esto que no es un panegírico, que no es paño de lágrimas ni la autopsia infeliz de un derrumbe anunciado, sino una alerta cuando todavía estamos a tiempo.
Porque se habrá caído una cúpula, pero la Plaza sigue aquí, y los guantanameros que amamos y queremos preservar la historia de nuestra ciudad, también.