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DSC 0008Alejandro Javier Sánchez García, el más joven médico en la primera zona con restricción de movimiento tras la reaparición de casos de COVID-19 en Guantánamo.La COVID-19 no creyó en el horario, comenzó por robarle el sueño a Alejandro Javier Sánchez García. Tras aquella llamada telefónica estaba la orden hecha un reto y también el peligro, pero cuando se apuesta por la medicina, no se puede tener miedo a la posibilidad de rozar un virus, ni verle el rostro a una pandemia, él lo sabe y le bastó poco tiempo para estar en el centro del conflicto.

Se convertía en el más joven médico en aquel cuadrante del suroeste de la ciudad cuando el SARS-CoV-2, luego de más de cien días sin “visitar” Guantánamo, volvía a colarse en la más oriental provincia cubana.

Una madre y su hija de un año acababan de ser diagnosticadas con el virus a pocos días de llegar de Texas, Estados Unidos, ambas pertenecían al área del consultorio en el que desde octubre labora Sánchez García, quien entre el frío de la madrugada recibía el primer día de noviembre tratando de ganarle la carrera al virus y su potencial poder expansivo.

“Cuando llego a la zona ya los dos casos positivos no estaban, iban rumbo a Santiago de Cuba para ingresar, se fumigaba la vivienda de ambas y comenzamos la encuesta epidemiológica para determinar los contactos directos, que fueron doce, inmediatamente se cerró el área para evitar posibilidades de contagio”, son de los primeros recuerdos que el galeno le arranca a la memoria y trae a la entrevista.

Entre los límites

A solo cuatro meses de graduado el joven médico estaba cara a cara al peligro pandémico, aunque dotado previamente del conocimiento como mejor arma para la misión que apenas comenzaba.

“Ya habíamos recibido un curso, en el que se hizo énfasis en los protocolos a seguir ante situaciones como estas, se explicó detalladamente el proceso para vestirse y desvestirse. Del trabajo en el área era fundamental la pesquisa diaria con seguimiento especial a quienes presentaban enfermedades crónicas no transmisibles”, explica el galeno.

Durante los días de cuarentena en ese cuadrante del suroeste de la ciudad el clima tuvo sus caprichos, multiplicó los esfuerzos y el sacrificio en la vigilancia epidemiológica, así lo confirma Javier Alejandro Sánchez.

“Fueron días de lluvias intensas, pero había que entrar a la zona roja, incluso lloviendo continuábamos la pesquisa puerta por puerta a pesar de esas condiciones”.

Los momentos en esa área demandaron para Sánchez García estar pendiente a algo más que la COVID-19, otros padecimientos de los pobladores de la zona lo pusieron a tomar decisiones rápidas, porque cuando se trata de la vida cada segundo cuenta:

“Tuvimos que remitir varios casos para tratamiento a nivel hospitalario como el de un menor de edad, y un señor que padecía de úlcera gástrica, ambos estaban deshidratados”.

“Hubo una embarazada que llegó a fecha de ingreso para el parto durante los días de cuarentena y fue trasladada al Hospital General. Un señor de la zona comenzó con dolor precordial, también se remitió para el Agostinho Neto, estaba infartado, pero se recuperó”.

De la cinta amarilla hacia adentro los más de 400 vecinos de ese cuadrante en el suroeste tenían en pausa proyectos mientras aguardaban con el optimismo de que nuevas cifras del virus allí no alargaran el confinamiento, aunque muchos planes que implicaban compromiso con la vida, no tuvieron que aplazarse.

“A la zona entraron pediatras para atender a niños que en ese período tenían consulta y por la situación no podían salir, también llegaron especialistas de medicina interna, incluso a solicitud de la población, una psicóloga del área ofreció consulta”.

La posibilidad de contagio no era algo lejano, el más mínimo error podía convertir a cualquiera en parte de las cifras del virus, esas que a veces parecen tan lejanas y de repente se vuelven muy cercanas, pero el talismán de seguridad de Alejandro Javier estaba hecho a base de su propia consciencia y confiesa:

“Siempre estuve seguro que de contagiarme sería por alguna negligencia, de ahí la necesidad de cumplir con los protocolos, me ponía dos guantes y hasta tres nasobucos, en todo momento actuaba con extrema cautela”.

Acude a la memoria, y su mirada lo delata mientras rescata en ella los detalles de cada recuerdo, parece revivir la experiencia del calor tras la ropa, el costo de la prevención le bañaba de sudor el cuerpo, él lo soportaba por su vida y la de sus seres queridos, aunque la precaución le costaba también algo más que sudor.

“Por el vapor de aire que soltábamos al respirar las gafas protectoras que usábamos se empañaban y en ocasiones era incómodo porque limitaban mucho la visión para escribir. Ya en los últimos días intercambiando con una colega que combatió la COVID−19 en México me indicó cómo evitar eso aprovechando una vía de escape que tenían las gafas para el aire y trabajé más cómodo, lástima que lo vine a saber casi al final”.

La espera, el temor y la incertidumbre tuvieron respuesta cuando los resultados del PCR practicado a los doce contactos de los casos positivos dieron negativos, cumplidos los catorce días se quitaban las cintas amarillas que le robaban libertad a la vida, cuenta el médico que hasta la música se coló en el ambiente y fue visible la emoción de los vecinos.

Las antiguas rutinas vuelven a la cotidianidad de Alejandro, ahora el seguimiento a los viajeros puede cambiarle con facilidad los trajines, fue el motivo que aplazó esta entrevista para un segundo intento.

Tras cada palabra que le regaló a la grabadora del celular está parte de su experiencia, las horas robadas por la COVID-19, los caprichos de una pandemia que multiplicaron los compromisos con su pasión: la medicina.