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El amor LCSAmalia Castro Blanco y Jorge Cayón Rojas, celebran de forma distinta este 14 de febrero.Amalia y Jorge lo tienen todo para ser una pareja perfecta. Tres años de relación; estudian Medicina en la misma aula, e incluso en la lista de asistencia apenas los separa un número; a ellos el destino los juntó y el coronavirus no iba a apartarlos.

Dos metros de distancia no es obstáculo para su relación. Ella del sur de la ciudad de Guantánamo y él del norte, ¡cuántas veces no han tenido que andar de extremo a extremo para compartir, para amar!

La pandemia ciertamente les impuso retos, reducir los encuentros, repensar las muestras de afecto, ahora por vías electrónicas, usando Facebook, Messenger, Whatsapp, porque cuando la vida está en juego, la mejor forma de expresar cariño es cuidarse uno mismo y a los demás.

En el 2020, estos amantes de 22 y 23 años fueron de los primeros en sumarse a las pesquisas, protegidos y a pie de casa en casa, jornada tras jornada ¡listos para enfrentar el nuevo enemigo donde quiera que estuviese!

La mayor prueba vino ahora, en medio del rebrote de la COVID-19. La madre de Amalia (la que más se cuidaba y exigía a lo demás) dio positiva y Jorge era un posible contacto directo. Tocó aislarse. Desde el 10 de enero se perdieron de vista; pero las nuevas tecnologías otra vez los hicieron cómplices: confesiones, chistes, peleas, miedos… llenaron las notificaciones y mensajes diarias de sus smarthphones.

Estaban tan actualizados el uno del otro que era como si nunca se hubiesen distanciado. Por14 de febrero suerte (y por la responsabilidad en el cumplimiento de los protocolos sanitarios), ninguno de los dos fue infectado.

Entonces juntos, en esta ocasión, decidieron bridar otro granito de arena en la lucha contra el Sars-Cov-2. Llamaron a todas partes, Facultad de Medicina, Hospitales, Dirección de Salud…y el pasado martes 7 de febrero les llegó la oportunidad: trabajarían como voluntarios en el Centro para confirmados y sospechosos de la Universidad de Ciencias Médicas de Guantánamo.

El mismo sitio que hace tres años les permitió conocerse, los convocaba a la tarea de alto riesgo y no dudaron. Para Jorge la nueva labor consistía en clasificar, cuantificar y trasladar la ropa y aditamentos usados en la institución para desinfectarlos y luego reutilizarlos; a Amalia le tocó la mensajería, por sus manos pasan todos los bienes que la familia manda a los aquejados (medicinas, aseo, ropas, excepto alimentos o equipos, prohibidos).

Desde las siete de la mañana, y hasta la noche, los enamorados andan de un lado a otro, cumpliendo su deber, desinfectándose a cada rato, forrados de pie a cabeza, solo los ojos y la silueta del cuerpo permite diferenciarles. El almuerzo, la merienda, los pasillos y el cuarto suelen ser su único punto de encuentro, y aunque es corto, ellos los aprovechan al máximo: una mirada, un gesto, el saludo desde lejos, saber que están bien, es suficiente.

Amalia y Jorge forman parte de los más de 60 estudiantes de Medicina (de distintos años y especialidades) que han renunciado a las comodidades del hogar para ayudar en esta contingencia sanitaria. Jóvenes que, como otros tantos profesionales, se juegan la salud propia por la ajena, como acto de amor inmensurable, digno de celebrar, de contar y enaltecer en estos turbulentos tiempos de pandemia.