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La directora del Museo municipal de Imías, Milvian Delgado Hernández, dice que lleva la historia en la sangre, mientras se acomoda en un asiento muy cerca del sitio donde, de niña, escuchaba contar a su bisabuelo, Salustiano Leyva, los detalles de aquella noche del 11 de abril de 1895 en la que conoció a José Martí. 

 

Ese momento, breve, en el que los expedicionarios cansados de la travesía, de la lluvia, la oscuridad y el camino de piedras se decidieron a llamar al bohío que compartían el matrimonio de Gonzalo y Adela, y el niño Salustiano, ha marcado su vida.

“No es para menos. Uno lee la historia del desembarco, del matrimonio humilde que recibió a los patriotas recién llegados y se emociona, imagínese saber que tu familia es parte de ella, que el azar nos dio la posibilidad de ser esa gente buena de la que habló Máximo Gómez”, agrega.

Todavía, confiesa, recuerda la primera vez que pisó ese sitio junto a sus compañeros de la escuela primaria. “Ese día entendí la dimensión salvadora de aquel encuentro. Este era un pobladito de pocos bohíos, y muy cerca, donde hoy está la base de campismo de Cajobabo, había un fuerte español con colaboradores entre los vecinos. Uno de ellos, Mesón, delató a los expedicionarios”.

Entonces, el museo no era aún el museo, sino la casa que el Comandante en Jefe Fidel Castro había hecho construir para su bisabuelo, a varios metros del sitio donde los recién llegados se tomaron el primer café cubano; los rincones revisitados una y otra vez, el hogar de puertas abiertas.

“Porque Salustiano no se guardaba nada. Contaba su historia a todos. A sus familiares, especialmente a su hijo Heriberto, a sus nietos y bisnietos, a los niños de la escuela local, a los muchos dirigentes y personalidades que pasaron por aquí, a quien sea que quisiera escucharlo”, refiere.

Describía a los expedicionarios con total precisión, las diferencias físicas entre el menudo José Martí y el Generalísimo Máximo Gómez, el hablar bonito del Maestro y la fortaleza de Marcos del Rosario, a quien por no llamar negro recordaba moreno.

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También aporta al Museo el círculo de interés sobre la historia local que agrupa a niños, incluidos descendientes de los Leyva. “De esos círculos, salió la ingeniera que trabaja en el Bosque Martiano, y mi hija menor, que con solo 19 años ya es guía”.

Es el secreto del Museo municipal de Imías, de su belleza apacible, de los muros sin mancha, de los alrededores cuidadísimos, de la recuperación apurada tras el viento guapo del huracán Matthew.

 

Y esa entrega la legó a sus hijos, dice Milvian, y a sus nietos y bisnietos. “Mi padre era trabajador de viales, un obrero más que aportó a la construcción de La Farola, de varias presas…, pero leía mucho, era un apasionado de la historia, de nuestra historia. Lo heredé de él”.

Ella, me repite, lo lleva en la sangre. La alejó un poco la vida, al principio, mientras estudiaba para maestra de Español y Literatura, y una vez graduada tuvo que irse a Maisí, donde además de profesión, empezó a armar familia.

Regresó a Cajobabo, para cuidar a su padre luego de la muerte de su madre, y fue inevitable. “Impartía clases en el Centro Mixto, pero siempre estaba en todas las actividades del Museo, inaugurado en 1983. Un día me propusieron dirigirlo, y acepté. Han pasado 27 años desde entonces”.

 

Uno que, reconoce, comparte con otros de su estirpe. “La familia siempre se ha vinculado con el Museo. Actualmente, ocho de los trabajadores somos parientes de Salustiano, entre nietos y bisnietos, en las más diversas ocupaciones, veladores, custodios, guías de museo…”.

También aporta al Museo el círculo de interés sobre la historia local que agrupa a niños, incluidos descendientes de los Leyva. “De esos círculos, salió la ingeniera que trabaja en el Bosque Martiano, y mi hija menor, que con solo 19 años ya es guía”.

Es el secreto del Museo municipal de Imías, de su belleza apacible, de los muros sin mancha, de los alrededores cuidadísimos, de la recuperación apurada tras el viento guapo del huracán Matthew.

Eso la hace feliz, y realizada. “Siento que he sembrado, como antes hizo mi bisabuelo con su progenie, y luego mi padre, especialmente conmigo…, y ahora estoy recogiendo los frutos: una familia, con esposo incluido, dedicada a la historia local, a nuestra historia”.

 

“El amor por la historia se lo agradezco a mi padre”, asegura Milvian.

En la Casa memorial de Salustiano Leyva se guardan objetos que recuerdan su vida sencilla, algunos de los cuales fueron obsequiados por el Comandante en Jefe.