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McKenzie2“El Brujo”, quien nos repartía su aché.

Se despertó bien temprano, como lo había hecho durante más de 40 años; y tras el desayuno y un café mañanero, inició el recorrido habitual de sus días laborables.

Así, sin darse cuenta, Miguel McKenzie Iznaga se vio parado otra vez a las puertas del Venceremos; “Me llevé las manos a la cabeza y me dije: ¡mi madre, si ya rendí mi última jornada aquí!; ayer mismo mis compañeros me hicieron un homenaje; olvidé que hoy es mi primer día como jubilado; vine de nuevo!”

Lo cuenta en la sala de su casa, entre la añoranza y el calor veraniego de un atardecer en la ciudad de Guantánamo. “Maco”, como lo llamaban todos los que lo conocían, todavía extraña “los cierres de edición, las tensiones, el ambiente laboral siempre en armonía”.

Cuando habla de esos días en los que todo el mundo se afanaba en que el periódico estuviera listo, mi entrevistado frunce el ceño, respira profundo, y noto algo de tristeza. Han pasado los años, pero él sigue apegado a la sensación familiar del sitio que también fue, asegura, su hogar.

“Para mí, Venceremos es una escuela” me dice sin más preámbulos cuando formulo la pregunta más obvia de mi cuestionario, y después va contando la historia del cómo, el cuándo y el por qué.

“Salí del servicio militar y estaba ubicado en el Ministerio de Trabajo como mensajero, cuando llegó una convocatoria para jóvenes que quisieran incorporarse en el periódico. Y entre esos, estaba yo”, rememora.

Tenía 21 años. “Mi objetivo, en aquel momento, era ejercer de fotógrafo, pero terminé como formatista -lo que hoy se conoce como diseñador-, pues era lo que se necesitaba en ese momento. Así empecé en Venceremos, el 23 de enero de 1972. Todavía recuerdo ese día”.

El proceso de aprendizaje fue duro. “Antes de practicar oficialmente, me mandaron al periódico Juventud Rebelde para recibir la teoría, pero en este oficio se aprende haciendo. Por suerte, tuve a mi lado a otro diseñador, José Antonio Ocaña, que me enseñó todo cuanto necesitaba aprender en ese momento. Realmente le debo mucho”.

No fue más fácil el trabajo, incluso, cuando ya dominaba el oficio. “Comenzabas a las ocho de la mañana y no tenías hora de regreso, sobre todo en el periodo especial, cuando pasamos muchas noches en vela y eran incontables las horas extras que dedicábamos a hacer nuestro trabajo a tiempo y con calidad”.

Y no era como ahora. “No, señor, en los primeros años el periódico se dibujaba en una pauta de formato, calculando espacios de fotos, textos, títulos, que después se fundían en plomo o se colocaban letra a letra, de arriba abajo y de izquierda a derecha”.

La digitalización cambió las dinámicas y volvió obsoletas algunas de esas prácticas. Lo que se hacía de forma casi artesanal, ahora había que plantarlo en programas informáticos que se les resistían a los más experimentados.

“Fue un momento de revolución para todos nosotros, un cambio brusco al que tuvimos que adaptarnos rápido, porque el periódico tenía que salir, era lo necesario. Yo lo logré, con práctica y estudio”.

En todos los procesos, siempre tuvo al colectivo. “Teníamos un gran equipo, se trabajaba con gusto, con muy buenos compañeros que recuerdo con mucho afecto, empezando por “El Maestro” -como apodaron a Ocaña-, Elena Baró, Marelis Iznaga, Miroslava de la Cruz , Pablo Soroa, Ariel Soler…”.

Cariño que fue bien retribuido.

 

Cuentan los muchos que coincidieron con él, que “estaba en todas”, “era un personaje, con su ashé, su risa”, “jocoso, bailador”, “El Brujo”, “El Maco” y “el nombre que más uno esperaba escuchar los mediodías, porque cual dulce alarma, el llamado al comedor era su nombre: ¡McKenziiiiiiiiie!”.