“Aquí todo se colegia, todo se conversa. Eso también es confiar en los hombres, ganarse su respeto”, subraya Irley.
Tras un mes fuera, al frente de una veintena de hombres empeñados en borrar la huella de Ian en las telecomunicaciones de La Habana, Irley Labacena Fiel me dice que cuando llegue a casa lo primero será, después del abrazo al esposo y los hijos, comerse una comida hecha por sus manos.
“Cosas mías… Soy de las que se levanta todos los días a cocinar a las 5 de la mañana solo para poder llevarme el almuerzo para el trabajo y compartir con mis compañeros”, se excusa, no fuera a pensar cualquiera que la escucha -que la lee- que no está agradecida con el trato de los capitalinos.
Pero es un mes fuera de sus predios, de la familia, del Centro de Telecomunicaciones de Caimanera, que dirige hace más de 15 años. Y no uno cualquiera.
No le gusta hurgar en los tropiezos, así que menciona de paso el viaje de dos días, y todo lo demás que pudiera “oler” a queja. “El caso, me insiste, es que nos incorporamos el 7 de octubre al Centro de Telecomunicaciones de Arroyo Arena, de La Lisa, y nos mandaron para Fraga.
Los destrozos que no vieron en el camino, ni en el amanecer en el hotel Bello Caribe, se los encontraron allí. “Empezamos apoyando a Servicios Comunales, retirando todos los árboles caídos, los escombros, y al unísono trabajamos en las telecomunicaciones”.
El resultado, que al término del primer día los siete interrupcionistas y los 11 reparadores de su tropa ya habían recuperado 87 servicios, y al segundo día, 76 y los vecinos que los habían visto llegar y en las primeras horas se portaron “ariscos”, ya a esas alturas, para todo preguntaban por los guantanameros.
Allí, cuenta la historia como un tesoro, conoció a la “doctora de Abdala”, aunque eso se lo dijeron después, “cuando vino la ministra de Comunicaciones, Mayra Arevich, y se la presentaron… porque quién se imaginaría que fuera la mujer sencilla, que nos hacía café y cuanto necesitáramos, atenta siempre…”.
En estos momentos, la brigada guantanamera tiene dos misiones: terminar las labores de recuperación que quedan tras Ian, que son muy pocas, y contribuir a mejorar las redes de La Habana.
Después de Fraga, se fusionaron con los técnicos de La Habana y siguieron camino, desterrando daños en las localidades de La Corbata, Valle Grande, La Novia del Mediodía, El Cano, Versalles, San Agustín… “y sé que se me quedan algunos barrios…”, se disculpa, como si fueran pocos.
Le pregunto sobre el trabajo, sobre los hombres, sobre lo que no sale en las estadísticas, porque no se han inventado medidas para ese tipo de grandeza y me confiesa el orgullo.
“Mira que hemos vivido cosas…, pero yo siempre recordaré la recuperación tras el huracán Ian en los rostros de los muchachos a mi cargo, algunos veinteañeros, otros casi rozando los 60, pero hacendosos, responsables, trabajadores…”.
Hombres a los que se les dicen las cosas una sola vez, porque saben lo que tienen que hacer y porque, desde los primeros días, cuando la urgencia de levantar lo caído los mantuvo afanados hasta que no se pudo trabajar más y ahora, quizás un poco reposados, igualmente con la nueva misión de apoyar la recuperación de las redes de La Habana.
Con la nueva tarea, el regreso se ha pospuesto un par de veces, y fue difícil espantar al gorrión. “Verdaderamente, periodista, me puse un poco tristona, pues extraño mi casa, pero al momento me levantaron los muchachos, y el pensamiento de que, como en toda recuperación, hay que quedarse mientras nos necesiten, y es el caso.
“Los de nuestra especialidad somos así, como si con el uniforme azul se nos incorporara al cuerpo esa responsabilidad con la recuperación ante cualquier eventualidad. La siento yo misma, la he visto en los otros compañeros en los 32 años que llevo en el sector.
“Si pasa un ciclón, el telecomunicador se prepara aunque no lo llamen. Y nuestras familias están acostumbradas. Ahora mismo, mis hijos están al dar el grito por mi ausencia, y mi esposo, pero no recuerdo haberme pasado un huracán en la casa, con ellos, ni siquiera cuando eran pequeños”, detalla.
De la efectividad de ese arrojo, ese azul en la sangre, hablan los números. Cuando llegaron al Centro de Arroyo Arena, precisa la directiva, las quejas eran más de 4 mil, y casi un mes después, rondan las 600 y bajando.
¿Cómo se gana el respeto?, pregunto. “Se construye, haciendo, preocupándose por los hombres, siendo ejemplo, montada en el carro con ellos, en el terreno. Cualquiera diría que me hacen caso porque soy su jefa en Caimanera, pero aquí, de allí solo hay cuatro, el resto son de El Salvador, Guantánamo, Baracoa”.
Cuenta que hasta los colegas de otras provincias se sorprenden. “Soy, imagínese, la única mujer entre los telecomunicadores de toda Cuba que se hospedan en el Bello Caribe. Algunos hasta se han acercado para decirme que cómo puedo estar allí”.
El tema es que está. Cada día se levanta a las cinco de la mañana, aunque no tenga que cocinar, y a las siete desayuna con sus muchachos. Antes de salir, siempre se toman cinco minutos para hacer un matutino, para valorar el trabajo del día anterior, hacer un chiste. Luego, el trabajo, el regreso al hotel casi a las siete y, casi a la hora de dormir, un recorrido por los cuartos “para ver cómo están todos”.
“Ellos, a veces, se ríen y me dicen que me creo la mamá de los pollitos… Y puede ser, porque soy la responsable de ellos, y si se enferman, como ya ha pasado, voy y les doy masajes con mentol para mejorarles el catarro, y les llevo las medicinas cuando se les descompone el estómago…
“Así somos los telecomunicadores, repite, una familia que se ayuda cuando hay problemas, y que llega a un sitio recién arrasado por un ciclón y en dos días le cambia la cara, y no cree en trabajo duro ni en imposibles, porque no ven los problemas, sino las soluciones”.
Así son.