“Fueron una heroicidad las labores que se hicieron en Matanzas, de las cuales aún no logro desprenderme”, rememora Daliesky
Cuando el pasado 8 de septiembre Daliesky Rancol Bueno iba rumbo a Matanzas, ya no ardía en llamas el bloque de la base de supertanqueros, donde, en la tarde del viernes 5 de agosto de este 2022, una descarga eléctrica impactó en el techo del tanque 52 del mayor emplazamiento de su tipo en el país, generando un incendio de grandes proporciones.
Aparentemente lo peor había pasado: 16 caídos en el cumplimiento del deber; explosiones, columnas de humo; la ciudad en vilo temerosa por su aire, por su bahía, por casi todo.
Esas imágenes iban en su memoria, mientras su experticia calculaba cuan duro sería el trabajo que le esperaba en una recuperación peligrosa y urgente.
Ya en el terreno, la realidad superó su idea sobre la magnitud del desastre y la entrega de muchos hombres en las labores de recuperación.
El único guantanamero del sistema cubano de comercializadoras de petróleo con conocimientos y experiencia en seguridad industrial, había llegado de madrugada al lugar donde permanecería al pie de la brigada que desmantelarían. "Parecía pleno día por la cantidad de hombres que a esa hora aun trabajaban, soportando vapores y emisiones de gases de todo tipo.
"La misión en ese momento era desmontar los 4 tanques quemados que, a pesar de toda la deformación provocada por el fuego, sobrepasaban los tres metros de altura", recuerda.
Nunca en sus 18 años de trabajo y 43 de edad, este ingeniero químico había tenido experiencia tan impactante como la vivida durante 15 días en tierra matancera.
Ahora, de nuevo en su puesto del laboratorio de ensayo de productos químicos, en el que se desempeña como especialista en Gestión de la Calidad, uno de los tantos cubanos cuya sobresaliente labor en la recuperación fue reconocida nacionalmente en acto solemne en la capital del país, no logra desprenderse de las imágenes realmente heroicas:
"Los soldadores desmontaban las planchas de acero con oxicorte, desde el interior de los tanques, para entonces sacar todo el combustible quemado. Eran montañas de petróleo carbonizado. Una labor muy compleja, porque la interacción del equipo de soldadura con el combustible quemado, podía producir llamas y, de hecho, se produjeron pequeños incendios que se controlaban rápido, pero no dejaba de ser un trabajo en condiciones muy peligrosas, donde cualquier descuido podía poner en riesgo sus vidas.
"Esos hombres prácticamente no se detenían, no reparaban en si ya era necesario cambiar los guantes y los petos chamuscados, porque en el fragor del trabajo lo olvidaban, pero para eso estábamos allí al pie de ellos, para que se cumplieran todos los procedimientos que garantizaban seguridad y protección.
"Cuando llegué, aunque ya el entorno estaba bastante recuperado, quedaba mucho por hacer. Fui en calidad de especialista para evaluar riesgos y peligros, que eran muchos en un área extensa donde se movían día y noche equipos de gran porte y de todo tipo. Vi hombres jóvenes y no tan jóvenes con las manos y los rostros casi quemados por tanto calor.
"Eran todos puro reto para mí. Me pasaba hasta 12 horas junto a ellos en un lugar donde no había ni una sombrita, caminando de un lado a otro entre el ruido, los vapores que todavía desprendían los tanques, pero también de los equipos, todos muy pesados.
"No podía creer tal nivel de aguante, ni me imaginaba el mío, de manera que ha sido mi gran prueba laboral, la revelación de lo que es capaz de hacer el ser humano con motivaciones para darlo todo en el cumplimiento del deber".