Toda urbe, todo conglomerado humano, como organismo vivo que es, resulta la expresión de quienes la habitan, al mismo tiempo que quienes transcurren por esos espacios resultan deudores del ambiente físico que los acoge. En el caso de los guantanameros y Guantánamo, este vivir “entre ríos”, esta manera en que consustancialmente nos movemos de las Tumbas Francesas y el changüí hasta las expresiones más contemporáneas del arte y la vida, es lo que sin dudas ha determinado el carácter ecléctico de la ciudad y sus habitantes. Continente y contenido se complementan para ser sino una entidad diferente, al menos una muy particular en sí misma.
Aunque se desconoce cuándo fue fundada, ya en la medianía del siglo XVIII sus habitantes enfrentaron a las tropas inglesas del Almirante Edward Vernon asentadas en la parte suroeste de la bahía, con el mismo ímpetu y decisión que en el siglo XIX se sumaron a la guerra de liberación Región y ciudad que en lo económico tuvo como sustento fundamental la agricultura y el comercio minorista, sin mayores alcances ni desarrollo; mientras en lo cultural exhibe un relevante grupo de creadores que iniciado el siglo XX traspasarán las fronteras locales, desde el arquitecto José Leticio Salcines, de impronta espectacular en el contexto arquitectónico de la ciudad; o figuras del pianismo de reconocimiento nacional como José Gallart, Ivette Hernández y Zenaida Manfugás.
No pueden faltar en esta relación de músicos Pablo Ruiz Castellanos, importante sinfonista nacido en Yateras o el compositor e investigador Rafael Inciarte Brioso, “descubridor” del changüí. Cierra esta relación la figura que resume por su alcance y universalidad el espectro cultural guantanamero, cuando el 18 de febrero de 1878, meses antes de finalizar la Guerra de los Diez Años, nace en la villa de Guantánamo Regino Eladio Boti Barreiro, quien en el tiempo sería uno de los más importantes intelectuales de la primera mitad del siglo XX cubano.
La sintonía existente entre creación y vida del más importante de los intelectuales guantanameros es uno de los más claros ejemplos no solo de amor hacia Guantánamo, sino también de autoafirmación y auto- reconocimiento. Desde su obra toda, pero en específico desde su libro El mar y la montaña, logra quintaesenciar la ciudad y su entorno, en uno de los más evidentes ejemplos demostrados de cómo llegar a lo universal desde lo particular, aunque ya en Arabescos mentales se encuentran algunos poemas que hablan del paisaje que rodea y vive el poeta. Así, los titulados “El puente” y “En la agonía solar”, a los que habría que añadir un poema como “Aguaza”! de 1910.
Releer El mar y la montaña es ser partícipes de un viaje iniciático, del descubrimiento del entorno, en un apropiarse del ambiente y su circunstancia para entenderlo(nos) mejor, para quererlo(nos) más. Desde la propia dedicatoria, Boti declara sus intenciones cuando escribe “A toda mi gente entre el mar y la montaña este canto del predio nativo consagro” A lo largo del poemario se descubren los elementos que el poeta va dando como hitos del recorrido.
En “El mar”, primera sección del libro dice: “En la salina el molino de viento que, en el negror, es dalia gigante y giratoria” ; o también “la calígine de alas de sol yerra y teje cuentos el humo de la locomotora”; o cuando dice:”… la playuela de Las Guásimas contemplo tras la ramazón verdi-amarilla que es el decorado del lomerío-templo”. Y también: “De repente entre Cayo Piedra y punta Rubí se abre una fingida entrada de la bahía...”
Este viaje fabuloso continua con el “Intermedio” (en la aldea); desde el primer verso se alza la voz del poeta declarando su profundo amor a la ciudad, de una manera queda, cariñosa: “Aldea, mi aldea, mi natal aldea… Mi policroma aldea, villa-iris amada...” Para inmediatamente buscar el ángulo, el momento, el preciso instante en que se inflama el atardecer: “Y el anoncillo de la casa payral… ahora es una bola rubia, transida por cien dardos anaranjados”. No hay descanso en la búsqueda; sigue el descubrimiento: “Suave sol besa la aldea y en la calle recta y silenciosa… mueve la luz su espectro matinal”.
Al final de este recorrido el poeta enaltece como siempre a su ciudad: “Grácil, ingrávida, serena, tu helénica euritmia redime de venal mercantilismo a mi aldea natal”. Guantánamo y su paisaje desfilan ante nosotros “a manera de pequeñas reproducciones fotográficas”, según Ángel Aparicio.
Para el final del viaje queda “La montaña”. Me atrevería a afirmar que mientras este poema es para un lector cualquiera “la montaña” como genérico del accidente geográfico, para nosotros los guantanameros es “esa” montaña, parte de la Sierra de Canasta que nos cierra el horizonte por el Norte: “hecha azul lejanía”. En el recorrido por la sierra, desde su altura, hay una visión hacia adentro: “el demolido cafetal Griñón… hace, en las serranías de Yateras, como un mirador” y hacia el valle: “la bahía –un espejo; la playa- un manchón; las montañas –turquesas opalinas”. Ya, casi al final de este viaje de descubrimiento se enaltece el poeta desde la altura y exclama: ¡Nada como el lecho maravilloso de la tierra natal¡ ¡Cómo dormir en tu seno único, inmortal¡