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baracoeso turquia 1Ni temperaturas por debajo de cero, miniterremotos, sustos…, ni siquiera la tristeza por quienes quedaron debajo de los escombros, impidieron que hiciéramos nuestro trabajo, asegura Yiyo. De qué materia la piel. De qué sustancia elevada el espíritu, la profesionalidad. Me pregunto ante sus rostros, lejos o cerca, saliendo hacia desastres terribles o de regreso; en los aeropuertos donde se despide a la Brigada Henry Reeve, o en vivo, en medio de una entrevista de recuento. 

 

Cuando es posible, inquiero a los que fueron contra aludes, inundaciones, terremotos, virus mortíferos. Algunos sonríen, como si fuera una exageración la curiosidad, cosa de todos los días su historia…, y siempre hay quien me extiende el brazo marcado de soles, con la invitación a pellizcar y sentir por mí misma.

A Luider Ramírez Romero, Yiyo, licenciado en Enfermería y especialista en Unidad Quirúrgica (instrumentista) del Hospital Octavio de la Concepción y de la Pedraja, de Baracoa, no le pregunto directamente: sé que es de los primeros.

Lo intuyo en la voz que me llega por medio del teléfono, mientras cuenta que a Turquía lo llevó la experiencia en otras misiones -Venezuela, Haití, Argelia...- , y su nombre en la lista de personal médico dispuesto a asistir en situaciones de desastres y graves epidemias como parte de la Brigada Henry Reeve.

La llegada a Kahramanmaraş, justo la provincia epicentro de los dos sismos de 7.7 y 7.6 del pasado 6 de febrero, fue impresionante. “Encontramos una ciudad totalmente devastada, con muchos edificios derrumbados y llena de escombros, bajo los cuales, sabíamos, había cientos de personas muertas o con muy pocas posibilidades de vida.

“Eso -y baja la voz un poco-, impacta mucho, afecta, y te sientes triste de una manera que es imposible de explicar. Pero teníamos trabajo por hacer, un deber con los sobrevivientes, y nada nos detuvo”, rememora.

Siguieron adelante desde el primer día, “choqueados” por un frío que no creyó en la ropa térmica que cargaban. “Imagínese temperaturas de 11 grados bajo cero. Gracias a los abrigos, las medias, las botas que nos donaron miembros del Grupo de solidaridad José Martí, quienes fueron, además, nuestros acompañantes, guías, traductores…”, asegura Yiyo.

Con ellos, por cierto, siempre encontraba un pasaje imaginario a su tierra natal. “Tenían fotos de Fidel, del Che, de Martí, un gran amor por nuestro país, y una bandera cubana, siempre al lado de la turca”.

Tampoco los detuvo el susto, las réplicas… “Recuerdo cuando arribamos al hospital. El edificio había sobrevivido los sismos y era seguro, según expertos, pero ahí estaban las paredes agrietadas y la tierra que seguía temblando… El temor se nos fue en una semana, no dejábamos de cumplir con las medidas, pero nos mantuvimos operando”.

Trabajo había de sobra como para pasarle de lado a los inconvenientes. “Cuando llegamos, apenas una semana después del desastre, encontramos el hospital solo, y empezamos a trabajar en el bien equipado salón de operaciones. Con los días, los médicos turcos regresaron y formamos equipo, sin contradicciones”, alude.

Se comenzaba en el salón quirúrgico -en el que Yiyo asistió, sobre todo, a los cirujanos ortopédicos- a las ocho de la mañana y se salía a las cinco, pero no había horario fijo para las urgencias.

baracoeso turquia 2A la llegada de la Brigada cubana Henry Reeve a la provincia de Kahramanmaraş (en la foto), se calculaban en la región unos 10 mil muertos. Hoy, varias agencias elevan esa cifra a más de 50 mil.

Me intereso por las diferencias, por el idioma, por las costumbres. “De eso pudieran hablarle más los que -del grupo de 32 colaboradores de la brigada- estuvieron en las comunidades…, pero por mi parte todo fluyó. Teníamos a los traductores, nos comunicábamos en inglés, y cuando no se podía, con gestos, como sea… El cubano siempre inventa”, explica.

“Creo que lo principal es que sabían estábamos allí para hacer el bien, que los ayudaríamos, y para ello haríamos hasta lo imposible. Nos veían en la calle, con las batas blancas y la bandera, o dentro de los hospitales, y siempre había para nosotros una sonrisa, un gesto de agradecimiento, una frase en la que lográbamos entender el nombre de Fidel, de Cuba…”.

Escuchándolo, uno pensaría que, a estas alturas, con varias misiones internacionalistas y en un salón de operaciones desde 1991, muy poco lo impresiona…, y se equivocaría.

“Hubo hasta su lagrimita -confiesa mientras narra su experiencia más hermosa en la tierra del antiguo Imperio Otomano- cuando llegó al salón una joven turca con fractura de tibia que, al sabernos cubanos, pidió hablar con los médicos anestesistas. No le puedo explicar la emoción mientras los traductores nos trasmitían sus palabras de agradecimiento. Luego, cuando salimos de la cirugía, exitosa por supuesto, nos esperaban sus familiares afuera, de pie, también para saludarnos… Siempre hay algo que te marca más”.

¿Qué decía tu familia?, cuestiono. “Me daba apoyo, siempre. Sin mi esposa, mis hijos, mis padres nada de esto que le cuento hubiera sido posible. Me recibieron junto al barrio, en Calle 13 del Consejo Popular de Cabacú, y los dirigentes de la Salud, en especial Colaboración Médica, y el Partido… en una ceremonia muy linda que me hizo muy feliz…

“Y sigue apoyándome ahora, cuando ya estoy reincorporado al Hospital de Baracoa, en el salón de operaciones en el que he pasado la mayor parte de mi vida”: una dedicada al lenguaje universal del bien.