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Pedro ATras la rendición de la guarnición española de Santiago de Cuba, el 25 de julio de 1898, fuerzas de infantería de marina de Estados Unidos, al mando del coronel William J. Ray ocuparon la villa de Guantánamo. A los mambises guantanameros, igual que ocurrió en Santiago de Cuba, el mando yanqui les impidió entrar a la sufrida población.

El General Pedro Agustín Pérez, jefe de la Primera División del Primer Cuerpo del Ejército Libertador, consciente de la responsabilidad que desempeñaba, adoptó una posición firme y cautelosa respecto al control que debía ejercer con los miles de efectivos que integraban las fuerzas bajo su mando, ya que cualquier incidente podía provocar un conflicto mayor con las tropas de ocupación yanqui.

Consciente del disgusto que prevalecía en las filas mambisas, aunque mantuvo recelos con los jefes norteños, trató por todos los medios de no manifestar esa posición frente a los combatientes.

Mortificado, decidió dirigirse, con los efectivos del Regimiento Guantánamo, a los ingenios Monte Sano y San Ildefonso, situados al norte de la población, en las proximidades de las riveras sur y norte del río Bano, respectivamente. El Estado Mayor lo estableció en la mansión de los propietarios del ingenio San Ildefonso, señorial residencia de dos plantas que ofrecía una vista esplendida del valle.

En este contexto concede, el 8 de agosto, una entrevista a un corresponsal de guerra del periódico New York Herald en la cual deja claro su pensamiento independentista.

Advertía a solo 13 días de la ocupación de Guantánamo a las autoridades y a la opinión pública de Norteamérica que “Si nuestra independencia no queda asegurada ahora es mi deseo continuar luchando por ella treinta años más, si fuera necesario. El ejército cubano no ha estado peleando por la anexión ni por el dominio y control de los Estados Unidos. Nuestra lucha ha sido por la independencia y el ejército cubano no se satisface con ninguna otra cosa. Creo que aún sin la intervención americana hubiéramos obligado a España a darnos la independencia, luchando un año más”.

En contraste con esta actitud intransigente de un jefe de división regional, otros jefes a escala nacional que debían haber preservado la continuidad del legado martiano maceísta, no se comportaron a la altura de las exigencias de su tiempo y de su pueblo. Sus declaraciones nos permiten comprender el genuino pensamiento mambí en la antesala del siglo XX.

Dos meses y medio permanecieron los sufridos soldados de la Guerra Necesaria en campamentos provisionales en sitios próximos a Guantánamo. Reinaba en ellos un profundo malestar, pues conocían en su mayoría la política injusta del mando yanqui. Surgieron protestas del Regimiento Hatϋey que dirigía el coronel Silverio Guerra en Cecilia y San Carlos.

El domingo 9 de octubre de l898, hizo su entrada a Guantánamo el general Pedro A. Pérez, seguido de los integrantes de su estado mayor y escolta. Desde el día anterior el pueblo conoció de la resolución del mando yanqui y rápidamente se iniciaron los preparativos para el recibimiento. Las fachadas de las casas fueron engalanadas con pencas, guirnaldas y banderas cubanas.

Desde horas tempranas del amanecer del día 9, la población comenzó a concentrarse en las arterias principales por donde debían desfilar los combatientes mambises. A las cinco de la mañana varios disparos de morteretes, pieza pequeña de artillería utilizada en las festividades para hacer salvas, anunciaron al pueblo el gran acontecimiento.

Una inmensa muchedumbre, a cuya cabeza iba una comisión de patriotas y de luchadores clandestinos, radicados en la villa, se dirigió alrededor de las ocho de la mañana hacia la entrada de “Los Marañones”, traspasando la alambrada que circunvalaba la población.

El bisemanario guantanamero “El Managüí”, describe el momento del recibimiento: “Aquel pueblo entusiasta y vehemente, se desbordó en aclamaciones y vítores, con los sombreros en las manos como para dar más fuerza a los sentimientos patrióticos de que se hallaban poseídos y que por tanto tiempo permanecieron ahogados en sus pechos. ¡Viva Cuba Libre! ; ¡Viva el General Pérez! ; ¡Viva el Ejército Libertador! …”

El pueblo de Guantánamo, agradecido por la independencia lograda a costa de enormes sacrificios, no olvidó a los dos grandes mártires de la guerra: al alma de la Revolución, José Martí y el héroe de Baraguá, Antonio Maceo.

El recibimiento tributado a Periquito y a sus fuerzas fue la expresión de que el sentimiento de nacionalidad y pertenencia de los guantanameros había desbordado las fronteras locales y se imbricaba con las mejores y más nobles ideas de nuestra patria. Periquito simbolizó entonces a todos los cubanos caídos en nuestras guerras de independencia y sobre sus hombros recayó la confianza del pueblo.

El público se cubrió ese día con su mejor vestuario, llenando las calles y aceras, aclamando con entusiasmo al héroe de La Confianza, existiendo en esa jornada una perfecta comunión de corazón y espíritu entre los que ovacionaban y el que era objeto de aquellas ovaciones.

En el acto de recibimiento, frente a la antigua Plaza Isabel II (hoy Plaza 24 de Febrero), habló el general Pérez por vez primera al pueblo guantanamero. El líder del Alto Oriente, puso de manifiesto su amor por la total independencia nacional al declarar: “Resuenan hoy en el fondo de mi alma las angustias terribles de mis compañeros fenecidos y recuerdo con tristeza los suplicios que con estoica resignación sufrieron conmigo. El pueblo cubano no pedirá otra cosa que no sea la independencia absoluta, que es lo que los muertos, esos que de la eternidad vigilarán nuestras acciones, proclamaban en el campo de batalla frente al enemigo… Dignificar y honrar a los mártires de una causa elevada y noble, es obra de los grandes pueblos que saben conocer el valor de aquella causa.”

 

Tras la rendición de la guarnición española de Santiago de Cuba, el 25 de julio de 1898, fuerzas de infantería de marina de Estados Unidos, al mando del coronel William J. Ray ocuparon la villa de Guantánamo. A los mambises guantanameros, igual que ocurrió en Santiago de Cuba, el mando yanqui les impidió entrar a la sufrida población.

El General Pedro Agustín Pérez, jefe de la Primera División del Primer Cuerpo del Ejército Libertador, consciente de la responsabilidad que desempeñaba, adoptó una posición firme y cautelosa respecto al control que debía ejercer con los miles de efectivos que integraban las fuerzas bajo su mando, ya que cualquier incidente podía provocar un conflicto mayor con las tropas de ocupación yanqui.

Consciente del disgusto que prevalecía en las filas mambisas, aunque mantuvo recelos con los jefes norteños, trató por todos los medios de no manifestar esa posición frente a los combatientes.

Mortificado, decidió dirigirse, con los efectivos del Regimiento Guantánamo, a los ingenios Monte Sano y San Ildefonso, situados al norte de la población, en las proximidades de las riveras sur y norte del río Bano, respectivamente. El Estado Mayor lo estableció en la mansión de los propietarios del ingenio San Ildefonso, señorial residencia de dos plantas que ofrecía una vista esplendida del valle.

En este contexto concede, el 8 de agosto, una entrevista a un corresponsal de guerra del periódico New York Herald en la cual deja claro su pensamiento independentista.

Advertía a solo 13 días de la ocupación de Guantánamo a las autoridades y a la opinión pública de Norteamérica que “Si nuestra independencia no queda asegurada ahora es mi deseo continuar luchando por ella treinta años más, si fuera necesario. El ejército cubano no ha estado peleando por la anexión ni por el dominio y control de los Estados Unidos. Nuestra lucha ha sido por la independencia y el ejército cubano no se satisface con ninguna otra cosa. Creo que aún sin la intervención americana hubiéramos obligado a España a darnos la independencia, luchando un año más”.

En contraste con esta actitud intransigente de un jefe de división regional, otros jefes a escala nacional que debían haber preservado la continuidad del legado martiano maceísta, no se comportaron a la altura de las exigencias de su tiempo y de su pueblo. Sus declaraciones nos permiten comprender el genuino pensamiento mambí en la antesala del siglo XX.

Dos meses y medio permanecieron los sufridos soldados de la Guerra Necesaria en campamentos provisionales en sitios próximos a Guantánamo. Reinaba en ellos un profundo malestar, pues conocían en su mayoría la política injusta del mando yanqui. Surgieron protestas del Regimiento Hatϋey que dirigía el coronel Silverio Guerra en Cecilia y San Carlos.

El domingo 9 de octubre de l898, hizo su entrada a Guantánamo el general Pedro A. Pérez, seguido de los integrantes de su estado mayor y escolta. Desde el día anterior el pueblo conoció de la resolución del mando yanqui y rápidamente se iniciaron los preparativos para el recibimiento. Las fachadas de las casas fueron engalanadas con pencas, guirnaldas y banderas cubanas.

Desde horas tempranas del amanecer del día 9, la población comenzó a concentrarse en las arterias principales por donde debían desfilar los combatientes mambises. A las cinco de la mañana varios disparos de morteretes, pieza pequeña de artillería utilizada en las festividades para hacer salvas, anunciaron al pueblo el gran acontecimiento.

Una inmensa muchedumbre, a cuya cabeza iba una comisión de patriotas y de luchadores clandestinos, radicados en la villa, se dirigió alrededor de las ocho de la mañana hacia la entrada de “Los Marañones”, traspasando la alambrada que circunvalaba la población.

El bisemanario guantanamero “El Managüí”, describe el momento del recibimiento: “Aquel pueblo entusiasta y vehemente, se desbordó en aclamaciones y vítores, con los sombreros en las manos como para dar más fuerza a los sentimientos patrióticos de que se hallaban poseídos y que por tanto tiempo permanecieron ahogados en sus pechos. ¡Viva Cuba Libre! ; ¡Viva el General Pérez! ; ¡Viva el Ejército Libertador! …”

El pueblo de Guantánamo, agradecido por la independencia lograda a costa de enormes sacrificios, no olvidó a los dos grandes mártires de la guerra: al alma de la Revolución, José Martí y el héroe de Baraguá, Antonio Maceo.

El recibimiento tributado a Periquito y a sus fuerzas fue la expresión de que el sentimiento de nacionalidad y pertenencia de los guantanameros había desbordado las fronteras locales y se imbricaba con las mejores y más nobles ideas de nuestra patria. Periquito simbolizó entonces a todos los cubanos caídos en nuestras guerras de independencia y sobre sus hombros recayó la confianza del pueblo.

El público se cubrió ese día con su mejor vestuario, llenando las calles y aceras, aclamando con entusiasmo al héroe de La Confianza, existiendo en esa jornada una perfecta comunión de corazón y espíritu entre los que ovacionaban y el que era objeto de aquellas ovaciones.

En el acto de recibimiento, frente a la antigua Plaza Isabel II (hoy Plaza 24 de Febrero), habló el general Pérez por vez primera al pueblo guantanamero. El líder del Alto Oriente, puso de manifiesto su amor por la total independencia nacional al declarar: “Resuenan hoy en el fondo de mi alma las angustias terribles de mis compañeros fenecidos y recuerdo con tristeza los suplicios que con estoica resignación sufrieron conmigo. El pueblo cubano no pedirá otra cosa que no sea la independencia absoluta, que es lo que los muertos, esos que de la eternidad vigilarán nuestras acciones, proclamaban en el campo de batalla frente al enemigo… Dignificar y honrar a los mártires de una causa elevada y noble, es obra de los grandes pueblos que saben conocer el valor de aquella causa.”