roberto rivera combatienteTenía 16 años de edad cuando llegaron unos desconocidos a su casa. Fue una noche de marzo de 1957, y ya sus cuatro hermanos dormían, mientras él y sus padres estaban a punto de irse a la cama también. Pero tocaron suavemente a la puerta.

Lo mandaron a dormir, pero él sintió curiosidad y se quedó detrás de una colgadura de tela floreada que dividía la sala del resto de la casa.

 

Emelinda, su madre, mujer inteligente y de recio carácter, abrió la puerta. No preguntó quiénes eran, porque intuyó que se trataba de “esos que andan por ahí jugándose la vida en la lucha contra Batista y sus gentes”.

 

Quien parecía el líder de los recién llegados confesó que le recomendaron esa vivienda para pasar la noche. Ella, sin pensarlo dos veces, pero con la aprobación de Bartolo, su esposo, los hizo pasar. Estaban cansados y hambrientos. Al rato, unos pollos se convirtieron en suculenta comida para los aparecidos.

 

Las “apariciones” fueron cada vez más frecuentes; la familia se unió a la lucha y convirtió la casa en campamento rebelde. Tal decisión fue puerta abierta que encontró el jovencito para incorporarse activamente a la lucha revolucionaria.

 

Desde los 14 años tuvo que trabajar en el corte de caña para ayudar al sustento de la familia, y se entusiasmó con los ideales de aquellos jóvenes que habían llegado desde la ciudad de Guantánamo a su terruño, poblado rural llamado La Perla. Vaya eufemismo nombrar así a un lugar entonces tan opacado por el hambre y el abuso.

 

Tengo ante mí a aquel que escuchaba a hurtadillas detrás de la cortina floreada en  su casa en La Perla, cerca de Baltony, jurisdicción del actual municipio santiaguero de Songo-La Maya. Se nombra Roberto Rivera Dragoní y tiene el indiscutible mérito de ser combatiente en decisivas contiendas de la insurrección armada contra el régimen de Fulgencio Batista y sus sangrientas escaladas para aniquilar al Ejército Rebelde. Y desde el primero de enero de 1959, un ferviente y consagrado defensor de la revolución triunfante.

 

Tiene ya 84 años y vive en una modesta casa de apartamento de calle 17 Norte, en el barrio residencial Caribe, de la ciudad de Guantánamo, arropado en el cariño de la familia que forjó y que no podía ser si no humilde y comprometida como él.

 

Mientras conversamos sobre sus inicios como combatiente es como si se le anudaran las palabras y los recuerdos. Los ojos se le humedecen. “No es cosa de la edad”, me dice. “Tampoco son secuelas de la COVID-19, que me golpeó duro”, aclara. “Es emoción”, confiesa. Y me hace saber por qué.

 

“Es la primera vez que me entrevistan y me tiran fotos, y eso... me siento muy honrado de rememorar pasajes de las luchas en las que tantos cubanos perdieron su vida por el triunfo de la Revolución, que no es perfecta, pero nos dio lo que para mí es lo más preciado, vivir en un país que luchó por su verdadera independencia y la libertad de sus hijos y aún la defiende”, refiere.

 

Así son los hombres grandes, así de sencillos e increíbles.

 

¿Fue un impulso de su corta edad, ganas de experimentar qué se siente ser combatiente, fue eso lo que lo impulsó a ponerse al lado de los que buscaban justicia para todo un pueblo?

 

No. Fue la necesidad de justica. Fue la situación que me rodeaba, que era igual para la mayoría, pues ya tenía 16 años y, a duras penas, mis padres pudieron pagar mis estudios para llevarme hasta un segundo grado, y eso entonces era casi un privilegio, aunque mis hermanos y yo teníamos que caminar todos los días ocho kilómetros para asistir a una escuelita privada de mala muerte. Fue saber de vecinos y familiares míos que solo tenían posibilidades para comer una vez al día. Fue el abuso de los guardias de la dictadura y la explotación de los mayorales... Fue eso.

 

Entonces se incorporó al Ejército Rebelde,¿ así comenzó?

 

Primero, a inicios de 1957, después de esa visita nocturna de la que le hablé, me incorporé a la lucha clandestina allá donde vivía y en muchas otras zonas donde cumplí misiones de sabotaje y de apoyo al Ejército Rebelde. Exactamente en el mes de marzo, pero de 1958, cuando estaba por cumplir 17 años, es que me incorporo como guerrillero de la Columna 6 del Ejército Rebelde. Esa fue mi fragua como revolucionario.

 

¿Cuál de los combates en que participó recuerda como el más duro e impactante?

 

El de La Maya, en abril del 58. Fue un combate fuerte, en el que la tiranía nos golpeaba por tierra y con la aviación. En lo personal fue muy doloroso para mí, porque vi caer a Marino Muñoz, amigo mío desde la infancia, un campesino pobre igual que yo, y que muchos de los que participamos.

 

Dragoní, como le llaman sus familiares, amigos y compañeros de lucha, no dejó el combate después del triunfo de la Revolución. Participó en la Lucha contra bandidos en zonas montañosas y del llano en los municipios de Imías y San Antonio del Sur. En su trayectoria cuentan su labor en la Campaña de Alfabetización, el orgullo de ser fundador del Bon Fronterizo, devenido insigne Brigada de la Frontera, Orden Antonio Maceo, defensora desde siempre de la soberanía nacional en los límites con la ilegal Base naval norteamericana en suelo cubano.

 

Solo por mi insistencia, me muestra las 13 medallas y condecoraciones recibidas, y las numerosas distinciones y reconocimientos otorgados por sus servicios a la Patria. Los guarda con particular celo. Los mira junto a mí. Le brotan par de lagrimones y me confiesa que se pone sentimental y que eso sí es porque se está poniendo viejo.

 

Pero no lo está. Los hombres sencillos conservan el encanto de la juventud porque la llevan en su alma.

 

Si pudiera dar atrás al tiempo y volver a sus 16 años, ¿qué haría a la luz de la Cuba de hoy?

 

No te imaginas cuántas cosas haría por esta Revolución, porque se merece todo el apoyo, especialmente de la juventud, y luchar contra quienes minimizan sus logros dentro y fuera de la Isla. No todos valoramos, como se debe, el precio que hemos tenido que pagar para vivir en un país con una Revolución tan bonita como la nuestra, que no es perfecta, repito, pero es auténtica y profundamente humana.

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