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productora coco baracoa2Aquí no hay nada que sea fácil. Todo es duro”, asegura Rudy. Si fuera por Rudecinda Arcia Guilarte los canteros donde hoy reverdecen 13 mil posturas de cocoteros, estarían de lado a lado y hasta en la entrada del vivero estatal Playa Duaba de la UEB Centro de gestión de aceite de coco, en Baracoa, donde los tocones todavía “recuerdan” al huracán Matthew.

“Más posturas es más dinero”, Rudy me dice su lógica incuestionable. Aunque también trabajo en igual medida. “Todo aquí, en esta hectárea de tierra, es fuerte. Todo es agachado o vira’o sobre el cantero, desde que seleccionamos los cocos en los semilleros, los acarreamos, armamos los canteros, los sembramos, mantenemos…”.

Se lo siente a sus 48 años, sobre todo en la espalda por los rigores de la faena y los cuatro kilómetros que tiene que recorrer, a pie, entre la ida y el regreso de su casa, en la Recontra.

“No era así cuando empecé aquí. Entonces yo vivía en la casita de al lado del vivero, y trabajaba de organizadora en la Cooperativa de Producción Agropecuaria. Estaba embarazada cuando me ofertaron venir para acá, porque el obrero al frente de la actividad se jubiló por enfermedad”, rememora.

El resto, es su historia como jefa del colectivo del único vivero estatal perteneciente a la Empresa Agroforestal y Coco de Baracoa, donde se siembran fundamentalmente las variedades indio cobrizo, amarillo y verde. “Yo llegué sin saber aviverar, sin saber nada de este sistema de trabajo, pero nadie nace sabiendo, así que aprendí y aquí estoy. Hoy sé hacerlo todo”.

Le ha “cogido las cosquillas”, en buen cubano, y se le nota. Cada proceso tiene su magia, su punto exacto, es línea sutil que hace la diferencia entre una buena o mala cosecha. A veces, es un detalle, como los 10 centímetros de aserrín sobre los que se asienta el cantero, con la idea de que guarden un poco la humedad, o la tierra justa, que sujete al fruto sin taparlo del todo.

Saber escoger el coco de semilla, en las fincas desde Santa María hasta Nava, donde están “los mejores” es lo más importante. “El fruto tiene que ser selecto, estar sano, sin ácaros o manchas negras, y de un tamaño regular, ni muy pequeño ni muy grande. Y que no estén tan secos, sarazos es mejor: porque el coco seco sale más rápido, pero el sarazo pare con más seguridad”, precisa.

Me intriga la cercanía del mar. El mar todo el tiempo, a poquísimos metros tras la duna…, porque uno ve las playas repletas de cocoteros, pero asume que la semilla para fines productivos se produce en otros sitios más amables. “Pero no, aquí se dan mejor, para que usted vea”.

porductora coco baracoaLa falta de semillas, por impagos a los productores, afecta la producción del vivero, que en una hectárea debe entregar al año 100 mil posturas, sobre todo, para el programa de desarrollo de Baracoa.

El Manual Técnico del Cultivo del Cocotero (Cocos nucifera L.) del Centro de Comunicación Agrícola de la Fundación Hondureña de Investigación Agrícola (FHIA), lo explica de la siguiente manera:

“Los cocoteros tienen marcada preferencia por los suelos arenosos (…) En estos lugares fácilmente se observa un mayor crecimiento del sistema radicular y del diámetro del tronco. Debido a la gran demanda de cloro de la planta, la salinidad no presenta ningún problema para el desarrollo de esta planta, por eso es uno de los pocos cultivos que puede verse en las playas o en su cercanía”.

Pero igual hay que adaptarse. “Lo ideal es que tuviéramos riego, y teníamos, pero ya no. Así que esto es en secano, cuando llueve que casi nunca pasa, y ni pensar en acarrear el agua, que está a medio kilómetro, en las bocas -desembocaduras- de los ríos Toa y Duaba”.

Incluso si todo fluye, incluso el agua, el éxito nunca será total. “Hay un 30 por ciento de falla, o sea, de cada 100 posturas, solo 70 se darán para semilla, que luego vendemos a 15 pesos cada una, precio irrisorio, al decir del Primer Ministro, Manuel Marrero Cruz, de visita en el vivero.

Vuelvo a su deseo. Sembrar más. Tener más dinero, porque el salario básico de 2 mil 100 pesos que gana solo cuando están las posturas listas, entre tres y cuatro meses, es demasiado bajo para un cultivo vital del que dependen al menos un trío de industrias y varios productos exportables, y la venta a otras siete provincias. ¿Por qué no se puede?

“Por las semillas. Hoy los campesinos -en sus manos está el grueso de la producción del llamado Árbol de los Cien Usos, incluidos 18 microviveros- prefieren venderlo por ahí, a dárselo a la Empresa, porque se tardan mucho en pagarles. Hasta tres y cuatro meses. Eso a mí no me conviene, pero los entiendo porque tienen familia”, asegura.

No es lo único que falta. A lo arduo se suman los escasos instrumentos de trabajo. Suena a poco porque lo es, pero para ese colectivo de tres ahora mismo otro par de azadones, picos, palas y vagones, más algunos sacos, harían una gran diferencia.

“Pero estamos contentos. Aquí nadie trabaja con disgusto. Yo soy una mujer realizada, siento amor por esto, tengo una familia que me apoya… Lo que hace falta es más atención al hombre, porque estamos aquí como si estuviéramos botados”, espeta.

Y a la mujer, le suelto y me responde, con la lengua fácil: “Y a la mujer, claro. Y así mismo lo puede poner usted ahí”.