La construcción de viviendas de madera o combinadas es una alternativa que se aplica en Maisí, donde todavía viven más de mil familias damnificadas por Matthew. Quizás, más adelante, encuentren las palabras. Ahora, solo hay brillo en los ojos, y sonrisas, y el “imagínese, periodista” cuando les suelto esa pregunta tan cliché pero, en la misma medida fundamental de qué se siente tener una casa nueva y propia.
Tal vez en otro momento encuentren algún “pero” o surjan inquietudes, de momento, las paredes de madera recién pintada, los pisos pulidos con pequeñísimas vetas de colores, y el techo de zinc reluciente…, son suficientes para recomenzar la vida.
Esa, es la esencia de la nueva comunidad de 12 viviendas -portal, sala, cocina comedor, dos habitaciones, baño sanitario y patio de servicio en unos 42 metros cuadrados- que se inauguró para damnificados del huracán Matthew, fundamentalmente, en la zona conocida como La Vega, del Consejo Popular Los Llanos, en Maisí, este 19 de mayo.
Atrás, queda el recuerdo del “Diablo Matthew” -como bautizaron al huracán categoría IV en la escala de Saffir Simpson que el 4 de octubre de 2016 destrozó el 98 por ciento del fondo habitacional del municipio-, los años de espera en facilidades temporales de tejas infinitas y techo de lona, la inseguridad, los puntos suspensivos.
Renacer
Ocho de las 12 viviendas de Los Llanos se entregaron a damnificados calificados además como personas vulnerables como Badavis Reyes.El orden reina en la vivienda de Badavis Reyes Leyva -41 años, auxiliar general de la panadería de Los Llanos- mientras espera por el acto de inauguración de la comunidad, aledaña a otra de “petrocasas” que se entregó también a damnificados del Matthew hace algunos años.
De las paredes de la sala, cuelgan figuras decorativas, un cuadro grande donde sonríe una quinceañera vestida de rosado, y al lado, una foto familiar de menor tamaño. La cocina, tiene una pequeña estantería, y algunas ollas sobre la meseta pulida.
Los cuartos, con las camas perfectamente tendidas con sábanas de flores, terminan de armar la imagen de hogar -que es más que vivienda, que inmueble, que estructura- para la madre y la hija.
“Esto es la seguridad, periodista. No tener que preocuparme cuando llueve, que se mojen o se deterioren mis cosas, porque soy madre soltera ¿sabe? Tengo dos hijos, esa muchacha que está ahí -y me señala a la chica de la foto, más crecida, ahora acostada en uno de los cuartos- y un varón más grande que está en la Universidad”, replica.
¿Y la casa, está bien? Pregunto, a sabiendas de que a inicios de este mes, cuando las doce familias beneficiadas ocuparon sus nuevas casas, los “recibió” un temporal que durante varios días devolvió el agua a los cauces de los ríos en Maisí, por lo general azotados por cruentas sequías.
“El agua corrió un poco afuera, pero todo bien adentro. El techo es ligero, pero está bien puesto y no se coló ni una gota”, me dice con cara de buen augurio.
Muy cerca, su madre ocupa otra de las viviendas de la comunidad que, al parecer, tomará el nombre del día en que fue oficialmente inaugurada, coincidente con la fecha de la caída en combate de José Martí a pocos días de desembarcar por la Playita de Cajobabo.
La casa que le destruyó Matthew a Camila Leyva -66 años y jubilada del sector de la salud pública- era de mampostería. “Pero ese ciclón no creyó en nada. La estrelló por los costados…, y aquí estoy”.
Me deja entrar, me enseña la casa, los muebles -un juego de comedor, camas para su nieto y para ella, y colchones- que les entregaron a los ocho casos vulnerables de la comunidad de manera gratuita, y algunas pertenencias que ha ido mudando de a poco.
¿Algo le preocupa?, insisto. “De la vivienda como tal, no. Pero estoy viendo que nos hace falta algo en qué almacenar el agua, pues los ciclos son entre 15 y 20 días”, contesta.
A unas casas, José Ángel Cantillo está con sus mejores galas, y un poco ansioso. Mientras me acomodo para hacerle algunas preguntas, alguien entra a decirle que esté atento, pues después de los organismos que participaron en la construcción de la comunidad, mencionarán su nombre y el de otros vecinos para reconocer su apoyo durante los cuatro meses que duró la ejecución.
“Yo los ayudaba en lo que podía. Recogía basura, cargaba cosas, les traía refresco… porque estaban construyendo mi casa, las de mis vecinos, algunos de los cuales ya lo eran antes de Matthew. Así que, de alguna manera, esto también lo hice yo”.
Tiene, adentro, casi exclusivamente lo que le dieron como caso vulnerable. La casa está limpia y, lo poco que posee, en orden.
¿Entonces, está contento?, inquiero “Mi casa quedó en el piso, estuve viviendo en el hospital, luego me fui a una facilidad temporal, de esas de tejas negras y ahora tengo esta casita para mí solo, a los 66 años y con unas cuantas enfermedades, imagínese”, explica.
¿Qué planes tiene?, interrogo. “Vivir mejor, tranquilo, porque yo siempre me he llevado bien con todo el mundo, hasta con los muchachos que usted sabe que son…, y quizás buscarme una novia, pero con cuidado de que no quiera otra cosa”, replica, pícaro.
El sueño
“Quisimos que las personas vinieran a vivir antes de inaugurar la comunidad, para que se rectificaran los problemas, si había alguno”, recalcó el Primer Secretario. El trabajo, confirma Yanet Hernández López, viceintendente municipal para atender la vivienda, “implicó construir las viviendas y trabajar en la urbanización con leve movimiento de tierra, aceras, jardinería, un tanque séptico, infraestructura eléctrica, de acueducto…”.
Los costos superaron los 13 millones 500 mil pesos, entre los inmuebles y la urbanización, y se movieron brigadas y esfuerzos de las empresas de Materiales de la Construcción, Epmalco, Provincial de la Construcción, EPCONS, la constructora integral, MICONS; y Agroforestal Maisí, fundamentalmente.
Empeños similares, advierte la funcionaria, se “invierten” en un segundo asentamiento en La Máquina, cabecera municipal, que tendrá 24 viviendas de tipología III (combinadas, con paredes de ladrillos y madera).
“Si hubiéramos esperado a tenerlo todo…, si nos hubiéramos fijado en todos los que dijeron en enero que esto no era posible terminarlo en mayo, no estuviéramos aquí”, dijo por su parte Yoel Pérez García, primer secretario del Partido en Guantánamo, durante el acto de inauguración del asentamiento, y lo repitió varias veces, en cada casa que le hacía recordar a los “incrédulos”.
“Porque es mejor que la gente tenga una casa de madera, bonita…, que viva en una facilidad temporal pasando trabajo(…) Lo hicimos en medio de un momento difícil, con carencias de combustible, de muchas cosas (…) Esto es Revolución. Por eso estamos construyendo y vamos a seguir”, prosiguió el político.
“Cada domingo, durante tres meses, chequeamos la obra hasta tener este sueño, no nuestro, sino de las personas que ya lo viven”, dijo y rememoró la estancia, en el sitio, del Presidente Díaz Canel, quien “orientó terminar la comunidad con calidad, urbanizarla, cuidar los detalles. Y lo logramos”.
Lleva razón. “Tenerlo todo” -en otras circunstancias, lo ideal- significaba esperar por cemento, arena, elementos de pared, piso…, y hacerlo por mucho tiempo, demasiado si tenemos en cuenta que, solo por Matthew, quedan en Maisí más de mil damnificados.
Habría sido, definitivamente, postergar el sueño.