Manos solidarias de dentro y fuera de Cuba contribuyen a la recuperación.
Al pensar en ciclones, fuertes vientos y lluvias acuden por referencia a mi mente, el recuerdo del paso de Sandy en 2012 y de Matthew en 2016; techos y casas perdidas, pertenencias volando, todo bajo llovizna constante; sin embargo, Oscar dejó una huella distinta, este huracán anegó en aguas al semidesierto cubano.
Un acumulado superior a 500 milímetros de precipitaciones en el municipio de San Antonio del Sur provocó inundaciones nunca antes vistas por los pobladores de este territorio costero del Este de Guantánamo.
El panorama fue desolador, turbio, denso, enfangado y triste; y en este contexto artistas locales acudieron a llevar un poco de alegría; mientras invitaban a los niños a la puesta en escena, los trabajadores de la cultura ofrecían sus manos y fuerzas para colaborar en la recuperación.
Así llegamos al poblado sanantoniense de Oquendo, y aproximadamente a 300 metros de distancia de la escuela primaria Mónico Cisneros, conocimos un hogar en el cual cuatro días, luego del paso del huracán no habían iniciado la recuperación.
Al entrar nos mostraron la marca de hasta dónde había llegado el agua, casi hasta el techo. Todo cubierto de lodo, equipos electrodomésticos, armario, colchones, camas, la cuna y el canastillero. El periodismo al decir de mi colega Daniel Esquijarosa, se transformó en dedo que remueve la llaga; y entre suspiros corrían las lágrimas.
“Esta es la casa de mi hija -comenta Eidis Ortiz mientras los hombres sacan lodo con palas y nosotras con haraganes-, prácticamente nueva, se terminó en marzo de este año, aún no se ha terminado de pagar”, y el agua entró hasta en las canaletas de los cables eléctricos.
Le comento sobre la cuna, y me dice de sus dos nietos, uno de dos años y el otro de seis meses de edad, “gracias que fueron para mi casa que queda en un alto -expresa la madre y abuela-, porque con lo rápido que subió el agua no les habría dado tiempo a salir, incluso en la madrugada nos evacuamos en la escuela”.
Y cuatro días después de Oscar, artistas llegaron al poblado, y de su mano, la recuperación a este hogar, allí además de poner sonrisas en los rostros, ayudaron a sacar colchones y otros muebles, a limpiar el lodo, a reanimar.
Una curiosidad llama la atención: por encima de las llaves, perfectamente acomodados e intactos, y Eidis apunta: “son los libros de mi hija, ella es maestra y los ama”. Su sonrisa aflora y mis ojos lloran. Más de una veintena de ejemplares son sobrevivientes, símbolos de que no todo se perdió.
Así, mientras avanzaba nuestra conversación, y salía el fango asentado por días en aquel lugar, saltaba a la vista un piso pulido en colores vivos, señal del renacer de Eidis y su familia con la ayuda de manos amigas.