El paso de los hombres queda estampado en la historia, no por cómo eran, sino por su obra y legado. Ante mí se encuentra un hombre cuya obra resuena y hay que quitarse el sombrero. Todos hablan de él como si de una autoridad se tratase, y lo es; una autoridad histórica.
Cuando lo conoces, puedes afirmar lo que alguna vez dijo Eduardo Galeano; y es que mucha gente pequeña, desde lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo. Más, al contrario de lo que se piensa, Alejandro Sebastián Hartmann Matos no es sólo un hombre de pueblo, de Baracoa. No. Antes de entregarse por completo al terruño y dedicarle casi cincuenta años de su vida al cuidado y preservación de su historia, estuvo muchos años residiendo en La Habana, lugar donde fraguó la voluntad del estudio y la profesión de maestro.
Con su típica guayabera y sombrero, como para resguardarse del sol que lo quiere empequeñecer, Hartmann sorprende por su amabilidad, humildad y familiaridad, tan es así que no puedes evitar sentirte como nieto ante el abuelo. Así me sentí con él.
¿Cuáles son sus orígenes?
Soy Alejandro Sebastián Hartmann Matos, y nací en Baracoa el 30 de marzo de 1946. Tengo setenta y ocho años, bien cumplidos, y estoy orgulloso de haber vivido como hasta ahora: soñando y haciendo realidad lo que idealizo.
Periplos…
Viví en Baracoa hasta que empecé a cursar los estudios secundarios, fecha en que mi abuela materna había decidido mudarse para La Habana y me pidió que la acompañara. Yo era muy apegado a ella y decidí partir.
En la capital estudié en el preuniversitario del Vedado; y luego entré a la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, para estudiar Licenciatura en Español-Literatura. Siempre he tenido la necesidad espiritual de educar, de ser maestro y transmitir mis conocimientos; y de aprender, claro está.
Cuando terminé el pedagógico, cumplí con el Servicio Militar. En aquellos tiempos, duraba tres años y medio, pero me correspondió una labor muy noble y que recuerdo con mucho cariño: junto a otros compañeros, éramos los encargados de darle clases a los demás soldados, los que tenían menor nivel académico, entre tercer y sexto grados.
También estuve al frente de la preparación política de mis compañeros de armas y cuando me licencié, el Ejército Occidental me otorgó un reconocimiento muy importante: Mejor Maestro.
Al salir del Ejército, me vinculé a la Dirección provincial de Educación de La Habana. A oídos de Armando Hart Dávalos, a la sazón Ministro de Educación, había llegado información de mi labor durante el servicio militar; y a petición de él, junto a otros compañeros, partí a la Isla de la Juventud como apoyo a la educación durante dos semestres. Luego seguí en mis labores docentes y hasta llegué a ser metodólogo de Educación en el territorio que hoy es Mayabeque.
¿Y Baracoa?
Siempre tuve la inclinación de volver. Era una atracción, un amor de adolescente, de niño; y que conservo hasta hoy. Nada como volver a ver a mi Yunque, mis ríos, mi naturaleza, mi cacao… Yo aprovechaba cualquier ocasión para hacer el viaje: mis vacaciones, fin de año, el mínimo espacio que tuviera.
Entonces mi abuela fallece y me quedo al cuidado de una tía que estaba bastante mayor. No podía dejarla así, hasta que se casó y le dije “Bueno, tía, yo regreso para Baracoa”. Y vine para acá con mi esposa.
Aclaro que en La Habana yo había tenido un mentor muy importante, periodista y trabajador de la biblioteca pública Rubén Martínez Villena, que fue el que me enseñó a hacer una investigación, a manejar bibliografías y me dio valiosas informaciones, entre ellas, el tema del azúcar en Baracoa, algo inédito por aquellos años. Así que, al llegar a Baracoa, lo primero que hice fue buscar trabajo como inspector en Ciencias, algo que me permitiera desarrollar la investigación.
Labor como historiador y museólogo
Durante mi estancia en La Habana, había aprendido Espeleología, la ciencia que estudia, dentro de la naturaleza, el origen y formación de las cavernas, y estrechado vínculos con el comandante Antonio Núñez Jiménez. Para finales de los años setenta él viene a Baracoa y me propone para dirigir el Museo Matachín, labor en la que estuve más de cuarenta años.
Al asumir el cargo, me vinculé directamente con la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, liderada por mi eterno amigo Eusebio Leal Spengler, cuya abuela materna era baracoesa; y quien en los últimos años me estimuló a crear la Oficina del Historiador de Baracoa y hasta me prohibió hablar de jubilación hasta que todas las labores inherentes estuvieran concluidas.
Todos sabemos que el trabajo de un historiador no termina nunca. Yo lo recuerdo siempre, Eusebio hasta su último respiro, siguió escribiendo la historia.
No soy de formación historiográfica. Soy maestro, pero historiador de sentimiento. Empecé a estudiar Museología ya cuando había asumido el cargo, pero para los pobladores soy Hartmann, el historiador. Cada vez que me ven, me saludan y comentan datos acerca de la historia de su familia, donan materiales y reliquias antiguas: el machete de un abuelo mambí, el cuadro de una alfabetizadora, el sombrero de un viajero ilustre de paso o algunas monedas antiguas, incluso cerámica aborigen. Se puede decir que los mayores aportes a la historia de Baracoa los han hecho los propios baracoenses.
Esta fue la primera capital de la Isla. El primer obispado. ¿Por qué no sentir orgullo de lo que fuimos, somos y seremos? No quitaré el pie del estribo todavía. Tengo setenta y ocho años, pero me siento joven. Tengo mucho por hacer aún.
¿Cómo es un día en la vida de Hartmann el historiador?
En estos últimos tiempos se me ha complicado un poco. Sí. La labor del museo es imprescindible para mí. El camino de ida y vuelta son dos kilómetros que me acostumbré a hacer diario. No sé qué sería de mí en caso de que me privaran de eso. Por suerte y fortuna de la vida, en mi casa, mi familia, es bastante comprensiva.
Durante el camino, es normal que me detenga en la calle a conversar con algún poblador. Siempre hablamos sobre temas de historia, de cultura o de literatura, porque aún soy un ávido lector. No he perdido esa costumbre.
Asombros en la Primada
Algo que me marcó mucho fue cómo hasta la persona que menos te imaginas, es capaz de conocer acerca de datos históricos que ni los más estudiosos saben. Eso me pasó al principio y sigue sucediendo hoy. Creo que es algo típico del ser montuno de esta tierra tan particular, dueña de su tiempo e historia.
Sobre el reciente galardón…
Eso lo ganó el pueblo de Baracoa, no yo. Se lo ganó el que pasa todos los días a las seis de la mañana recogiendo basura y que yo le doy café, el guarda parques, los custodios del museo, el campesino más apartado, los que recogen el cacao y todos aquellos pobladores que de una forma u otra aportaron información y objetos de valor al museo: la gente común y sencilla.
Satisfacciones
Yo he podido recorrer todas las montañas de Baracoa. He viajado en cayuca para llegar al Naranjo del Toa, donde se produjo y otorgó el primer título de tierras durante la primera Reforma Agraria. Decía Núñez Jiménez que había que empezar a repartir tierras justo por donde los españoles habían empezado a despojarnos a nosotros, por Baracoa.
Tuve el placer de viajar, otra vez en cayuca y por el Toa, con Eusebio Leal. Recuerdo que me dijo “Vamos, mariscal. Usted es una personalidad”, y yo le dije “No, maestro. Yo sólo soy uno más de quienes aman esta tierra”.
Yo siempre digo que Baracoa es mi novia, que cada día tengo que andar sus calles como si de besos se tratara; y que es mi inspiración eterna, mi vida, mi sueño. Me moriré diciéndolo, pero para eso falta mucho todavía. Aún tengo cosas por hacer.
Consideraciones acerca de la preservación del patrimonio material e inmaterial en la Primada.
Baracoa tiene un patrimonio en general muy significativo que abarca desde la gastronomía, hasta las formas de bailar el kiribá, el nengón; y las formas de ser del baracoense, incluido su orgullo natal.
Nosotros no tenemos la misma grandiosidad de una Trinidad colonial. Esa arquitectura Baracoa nunca la tuvo. Tampoco las Pilastras Truncadas camagüeyanas, ni el Valle de los Ingenios. Tenemos una madera muy sencilla que son las casas de madera y de estilo vernáculo, que es muy típica. Son particularidades de una cultura que la Doctora en Ciencias Alicia García nombró el criollo baracoano.
Por esa preservación trabajamos todo el equipo de Monumentos y de la Oficina del Historiador, que somos una sola familia, y que, por la difícil situación de los huracanes, a veces tenemos que poner un techo de fibrocemento, pero son la realidad actual.
Este es mi batallar diario. Hartmann, no se cansa.