Momento cultural a cargo del instructor de arte Argiolis Hinojosa Laffita.
Llegar al poblado de Vega del Jobo, localidad del municipio de Imías, significa atravesar un camino serpenteante e inclinado, donde el teléfono se transforma en algo así como un pisapapeles al perderse la señal.
La bienvenida de sus pobladores es cálida y el jolgorio transmitía la alegría de recibir visitas en un lugar en el que estas no son muy frecuentes, sobre todo no de tan lejos. Una merienda primero, luego el joven Argiolis Hinojosa Laffita, instructor de arte, preparó una pequeña intervención musical a modo de calmar el estrés de la serpenteante Farola. Confiesa el muchacho que es, junto a otros dos instructores, artífice de la mayoría de los espacios culturales en el poblado.
Tras un breve descanso nos urgía recorrer la zona, especialmente donde José Martí y Máximo Gómez fueron recibidos por la familia de los Pineda. Tras caminar unos cuantos kilómetros y atravesar un pequeño puente rústico, llegamos al lugar, ahora habitado por Alberto Pineda, nieto de José Pineda y Gregoria Rodríguez. El campesino hizo una relatoría sobre cómo fueron bien recibidos el Apóstol y el Generalísimo y señala impasible el monolito que existe en el lugar que inmortaliza la visita de estos grandes de la guerra del 95 en ese territorio.
Alberto Pineda no vivió lo que sus antepasados, pero no deja de hablar con una seguridad casi teatral sobre cómo intenta pasar sus conocimientos sobre Martí y Gómez a sus hijos. Los Pinedas ya no viven en la misma casa donde fueron recibidos los jefes mambises, la original quedó a pocos metros de allí, destruida prácticamente por el paso de eventos meteorológicos y del tiempo.
En semejante condición al de la casa podría quedar el monumento colocado allí, que ya muestra signos de deterioro y que, por el bien de la preservación de esta tarja, debe dársele un mantenimiento especializado, incluso, puede que sea pertinente su traslado para una locación más segura.
La tarde comenzaba a asomarse, y era necesario volver al centro del poblado inicial, donde un breve concierto de changüí y una caldosa amenizaron el cierre de una jornada que fue extensa y que pedía a gritos un descanso para los foráneos, quienes sin la costumbre de andar por esos lares, se aventuraron a buscar historias donde casi nadie va.
Es que vivir en un sitio sin cobertura telefónica, obliga a redefinir el concepto de comunicación. Aquí es común una mirada directa a los ojos, un apretón de manos para sellar acuerdos, la confianza entre vecinos. En la ciudad, la hiperconexión suele ser una soledad disfrazada, en Vega del Jobo la conexión está, aunque no se mida en megabytes.
Esta ausencia de redes sociales se compensa con las relaciones humanas: noticias que viajan de boca en boca, los chismes como patrimonio colectivo, y la muerte de un gallo es tema de conversación por tres días. La desconexión digital, lejos de ser una carencia, se revela como un lujo.
Vega del Jobo tiene como todos, sus carencias, pero han sabido salir adelante a pesar de las adversidades que suelen enfrentar estos territorios tan alejados de la urbanización, que, aunque aparatosa y ruidosa, suele ser más fácil desde ella, el trámite para la resolución de variadas necesidades.
Con el ocaso persiguiéndonos, cerró el acto de despedida en la acogedora sala de televisión, habitual espacio de reunión y debate que mostraba un panorama muy acogedor, donde los jóvenes llevaban la batuta de sus actividades.
Finalmente, la camioneta arranca, y a medida que nos alejábamos de Vega del Jobo los móviles cobraban vida en notificaciones que ya se percibían como ruidos extraños. Algo cambió con los participantes en esta expedición montuna, aprendimos que incluso en los lugares más alejados se defiende la cultura nacional.