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Screenshot 2025 07 11 at 16 07 46 Venceremos 11 07 2025.pdfEn una ciudad marcada por la historia y las luchas libertarias, como Guantánamo, uno de los lugares que más debiera honrar nuestra memoria colectiva yace hoy en silencio y olvido: el cementerio San Rafael.

Con sus 139 años de historia este camposanto es un palimpsesto de la nación, una ciudad donde los muertos nos recuerdan el sagrado valor de la Patria; sin embargo, la dejadez institucional, el desconocimiento ciudadano y el vandalismo sistemático lo han convertido en un ‘patrimonio’ en peligro de extinción.

Entre mausoleos agrietados y mármoles cubiertos de óxido yacen los rastros de aquellos que alguna vez lucharon por la independencia cubana.

Panteones dedicados a héroes del Ejército Libertador lucen en ruinas, con las inscripciones casi ilegibles. Mientras los restos de muchos de esos próceres fueron trasladados en 1985 al Mausoleo de La Confianza, cabe preguntarnos ¿qué pasará con las tumbas originales que por años alguna vez cobijaron los restos de nuestros mambises?

La tumba original del general Pérez, fechada en 1914, construida en mármol y protegida por columnas, hoy se encuentra en estado regular. La oxidación ha ‘opacado’ su dignidad. El epitafio que le dejó su esposa, Juana Pérez, reza: “Aunque estés muerto, vivirás eternamente en mi corazón y en el de tus hijos”. Pero esa eternidad se desvanece ante la ausencia de mantenimiento, vigilancia y valoración.

El ritual de izar la bandera en su honor ya no se realiza. Y junto a él, también se abandonaron las tumbas de otros patriotas como Francisco Pérez Pérez, Santo Pérez Ruiz, Martí Alayo, Prudencio Martínez, entre muchos otros.

El abandono no es solo material, sino simbólico. Frente al cementerio, en el parque, una estatua dedicada a otro general mambí ha sido vandalizada, y un vertedero ‘crece’ a sus pies. Es el colmo del irrespeto. Quien se acerque a visitar a sus muertos, lo hace entre basura y olores nauseabundos. ¿Cómo aceptar que el homenaje a nuestros libertadores conviva con el deterioro más indigno?

La pérdida de esos espacios no es una anécdota aislada. Es la pérdida de identidad. Es permitir que se borre la huella de quienes construyeron la Patria. Es dejar que la memoria histórica se desintegre entre raíces de plantas invasoras y lápidas rotas. Y lo más preocupante: es un abandono avalado por el silencio institucional.

Entre las entidades responsables del cuidado del cementerio -el Centro provincial de Monumentos, Servicios Comunales, la Oficina municipal del Patrimonio, los historiadores locales o las asociaciones de veteranos- nadie asume el problema como una prioridad. Además, ni siquiera la riqueza patrimonial y simbólica del cementerio San Rafael ha sido suficiente para ser declarado Monumento Local, aún siéndolo por naturaleza. No existe una ruta patrimonial para su visita, ni señalética adecuada, ni guía histórico-cultural que lo ponga en valor.

El panteón donde estuvo sepultado Flor Crombet ha desaparecido o permanece irreconocible, según documenta el escritor Luis Morlote. Y aunque hay tumbas vinculadas a otros momentos importantes -como las del líder campesino Niceto Pérez, el combatiente Ramón López Peña o los internacionalistas-, tampoco esas han recibido el tratamiento que merecen. Incluso, se desconoce la ubicación exacta de muchos veteranos del Ejército Libertador, por falta de registros.

Lo más alarmante es que el deterioro no solo se debe a factores climáticos o al paso del tiempo. Parte del personal encargado del mantenimiento ha contribuido, con malas prácticas, negligencia, e incluso, actos de vandalismo. Lo que debería ser un museo a cielo abierto es hoy una muestra viva de la desmemoria local.

No estamos hablando solamente de lápidas, mármol o tumbas. Hablamos de un legado inmaterial que define nuestra historia. De una narrativa que se construye a partir de símbolos concretos. De héroes que no deberían quedar sepultados en el olvido, ni sus espacios reducidos a ruinas.

A las puertas del aniversario 140 del cementerio San Rafael, en 2026, se impone una mirada renovadora del mismo.

Declararlo Monumento Local no es un lujo, es una deuda. Recuperarlo como espacio de memoria y de enseñanza es un acto de justicia. Convertirlo en ruta patrimonial educativa, en sitio cultural de valor comunitario es más que una necesidad, obligación del Estado, de la sociedad civil y, sobre todo, de quienes aseguran velar por la historia.

Pedro Agustín Pérez no solo fue un general: fue alcalde, patriota, estratega y gestor. Fue quien nombró a nuestro parque central como José Martí, y quien supo tender puentes entre la lucha y la dignidad. Su tumba original abandonada no es un caso aislado: es el espejo de cómo tratamos hoy lo que decimos honrar.

Como sociedad tenemos dos caminos: o permitimos que el olvido sea la lápida de nuestra memoria histórica, o tomamos conciencia y actuamos. Porque los muertos no mueren si los vivos los recuerdan. Y si los lugares que los conmemoran desaparecen, entonces muere también una parte de nosotros.