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centro de deambulantes del cotorro 03 e1718034389153Hay temas que, por dolorosos, a veces preferimos barrer bajo la alfombra. Pero la existencia de deambulantes y otras personas en situación de vulnerabilidad en Cuba es un fenómeno que ya no admite silencios ni eufemismos. Es la Cuba que duele, la que nos obliga a mirar de frente, sin adornos ni justificaciones, y a preguntarnos: ¿cómo llegamos hasta aquí y, sobre todo, ¿cómo salimos de este atolladero?

La marginalidad en Cuba no es un accidente ni una moda importada. Es el resultado de una tormenta perfecta donde confluyen factores sociales, económicos, políticos y humanitarios. No se puede analizar solo desde la óptica de la economía, ni tampoco desde la compasión. Hay que entenderla en toda su complejidad.

No hay que ser un genio para saber que el bloqueo ha puesto a prueba la capacidad de resistencia de nuestro pueblo. El acceso a alimentos, medicamentos y materias primas se ha vuelto una carrera de obstáculos. La pandemia vino a rematar lo que ya era frágil, y las ineficiencias internas -que no podemos tapar con un dedo- han hecho el resto. El resultado: escasez, inflación, desempleo y emigración.

Hoy, muchos jóvenes -y no tan jóvenes- no conciben empleos, ni su remuneración, en el sector estatal. Eso ha estimulado la migración, el auge del negocio privado, la economía informal y, por supuesto, las situaciones de calle. El trabajo por cuenta propia, aunque es un avance, no ha logrado absorber a todos los que necesitan un empleo digno y estable.

Por otro lado, nuestro país siempre se ha vanagloriado de su Sistema de protección social. Sin embargo, hoy, sobre ese colchón, no descansan muchas personas. A pesar de los programas asistenciales del Estado, hay personas que quedan fuera del Sistema: quienes no tienen familia que los apoye, quienes sufren adicciones o problemas de salud mental, quienes migran del campo a la ciudad y terminan en la calle. Miles de historias imposibles de minimizar o invisibilizar.

¿Somos insensibles al problema? ¿Es correcto normalizar esas situaciones? ¿Somos una sociedad solidaria o indeferente?

Nosotros los cubanos nos hemos desarrollado con un espíritu tradicionalmente solidario. Pero el aumento de la pobreza, sí, de la crisis multifactorial que padecemos y enfrentamos, ha devenido en cierta normalización de esos fenómenos, y hasta de la indiferencia. Ya no nos sorprende ver a alguien pidiendo en la esquina, y eso, es el primer síntoma de que algo se está rompiendo en el tejido social.

Creo que negar la realidad nunca, nunca, ha sido -ni será- la opción. Reconocerla, sí. Y actuar, mucho más. Y, sobre todo, quienes desde sus responsabilidades deben sudar, y sudar fuerte, y sentir desde adentro del alma para que poco a poco y cada día le quitemos un trozo al problema.

¿Qué podemos hacer? Un primer paso, ampliar la cobertura de asistencia a personas en situación de calle, con un enfoque especial en salud mental, adicciones y reinserción laboral. Crear más refugios temporales dignos, con atención médica y sicológica, para quienes no tienen un techo seguro.

Promover la formación y capacitación laboral para sectores vulnerables, priorizando a jóvenes y mujeres. Atender cualquier caso de niños trabajando o en situación de calle con políticas de protección integral, como siempre hemos defendido. Fortalecer los mecanismos de detección y respuesta temprana en las escuelas y comunidades.

Y, sobre todo, atender las causas estructurales. Es cierto que no basta con dar pan hoy si mañana no habrá harina. Hay que ‘atacar’ las causas profundas y las instituciones del Estado, y las organizaciones de masas, el pueblo, nuestra gente buena debe trabajar más fuerte en eliminar la desigualdad, la falta de oportunidades, la discriminación y la exclusión.

Hay que revisar y actualizar los programas asistenciales para que lleguen realmente a quienes más lo necesitan.

En Cuba, hasta en los momentos más difíciles, no perdemos la capacidad de reírnos de nosotros mismos. Pero ojo: la ironía no debe ser excusa para la inacción. Si algo nos ha enseñado la historia es que la solidaridad no se decreta, si no que se construye todos los días, con hechos, y no solo con discursos.

Así que, empatía, y corazones abiertos. No se vale mirar para otro lado. Pregúntate qué puedes hacer para que esa persona deje de ser invisible. Porque, al final, la Cuba que soñamos no es la que esconde a sus pobres, sino la que los abraza y les da una segunda oportunidad. Y si alguien te dice que la mendicidad es “normal” en todas partes, respóndele con una sonrisa y una frase bien cubana.