El oficioTiene tanto el maestro de arquitecto como de jardinero, porque diseña andamios del saber al tiempo que riega con atención, abona con estímulo, poda con cuidado. Crea los cimientos de lo que construye con la fe tranquila de que cada semilla brota a su tiempo, bajo su sol.

Sus manos de artesano no trabajan en serie. Lija asperezas, pule talentos, ensambla saberes hasta que el aprendizaje brilla con lustre propio. Cada pieza lleva su huella, pero es distinta a las demás. Su corazón toma la arcilla, la humedece y le da forma, soportando la presión justa que la convierte en vasija, sin que se quiebre.

Disfrazado de bombero, apaga incendios con el extintor de la charla adecuada, la frase certera, la idea precisa, y se vuelve cirujano, para intervenir con precisión milimétrica y enorme delicadeza. Sabe que su bisturí son las palabras, y que un corte mal dado puede dejar una cicatriz.

Es políglota: habla el idioma del amor, de la ternura y la perseverancia. Traduce porque su esencia es descifrar y volver comprensible. Convierte lo denso de los libros en lo concreto de la vida diaria. Transforma la duda en pregunta clara y da voz a quienes aún no la encuentran.

Construye a diario su diccionario personal. A de apuntes: lunes, planificar clases sobre fotosíntesis; martes, reunión de padres del grupo C; viernes de... Esperen, ¿y mi bolígrafo? Respira hondo, sonríe. El suyo siempre se pierde. Sospecha que los alumnos se lo llevan, como talismán.

Es historiador, cronista de la tierra que pisa, porque cuando preguntan ¿quién está a cargo? responde "Yo soy el maestro", y se le agranda el lado izquierdo del pecho, allí al lado de la patria.

Es un evangelio vivo y un aprendiz que lleva puesto, todos los días, el uniforme de los que tienen la osadía de intentar cambiar el mundo porque dentro, mezclado con todo lo demás, también llevan esperanza: lo único que, cuanto más se reparte, más ligera se vuelve.

Y cuando suena el timbre final, no se va. Se queda como el eco de una campana, resonando en los pasillos vacíos. Y vuelve al hogar y duerme con la inquietud de un nombre que debe pronunciar con más suavidad mañana. Y vuelve a comenzar, siempre, con la certeza de que su oficio es, en esencia, el oficio de creer. De creer, contra todo pronóstico, en el próximo amanecer dentro del aula.

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