Despliegue naval de Estados Unidos en el Caribe.
Lamentablemente, el desproporcional despliegue de fuerzas navales y militares de Estados Unidos en América Latina y el Caribe no es nuevo. A lo largo de la historia han sido múltiples y desgarradores los ejemplos de su presencia militar en la región.
Bien lo saben los cubanos, que desde tiempos tan lejanos como los inicios del siglo pasado, Estados Unidos instaló en estas tierras una base naval que llega hasta la actualidad, simbolizando la apuesta de ese país por el uso de la fuerza para resolver conflictos y subordinar gobiernos.
Estudios revelan que en estos momentos las bases militares de Estados Unidos en la región podrían superar las 70, entre grandes infraestructuras como Guantánamo, Palmerola en Honduras, o Tolemaida, Larandia, Tres Esquinas, Apiay, Malambo, Cartagena y Bahía Málaga en Colombia, además de pequeños grupos estratégicamente distribuidos en otros países del continente.
La presencia militar de Estados Unidos en América del Sur y el Caribe también se manifiesta en asesorías militares, que funcionan como mecanismos de control y presión. No en balde, fuentes señalan que en Puerto Rico será prácticamente imposible que el sentimiento independentista se materialice, dada la presencia de decenas de miles de soldados estadounidenses en la isla y la construcción allí de varios campos para probar las más sofisticadas y destructivas armas, con un saldo moral y ambiental incalculable.
Varias son las evidencias de la recopilación de información del Buró Federal de Investigaciones (FBI) sobre líderes y militantes independentistas, lo que imposibilita su accionar.
No existe un país en la región que no haya sufrido los planes más macabros de Estados Unidos: lo sabe Haití, que entre 1915 y 1934 padeció una ocupación militar prolongada por parte de Washington, que controló su gobierno y economía por décadas. Lo saben los cubanos, que derrotaron en Girón una agresión directa y padecieron las consecuencias de planes y operaciones como “Mangosta”, que promovió y aseguró sabotajes y acciones de subversión con grandes costos humanos y económicos.
Y si se continúa hablando del apoyo financiero y militar de Estados Unidos a la muerte y la desaparición en América Latina, no se debe obviar el Plan Cóndor, que instauró tristemente célebres dictaduras militares, cuyos líderes en su mayoría fueron formados en la desacreditada Escuela de las Américas.
Los vuelos de la muerte, las persecuciones, los asesinatos extrajudiciales y el entreguismo total a Estados Unidos caracterizaron a estos regímenes que asolaron la región.
Puede mencionarse también la Operación Urgent Fury (Granada, 1983), mediante la cual una invasión directa de Estados Unidos derrocó al gobierno de Maurice Bishop; o el apoyo a la Contra en Nicaragua para acabar con el gobierno sandinista. Tampoco se puede obviar la Operación Just Cause, en la que el Imperio desplegó más de 25 mil soldados en Panamá para asegurar el control del canal que atraviesa el istmo.
El saldo de vidas y las consecuencias que pagó Panamá por la intervención yanqui fue altísimo. Luego de aquel 20 de diciembre, en ese país la presencia militar estadounidense solo aumentó y se convirtió en un centro de operaciones para los planes más macabros del Imperio en la zona.
Podríamos remontarnos también a la Guatemala de Jacobo Árbenz, al Chile de Salvador Allende, al accidente aéreo de Omar Torrijos —que fuentes aseguran fue provocado por el accionar de la CIA— y más recientemente al Plan Colombia, que ha dejado abierta la herida de la región, agrandando el puñal que Estados Unidos empuña con la excusa de la lucha contra el narcotráfico.
Ese es el actual pretexto para desplegar más de una decena de buques de guerra frente a las costas de Venezuela bajo la operación “Lanza del Sur”, que han sido empleados para el asesinato de más de 80 personas y para el robo descarado de recursos energéticos de ese país.
La actual administración estadounidense recurre a los métodos más grotescos, que para nada son novedosos, pero sí muy dañinos para los pueblos humildes y trabajadores de estos países, que han debido cargar con la maldición de doctrinas e ideas racistas y mezquinas que los catalogaron como el patio trasero de un imperio decadente y poderoso, pero no invencible.
Mientras las cañoneras se despliegan y se renuevan bases militares, la guerra mediática intenta también dominar la mente de los latinoamericanos y caribeños. Esta, junto a presiones económicas, ha logrado plegar a algunos y confundir a otros tantos. Pero la historia también demuestra que las cañoneras yanquis se pueden vencer, y esa es la certeza que debe primar en los pueblos de la región que enfrentan una nueva escalada de esta guerra histórica que les impone el gigante de las siete leguas.
Tomado de Cubasi




