caricatura caja pollo

Tres mujeres golpean, una y otra vez, un recipiente de cartón sellado cuyo contenido está duro como un palo. Piden ayuda a cuantos ven pasar, pero nadie les tiende la mano. Ellas intentan desprender cada pieza de pollo congelado incluido en la caja del alimento que acaban de comprar en un establecimiento de la cadena de tiendas recaudadoras de divisa, TRD por sus siglas, ubicado casi en la esquina del parque central de la ciudad de Guantánamo.

 

Como es problema suyo arreglárselas como puedan, repican el envase contra lo que les parezca suficientemente duro como para descongelar aquello a la fuerza y dividir a partes iguales aquel bloque de hielo y carne. La caja se quiebra de tanto lanzarla contra el pavimento, y se descubre una bolsa de naylon azul que protege la mercancía, pero no hay manera de que se desprendan las porciones.

 

Hay que seguir dando tirones. Al segundo repicón también se despedaza la bolsa de plástico y salen disparados los trozos, caen en medio de la calle, en la acera, en un portal... regados como un juego de yaquis. Y las mujeres cayéndole atrás a sus resbaladizos muslos de pollo, como leonas tras sus presas.

 

Ahora toca contar. Son 60 muslos, entre 3, caben a 20 por cabeza. Y ahí comienza otro dilema: Que no me eches todos chiquitos, que si cogiste para ti todos grandes, que primero hay que separarlos según el tamaño.

 

Y mientras una de las mujeres cuenta, separa y trata de calentar sus manos casi congeladas, las que esperan por lo suyo comentan si no habrá una manera más cómoda para distribuirlo en un establecimiento donde puedan, en mejores condiciones, pesar la mercancía.

 

En las carnicerías, por ejemplo, que se pasan casi todo el mes sin vender nada, dice una. Que eso no es culpa de quienes lo comercializan, comenta otra. Que debía pensarse en un mecanismo más humano, higiénico y respetuoso, añade la que en ese momento está doblando el lomo en plena calle y bajo el sol.

 

Finalmente terminan la dura faena. De las tres mujeres, una casi no puede ni con su alma y agarra su jaba de pollo, pero no la puede sostener porque tiene demasiado años encima y debe caminar unas cinco cuadras hasta su casa.

 

La otra es más joven, pero anda con un bastón y tiene que lanzarse hasta el sur de la ciudad. La otra soy yo, la menos vieja, y mi destino es el reparto residencial Caribe, bien lejos de allí. Qué hago para ayudar a mis compañeras de lucha, me pregunto. Primero llevé a la que no puede con su alma hasta su casa, donde me encontré cómodamente sentadas en un sofá viendo una telenovela a dos jóvenes muchachas.

 

Pero mira que ustedes son abusadoras, me atreví a decirles. Pero es que a ella le venden sin cola porque es impedida, dijo descaradamente una. Yo no podía creerlo, pero eso sucede. Me fui por mi otra vieja. Allí donde mismo libramos la batalla de la descongelación forzada, me esperaba.

 

Sancagié un bicitaxi que no cobrara mucho y la embarqué con el dinero que tenía para la moto que me llevaría de vuelta a casa, pues la mujer, me dijo, andaba con el dinero justo para el pollo. Pagaré cuando llegue, me dije. Y sí, llegué, exhausta y recondenada.

 

Y en el campo de nuestra batalla previa al triunfo de llegar viva y con una jaba de muslos de pollo a casa, quedaron rotas unas cuantas esquinas de escalones, la calle y acera mojada, pedazos de hielo, cartones y nailon despedazados en plena calle Crombet, esquina a Pedro A. Pérez. Porque a esa hora y después de tan inhumana batalla, a una no le quedan ganas de cargar con la basura porque no encuentre un latón donde echarla.

 

Pero este episodio no es único: algo similar ocurre en Pedro A. Pérez y Donato Mármol, donde es mayúsculo el desbarajuste que se arma cuando cerca de allí venden el pollo por caja.

 

Es un drama que, por cierto, no comienza en plena calle, sino dentro de la tienda, cuando frente al mostrador, las empleadas indican a los clientes que si no hacen un trío no se les puede vender. Quien no esté muy enterado de qué se trata, pudiera pensar que le están haciendo una propuesta indecente. Pero no, hacer un trío en el argot de la venta de pollo, significa que se despacha una caja para tres núcleos y por la libreta de abastecimiento.

 

Y ese es otro rollo, que logres hacer rápido una tripleta. Si ya no llegas en trío, pues tiene que esperar que lleguen solistas hasta completar el conjunto. Ya con la masa en la mano, digo, en el mostrador, entonces sucede que cada cual no puede pagar por su mercancía. Por ejemplo, la caja de las tres mujeres de esta historia costó, con un paquete de detergente convoyado, 786 pesos, o sea, 262 pesos por cabeza.

 

Un integrante del trío tiene entonces que hacerse cargo de recoger ese dinero y pagar en caja. Y ahí viene otro problema. Ya nada cuesta un peso, incluso ni de 3 y de tal manera ningún integrante de nuestro trío, ni del otro, ni del siguiente ni el de más allá, tenía billete de esas denominaciones. En la caja tampoco y allí se quedan los vueltos que vaya usted a saber a qué bolsillo irán a parar tantos pesos sueltos, que unidos deben hacer una buena suma, pues en esos establecimiento no se vende pollo a tres gatos, como dice el cubano en referencia a poca cantidad.

 

Después de este inicio tortuoso, es que viene entonces ese drama terrible para que cada persona tome lo suyo. Es un mecanismo que hasta hace poco solo se aplicaba en Guantánamo en las TRD, pero que acaban de decidir que también funcionará de esa manera para los que pertenecen a la cadena de tiendas de la corporación CIMEX. O sea, que la escena de los tríos descogelando cajas en plena calle, y todo lo demás, se puede poner peor.

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