manos compuMe han dicho muchachita. Fueron unos borrachitos del barrio, sentados en el parque de la esquina de mi casa, donde hay una construcción residencial que tiene pintada en una de sus paredes la enseña nacional. El edificio de la Bandera le dicen.

 

Allí estaban ellos cuando pasé con mi jaba de maíces tiernos, bien temprano en la mañana. Venga de quienes venga tal piropo para una mujer de 60 años, es bien bonito.

 

Los saludé afectuosamente y me les acerqué, porque esos no son unos borrachitos cualquiera. Alzan demasiado el codo ahora, pero antes, uno se empinó y fue a la guerra, en África; otro fue alfabetizador; los demás no sé exactamente qué hicieron en otras etapas de su vida, pero la gente de su barrio los quiere, porque a no ser esa tomadera de lo que aparezca y contenga alcohol, no hacen nada malo y son buenas personas.

 

Aunque a uno, me ha dicho la gente, en cualquier momento lo deportan por hablar bobería cuando está muy ebrio; también que vino de visita hace como 20 años y lo han pela’o por hacerse el de los dólares.

 

Bueno, cuando me acerqué al piquete, sacaron una botella de debajo del banco donde estaban apilados, y me brindaron.

 

-Tenga, me dijo el que se hizo el millonario y ahora está que parte el alma.

 

- ¿Y eso qué es?, le dije haciéndome la que no sabe qué es el carambuco.

 

-Le dicen “duermeteminiño”, sabe bueno, me dijo el que anduvo enseñando a leer y escribir allá por los 60.

 

-Qué va, eso no lo bebo, ni aunque le llamen “despiertatemiamor” -le contesté, y ellos atacados de la risa. Y cuando me disponía a irme con mi jaba de maíces tiernos, el que en cualquier momento lo deportan (como dije, según la lengua de la gente del barrio, y la mía que no es muy santa) me detuvo:

 

-Aporte una mazorquita pa’l ajiaco del CDR.

 

-¿Y qué ajiaco, si hoy no es 28 de septiembre?

 

-Aquel, ya tenemos la olla montada, vamos a festejar cuando terminen las votaciones en el colegio electoral.

 

Me extrañó el tamaño de la olla, bastante pequeña para todo el CDR. No obstante, se la obsequié, pues los cubanos si es para fiesta y pachanga celebramos lo que sea y si es un acontecimiento importante, ni hablar. Pero justamente cuando iba a dar mi contribución, una risa desde lo alto del edificio se dejó escuchar:

 

-Ja, ja, ja, le tumbaron maíz a la periodista, diciéndole que era un ajiaco del CDR.

 

Ellos se atacaron de la risa, pero aun así les regalé cuatro de mis 20 mazorcas de maíz tierno, y me fui.

 

Unas horas después, casi al anochecer, siento unas voces que me llaman insistentemente:

 

-Periodista, periodistaaa...

 

-Voy, ya voyyy.

 

Eran los borrachitos. Cuatro en total y uno al lado del otro, como en formación. Les dije que ya los maíces habían pasado a la historia, si es lo que querían.

 

-No, tranquila, tenga, tome un poquito de ajiaco, dijo mientras me acercaba un pozuelo quien parecía el maestro de aquella ceremonia, un morenito flaco y con los ojos redondos como dos huevos fritos.

 

-Tragué en seco. No podía despreciarlo. Y cuando me dí el primer (y único) trago, al unísono se llevaron una mano a la altura de la frente, a la usanza del saludo pioneril en Cuba, que en tiempos de elecciones es la evidencia inmediata de que el acto constitucional de votar se ha cumplido, y dijeron en voz alta, casi en un grito, desordenado, pero encantador:

 

-¡Votó!

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