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nueva forma de llamadasLa verdad es que con ciertas cosas que suceden, cualquiera pudiera decir, o escribir, una expresión obscena, que se le atribuye a Armando Calderón, cuando allá por los años 80 la Televisión Cubana nos regalaba divertidísimas películas del cine silente de principios del siglo XX, y el célebre narrador cubano le ponía voz y efectos sonoros.

 

Pero no la voy a decir, queridos amiguitos, papaítos y abuelitos, como expresaba, al dar la bienvenida al espacio el bien llamado hombre de las mil voces. No hace falta, porque con esas referencias cualquier cubano, en el lugar de este mundo donde se encuentre, la debe recordar. Y quienes no, pues que pregunten, porque aunque deseos no me faltan, no la voy a escribir.

 

Dígame, usted, qué diría si llega a su bodega ahora mismo a buscar el arroz y el azúcar que le faltaba por recibir de su canasta básica, por ejemplo, y le sueltan así, sin “adorno” alguno, que anoche robaron en la tienda. Tal vez diga “de madre”, pero lo más seguro es que rememore al célebre narrador y suelte la frase que hizo más popular aquel programa televisivo.

 

Entonces, aterrizo con una historia, breve, pero que contiene aleccionadora moraleja:

 

Serían las diez de la mañana cuando, teléfono en mano, marco el número de una empresa de nivel provincial:

 

-Buenos días...

 

-Ya aquí no hay nadie, yo no soy la recepcionista y los jefes están reunidos, me interrumpe y responde una voz femenina, sin ni siquiera corresponder con el saludo.

 

-Pero, cómo que no hay nadie, si apenas comienza la jornada laboral y...

 

-Ya le dije, llame mañana, volvió a cortarme la inspiración la descolocada, y puuf, colgó el auricular.

 

Volví a marcar, porque algo le tenía que responder, sí señor.

 

-Mire, compañera...

 

-¿De nuevo tú, mi’ja? Ya te dije que no hay nadie y...

 

Intentando que no me volviera a dejar con el auricular en la mano, esta vez fui yo quien la interrumpió:

 

-Dígame una cosa, si ahí no hay nadie, ¿usted qué es, un fantasma?, le pregunté.

 

-Deja la falta de respeto, soy ingeniera, jefa de un Departamento, y ya me voy también...

 

Y me colgó.

 

Después de acordarme de Armando Calderón, y repetir para mis adentros la frase aquella que a veces exclamamos en situaciones absurdas como esta, volví a marcar, porque necesitaba un número telefónico de una empresa similar, que ya había intentado conseguir con Etecsa, la que está en línea con el mundo, y me dio uno equivocado. Remarqué y, en efecto, ya la mujer “fantasma”, se había ido. En su lugar me salió otra voz femenina, pero atenta y suavemente:

 

-Buenos días, ¿en qué puedo servirle?

 

No podía creer que fuera la misma empresa. No, es que marqué mal, me dije. Me disculpé, colgué, verifiqué el número y volví a marcar. Y de nuevo la misma voz. Pregunté si era la entidad que buscaba, y sí, la misma. Atolondrada la interrogué:

 

-¿Qué me dijo?

 

-La saludé y pregunté en qué le puedo ayudar...

 

-Disculpa, corazón, buen día.

 

-No se preocupe, dígame qué desea.

 

-¿Me podría facilitar el teléfono de la Empresa de Desmonte y Construcción?

 

-Un momento, por favor.

 

Unos minutos después...

 

-¿Tiene con qué anotar?

 

-Sí, adelante. Me dio el teléfono correcto, y le agradecí. Pero yo estaba tan descolocada con tanta amabilidad, que interpelé:

 

-Disculpe, compañera, no me presenté, soy periodista, y usted ¿es la recepcionista?

 

-No, pero sentí la insistencia de la llamada y respondí.

 

-Pero ¿cuál es tu trabajo ahí?

 

-Empleada de limpieza, pero fue un placer haberla ayudado...

 

Placer y suerte es encontrarse con personas así. Que nos hacen recordar la mencionada frase, pero en el sentido de que de nada valen rangos y títulos si en el ser humano no anidan la buena educación y la empatía.