Para los que habitamos en Guantánamo, sentimos, entre nuestros más preciados orgullos, el ser hijos de esta tierra singular y heroica por donde, después de años de exilio, nuestro Héroe Nacional José Martí se reencuentra con su amada Patria.
Este 11 de abril se cumplieron 130 años, de aquel histórico desembarco por Playita de Cajobabo. Llegan a la Patria, para incorporarse a la guerra contra el yugo español iniciada el 24 de febrero de 1895, una mano de patriotas liderados por el veterano General Máximo Gómez, y entre ellos, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano y artífice y organizador de aquella contienda necesaria.
Es Martí, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano, el último en bajar de la embarcación, y tras saltar al empedrado terreno, siente la Dicha Grande de estar en Cuba.
Pero, el conocimiento del Maestro de Guantánamo se sucede años antes; primero, a través de su amigo queridísimo Fermín Valdés Domínguez, radicado en la villa de Baracoa, y luego al nombrar como Delegado del Partido Revolucionario Cubano en la región al patriota Pedro Agustín Pérez, la figura más excelsa del mambisado en el Alto Oriente cubano.
Unos años antes, en 1889, por tierra guantanameras llega por vez primera a Cuba La Edad de Oro, revista que escribiera José Martí para los niños de América, y de la cual solo se publicaron cuatro números.
El 27 de julio de ese año el Maestro escribe a su entrañable amigo Amador Esteva, patriota santiaguero radicado en la villa de Guantánamo anunciándole la llegada por correo de los primeros 20 ejemplares de la publicación para su distribución y comercialización, una misión que Martí calificó como “una tarea del alma”.
"Esta carta no se la escribiría si no le hubiese ofrecido al editor de La Edad de Oro, buscarle por medio de usted, un buen agente en Guantánamo y le ruego que recoja del correo, ese paquete de veinte ejemplares del primer número que le va certificado", escribía el Maestro a Esteva, a quien confió la representación, promoción y circulación de La Edad de Oro, tarea que definió como "empresa del corazón y no de mero negocio".
La Edad de Oro llegó al Ateneo Cultural Centro La Luz, (actual calle Calixto García esquina a Emilio Giró), entonces el más importante de la ciudad y donde primaba la defensa de lo mejor de la cultura cubana del siglo XIX.
En 1895, desde su arribo a tierras guantanameras comienza para el Apóstol el gozo de un nuevo encuentro con la naturaleza de su país, es un torrente de sensaciones que mucho disfruta y que no experimentaba a plenitud desde los tiempos en que siendo un niño su padre lo lleva a pasar una temporada en Hanábana.
Su primera noche en Cuba la duerme en el suelo de su tierra amada y extrañada en décadas. En el territorio perteneciente al actual municipio guantanamero de Imías escribe sus primeras impresiones del paisaje patrio.
El 14 de abril apunta en su diario: “Día mambí. Salimos a las 5. A la cintura cruzamos el río y recruzamos por él. Luego, a zapato nuevo, bien cargado, la altísima loma, de yaya de hoja fina, majagua de Cuba y cupey de piña estrellada. Vemos acurrucada, en un lechero, la primera jutía. Y a continuación: Loma arriba. Subir lomas hermana hombres”.
Es también en estas lomas guantanameras donde, rodeado de la exhuberante vegetación de Monte Tavera es ascendido al grado de Mayor General. Mientras el día 18 en Monte Pavano nos narra: “Decidimos dormir en la pendiente. A machete abrimos claro…La noche bella no deja dormir. Silva el grillo; el lagartijo quiquiquea y su coro le responde; aún se ve, entre la sombra, que el monte es de cupey y de paguá, la palma corta y empinada; vuelan despacio en torno a los animitas; entre los nidos estridentes, oigo la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima”.
En tierra guantanamera es donde Martí se hace soldado, emite decisivas circulares a los jefes, para la conducción de la Guerra Necesaria. Es donde el Presidente, como todos lo llaman, vuelve a disfrutar de los baños en el río, de las comidas criollas, del café con miel de abeja, del jugo de la caña y siente “paz del alma”.
Es donde “la noche bella no deja dormir”, y contempla las estrellas desde su hamaca y avizora la libertad de Cuba, esa que se debe extender por las Antillas y caer sobre nuestras tierras de América.
La misma por la que ofrenda su vida, el 19 de mayo de 1895, cuando tres balas lo hacen caer de su caballo Baconao, para alzarse desde ese día a la inmortalidad.
El primero de mayo de 1895, el Mayor General del Ejército Libertador y Delegado del Partido Revolucionario Cubano José Martí, tras recibir una bandera cubana de manos de Juana Bautista Pérez, esposa del caudillo guantanamero Pedro Agustín Pérez, dejó estas tierras del Alto Oriente que lo acogieron durante 20 “días bellos y recios”.