¡Hola, amigos de Contigo! ¿Alguna vez han usado o escuchado la expresión "Eso no lo hace ni 'Mazzantini, el torero"? Seguro que sí, porque esta frase forma parte de nuestro refranero popular, usándose cuando algo parece imposible de lograr. Pero, ¿sabían que detrás de estas palabras hay una historia fascinante llena de glamour, valentía y hasta un poco de romance?
En la sección de hoy, para los amantes de la historia, nos adentraremos en la vida de un personaje que no solo dejó huella en las plazas de toros de Cuba, sino que también se convirtió en leyenda gracias a su carisma, su estilo inconfundible y una vida tan intensa que parecía sacada de una novela.
Un torero de moda
Luis Mazzantini y Eguía nació en 1856 en Elgóibar, un pequeño pueblo del País Vasco. Hijo de un ingeniero italiano y una madre vasca, su vida pudo haber sido muy distinta: estudió en Italia, donde se graduó como bachiller en Artes, y durante un tiempo trabajó como secretario en la corte del rey Amadeo de Saboya. Pero Mazzantini, ambicioso y con un carácter audaz, decidió que su destino no estaba entre libros ni protocolos reales, sino en el emocionante y peligroso mundo del toreo.
En una época en que la mayoría de los toreros venían de entornos humildes, Mazzantini destacó por su educación refinada y su elegancia, lo que le valió el apodo de "el señorito loco". Nadie podía negar su talento: confirmó su alternativa como matador en Madrid en 1884 y pronto se convirtió en uno de los toreros mejor pagados de España, llegando a ganar hasta seis mil pesetas por corrida.
No solo era conocido por su destreza en el ruedo, sino también por su estilo fuera de él. Mientras otros toreros vestían con sencillez, él lucía trajes de luces de color verde esmeralda y, fuera de la plaza, adoptaba la moda de la burguesía más elegante. Era un amante de la ópera, las tertulias literarias y la compañía de artistas. Su presencia llamaba la atención tanto como sus faenas, y no tardó en convertirse en un ícono popular.
En 1886, Mazzantini viajó a Cuba contratado para una serie de corridas. El éxito fue tal que, en lugar de las 14 funciones pactadas, terminó realizando 16. La Habana, que ya tenía una larga tradición taurina, lo recibió con entusiasmo, y pronto se convirtió en el centro de atención de la alta sociedad.
Pero su estancia en la isla quedó marcada por un encuentro inesperado: la actriz francesa Sarah Bernhardt, una de las mujeres más famosas del mundo en ese entonces, asistió a una de sus corridas. Mazzantini quedó tan prendado de ella que, según cuentan, hasta organizó una "becerrada" (un espectáculo con toros jóvenes) para impresionarla. Aunque Bernhardt no era experta en el arte del toreo, se dice que, entre risas y nervios, logró enfrentarse a un becerro bajo la atenta mirada del torero.
El romance entre ambos fue el chisme del momento en La Habana, y hasta llegó a Europa. Tanto se habló de su relación que, en cierto punto, Mazzantini descuidó sus actuaciones, más enfocado en cortejar a la diva que en su trabajo en el ruedo.
Tras su retiro de los toros, Mazzantini demostró que su talento no se limitaba al arte de la tauromaquia. Se dedicó a la política en España, donde ocupó cargos importantes como concejal en Madrid, gobernador civil e incluso teniente de alcalde. Su vida fue una sucesión de logros, como si nada se le resistiera.
Cuando su esposa falleció en 1905, Mazzantini, fiel a su carácter dramático, cortó su coleta (símbolo de los toreros) y la enterró con ella, jurando no volver a torear. Y así lo hizo.
¿Por qué decimos "Eso no lo hace ni Mazzantini el torero"? La frase nació precisamente por su fama de hombre capaz de todo: torear con elegancia, seducir a una estrella internacional, imponer modas y hasta triunfar en la política. Si alguien como Mazzantini, que parecía lograr cualquier cosa, no podía hacer algo… entonces era porque realmente era imposible.