La prosa, las cuerdas y el verso amigo, sumado a la escena bañada por calor corporal, el frío del clima y la noche incipiente, fueron los elementos que hicieron del concierto de Eduardo Sosa, para los cruzados teatrales, una presentación digna del recuerdo, el respeto y la trascendencia.

Para muchos, sobre todo extranjeros y los que no ostentan el deleite de haberlo escuchado en vivo, fue algo quizás hermoso y emotivo, pero para mí, que lo he visto entonar sus cantos en escenarios de alcurnia, rodeado de luces y público admirador; y de pronto tenerlo frente a mí, casi codo a codo, cantando junto a nosotros las mismas canciones con las que de pequeño crecí, fue algo más que mágico. No existe término aún para decribirlo. De eso tengo la certeza.

“No cantaré mis canciones porque siento que estoy trabajando. Eso no. Aquí estoy dando mi alma porque quiero. No es una obligación”, fue la sentencia con la que empezó todo. “No existe manera más humilde y respetuosa -continúa-, que honrar la memoria de aquellos que antes de nosotros (refiriéndose a los trovadores actuales) defendieron la canción de autor”.

En la velada resonaron nombres como Pepe Sánchez, el sastre santiaguero y referente, casi la génesis, de la trova tradicional; Miguel Matamoros, el chófer que compuso los versos que llevamos impregnados en nuestro ADN y líder del famoso trío homónimo; Maria Teresa Vera, autora por antonomasia; y otros tan grandes como Sindo Garay y Mariano Corona. Fue un bosquejo, un viaje a través de la música cubana y sus historias, al parecer bien sabidas por Eduardo Sosa.

¿Cómo no emocionarse e, incluso, llorar ante la voz de este señor, vestido con ropas sencillas, sentado en el teatro de un preuniversitario, con la noche a su espalda y un público que, si bien escaso (no pasamos de 50 cruzados), coreaba y cantaba junto a él? Yo lo hice. También derramé alguna lágrima cuando todos gritábamos ¡Bravo! y nos poníamos de pie para aplaudir. Honor a quien honor merece, y este señor lo merece de sobra.

“El próximo año vengo de nuevo porque sí. De eso pueden estar seguros”, dijo mientras se levantaba para servirse un traguito de ron y volvía a su sitio. Hay un dicho popular entre los cantores que dice “la trova, sin trago, se traba”. ¿Y cómo negarlo si, cada vez que se levantaba a servirse, parecía que afinaba más la voz?

Sosa, como le conocemos y mentamos aquí, creo no pertenece a este espacio, a esta época. No sé si proviene de un futuro mejor o un pasado glorioso. Créanme que no lo sé. Pero de lo que sí tengo conocimiento es que necesitamos más hombres como él, capaces de enternecer con su voz y su canto hasta los corazones más duros.

Cayó la noche y con ella la oscuridad, aguzada por la falta de fluído eléctrico. Las linternas no se hicieron esperar. Eldis Cuba Milán, renombrado titiritero, trajo una linterna potente y los demás cruzados usaron las de sus teléfonos móviles. Nada es impedimento para cantar; y aquí estamos cantando.

El clima de La Clarita, comunidad del municipio de Yateras, suele ser agresivo por sus bajas temperaturas y eso nos afectó. Aún así, nadie se atrevía a buscar sus abrigos.

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