Verano guantanamero 7

Se dice Verano por la Vida y el eslogan debería bastar para que se comprendiera la principal misión de cuantos apostemos por disfrutar de esta etapa estival: cuidarnos todos.

 La presencia del hipoclorito -una vez más en la entrada de instituciones de recreo-, el uso del nasobuco (que llegó para quedarse), el distanciamiento que obliga a reducir las capacidades en los laboratorios de los Joven Clubs, Casas de Cultura, parques, bibliotecas… son algunos de los indicios que demuestran lo atípico de este periodo, de por sí complejo, porque implica, además, estar alertas ante el cuidado de los niños (de vacaciones todos) para evitar posibles accidentes y complicaciones en medio de una temporada ciclónica, que, para colmo de males, comenzó muy activa. 

Sin duda, para la familia cubana este verano será todo un reto, que solo unidos superaremos, pues aun cuando estamos en la fase 3 de la posCOVID-19, resultado del trabajo realizado en Cuba ante el avance del nuevo coronavirus, la idea de que el peligro aún nos asedia es un hecho incuestionable, en especial si tenemos en cuenta los retrocesos increíbles en el resto del mundo y los más recientes eventos de transmisión local acontecidos en el Archipiélago (caso de Artemisa, por ejemplo).

 Mientras unos se sientan a ver (o criticar) frente a la TV cómo en los últimos días el número de casos activos creció sustancialmente, desafiando todos los pronósticos, y obligando al Gobierno y a las autoridades sanitarias a repensar las estrategias internas, vale realmente una pregunta: ¿cuántos hemos tomado el tiempo necesario para reflexionar si nuestra forma de actuar últimamente contribuye a reducir el riesgo constante de recaer en epidemia?

 Recuerdo, como si fuera ayer, que algunos agradecían que en junio aparecieran pocos casos positivos; también el temor de quienes escuchaban a diario el parte noticioso que anunciaba los números in crescendo de enfermos en Las Américas; el estrés de saber que entraban viajeros, conocer que se habían detectado sospechosos y más cuando se confirmaban nuevos contagiados (incluso si eran importados, o sea, que se encontraban fuera del país, aclaro).

 Sin embargo, a más de un mes de iniciada la recuperación, pareciera que aquellos días de confinamiento quedaron en el olvido, y con el júbilo por gozar la etapa estival se fue parte del protocolo sanitario que nos mantuvo a salvo a la mayoría cuando peor estaba la situación con respecto al virus; ya ni se percibe el miedo a caer víctimas del patógeno. 

 No han sido pocas las evidencias de que al restablecerse las actividades económicas, abrir los establecimientos gastronómicos y comerciales, el transporte, los bares y, sobre todo, las áreas de baño, cada vez son menos los que mantienen las tan reiteradas medidas higiénico-sanitarias; sucede que hasta la exigencia por parte de las instituciones y organismos controladores ha disminuido en muchos espacios públicos.

 Sí, los grandes eventos festivos se suspendieron, y la vigilancia epidemiológica continúa en los hospitales, policlínicos, consultorios… pero de qué vale ese esfuerzo si hay quienes irresponsablemente celebran cumpleaños, encuentros entre amigos, aglomeraciones en las que ni siquiera se vela por el uso de las mascarillas, que ciertamente debieron permanecer obligatorias.  Las desorganizadas colas son otro mal ejemplo de violaciones reiteradas a las normas y de indisciplina a la vista de todos.

 La terquedad humana, la soberbia e ignorancia siguen ganando terreno, y mientras los gráficos tambalean, la vuelta a la normalidad y el Verano se han vuelto más preocupantes que el periodo anterior en plena epidemia. Sin embargo, aún estamos a tiempo de repensar nuestra forma de actuar, como individuos y sociedad, aunque sea por instinto de autopreservación como especie, familia y comunidad.

 No estamos en cuarentena, el Estado no puede ni debería volver a paralizar el desenvolvimiento en las ciudades, solo porque no somos capaces de autoregularnos. Hay que hacer un llamado a la conciencia, insisto, y de ser necesario, deben realizarse acciones para erradicar esas prácticas riesgosas que hoy proliferan. 

 Vivir el Verano con precaución no implica renunciar al placer que nos brinda dicha etapa, además de visitar lugares públicos cumpliendo siempre con el estricto distanciamiento social, igualmente se puede leer la prensa, libros, ver películas, series, chatear en redes sociales, ir a los Joven Clubs de Computación, prepararse para el reinicio del curso escolar, practicar deportes, dormir, estudiar, aprovechar al máximo el tiempo…

 Cada uno de nosotros tiene en sus manos la seguridad propia y la del país, ese que siempre decimos querer construir y pensar juntos. Muchos han sido los sacrificios y logros en estos duros meses de confinamiento, pero de nada valdrán si volvemos atrás; la responsabilidad y el combate a cuantos atenten contra la recuperación hoy, deberán ser claves para disfrutar a plenitud lo que resta del Verano.

Comentarios   

0 #1 Fela 07-08-2020 13:01
Pero mi pregunta es al Verano en Guantánamo, yo quiero ir a la Playa con mi familia, como voy, si todas las reservaciones para el campismo están vendidas, si Guantánamo hasta ahora no conozco que garantiza transporte para aquellas personas que no pudieron dormir en una cola para reservar para el campismo, yo no puedo pagar a un particular, para disfrutar de un día de playa, ¿porque no se habilitaron guaguas por diferentes puntos de la ciudad para que el trabajador, el ama de casa, los jubilados, los niños por su puesto. Pudieran disfrutar de estas instalaciones. En todos estos meses en casa protegiéndonos de la Covid, veíamos en la TV como Santiago de Cuba recuperaban sus instalaciones turísticas, Bayamo, Holguín, ni hablar de la capital, y Guantánamo, ¿ que paso?, pero esto pasa hace muchos años.
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