El bosque devorado por las llamas, que pudiera llegar a ser de hasta 3 mil hectáreas según cálculos preliminares, acogía una rica biodiversidad, y tardará años en rehabilitarse.
Desde la zona del siniestro, vía celular, el jefe de Guardabosques de la provincia de Guantánamo, teniente coronel Armando Orozco, aseguró este miércoles que “el incendio está controlado, aunque se mantienen algunos focos”, incluido uno que se fue de control el primero de mayo, y ese mismo día fue acorralado.
“Quemó algo de área nueva y tuvimos que correr la línea de control, que es la que vigilamos ahora. De manera general, lo tenemos arrinconado en una pendiente muy inclinada cerca de la zona de Loma del Mulo, en el cañadón de un río. Eso implica mayor humedad y que queme más lentamente”, detalla a Venceremos.
“Pensamos que se haya salido del área por vía aérea, por medio de una pavesa (partícula incandescente que se desprende de un cuerpo en combustión) que haya sido arrastrada por el viento, desde las copas de los árboles..., pero también pudiera ser un animal en llamas”.
La extinción definitiva de ese foco, precisa el teniente coronel, “depende de la aviación -que apoya con un par de helicópteros de la base de Holguín-, pues está en un terreno realmente abrupto”.
Aclara, también, que “la reavivación de focos remanentes en incendios de esa magnitud, es un proceso normal, y que se mantiene una estricta vigilancia de las fuerzas especializadas sobre las áreas, con la guardia de ceniza”.
“La realidad, añade, es que hay bastante material combustible acumulado durante casi cinco años en ese bosque y en toda la provincia, que sumado al tiempo, favorece la ocurrencia de estos siniestros y su fácil propagación.
“Nos alertaron que este año la temporada crítica para la ocurrencia de incendios, entre el primero de enero y el 31 de mayo, iba a ser activa. Y así ha sido: las fuerzas de guardabosques hemos combatido varios incendios, incluido uno en El Zorzal, de Manuel Tames”.
Las trochas cortafuegos y la contracandela, fueron las principales acciones de las fuerzas a pie, con apoyo de medios especializados.Rafael Wilson Castellanos, especialista del Cuerpo de Guardabosques local, confirma 23 incendios forestales, incluyendo el de grandes proporciones de Yateras, y el mencionado de la zona tamense, de mediana magnitud. El resto de los siniestros afectaron a Imías, San Antonio del Sur, Maisí, Niceto Pérez, Baracoa e Imías.
“El peor momento fue en la segunda quincena del mes pasado, cuando nuestras fuerzas tuvieron que lidiar con varias igniciones a la vez. En este momento, además de Yateras, trabajamos en la zona de La Cueva, en el límite de Casimba y la provincia de Santiago de Cuba, que ya está controlado”.
En general, reconoce el experto, “ha sido una temporada mucho más activa de lo que habíamos previsto”.
“El trabajo era muy duro, pero más, ver lo perdido”
Dice Leonel Roque Frómeta (55 años) que lo peor es ver cómo el esfuerzo de años de plantar pino se hace ceniza en pocos días, y sentir el calor intenso de las zonas cercanas adonde las llamas queman. El trabajo de extinción, agrega, es también duro y casi siempre se hace de manera manual.
Terrible la visión de las llamaradas dominando en el horizonte, de la candela que se trepa, como animal furioso y voraz, tronco arriba, por encima de los 20, los 25 metros de altura, en un santiamén, y suena -suena, sí- como si el mundo entero se estuviera resquebrajando.
Tiene en la mente, de tanto contarlo y revivirlo, una cronología clara de los primeros días, desde que el 16 de abril, sobre las dos de la tarde, se le informara, como coordinador de Programas y Objetivos de la Defensa de Yateras, la presencia de un incendio de gran intensidad en los límites con Moa.
La primera reunión del Consejo de Defensa fue, precisa, seis horas después. La información, a esas alturas, llegaba de la mano de los primeros guardabosques que bajaban del sitio donde se originó el siniestro, “una zona en el área de El Yarey, entre los límites de Yateras y el río Jaguaní, ya en territorio holguinero”.
Un lugar virgen, de grandes pinos y otros árboles de madera preciosa, sin caminos trazados, abrupto, al que se llega a pie porque no hay máquina ni bestia suficiente para romper ese monte, distante a unos 20 kilómetros de Palenque y a 15 de Ojito de Agua, donde pernoctan los guardaparques.
Esa misma noche “se movilizan las fuerzas especializadas de guardabosques del territorio, especialmente los circuitos de Korea, La Carolina y Palenque. Unos 30 hombres que llegaron de madrugada el 17, y no esperaron el claro para empezar a trabajar, hasta bien entrada la tarde”.
Lo que tocaba, a esas alturas, “era hacer trochas bien anchas, dejando un trillo limpio desde abajo hasta arriba, y dar contracandela, para evitar que el fuego cruce al otro lado y siga avanzando, con el impulso del viento”.
Un día después, “mientras las llamas seguían su rumbo desatado en la dirección de Moa y Yateras”, otros 40 pares de brazos de la Empresa agromilitar Desembarco por Duaba son mandados a apoyar la apertura de trochas cortafuegos y la contracandela, para frenar la propagación de las llamaradas.
Roque Frómeta “sube” el 19 y el desastre lo sorprende en el trayecto. “Desde el techo del camión se veían las deflagraciones en un área grande y el humo”, como una pared doble escalando el cielo.
Allí, los suyos son dos brazos más entre muchos otros. “Nos íbamos temprano, rompiendo monte, y con los matorrales y las ramas secas por la cintura, abriendo caminos por varios kilómetros, y de ahí a hacer trocha, y dar contracandela, con un calor insoportable”.
El sueño llega en las noches por pura necesidad biológica, y los sorprende en las cabinas de los carros, en las casas de campaña o al aire libre en el campamento de Ojito de Agua, “con alguien vigilando siempre, por si las chispas...”
En un día, cuenta, el grupo al que se sumó abrió más de un kilómetro de trocha. El trabajo es siempre duro, con motosierra, con azada, machete. El apoyo también viene en gran formato –helicópteros, buldóceres, camiones cisterna- pero “lo principal fue el hombre, los que fueron porque les tocaba, y los que subieron porque era necesario”.
Los grupos de apoyo suben y bajan con frecuencia, cada dos o tres días se suman varias empresas, la forestal, los trabajadores silvícolas, también Comercio, queLa rápida propagación de las llamas, con la contribución del viento, fue uno de los mayores dolores de cabeza para quienes se enfrentaron al siniestro. aportó el personal que garantiza la alimentación. Los voluntarios rebasan el centenar. Para todos, el trabajo es duro y el descanso escasísimo.
“Yo bajé dos días después, completo como le había prometido a mi mujer y a mi hija, pero agotado como pocas veces”, dice quien ya combatió un incendio grande en el 2017, “aunque nunca como este”.
Las historias de los apagafuegos son variopintas y sus protagonistas -directos o indirectos- de las más diversas profesiones y ocupaciones, según consta en el reportaje de Juventud Rebelde, Donde hubo fuego, historias quedan.
Ese, quizás, es la circunstancia que más lo marca. “El fuego es terrible, devastador..., pero ver a la gente defendiendo cada palmo de bosque reconforta y fue clave para que el 25, lográramos controlarlo por primera vez”.
Aclara que todavía se trabaja. Arden focos en los sitios conocidos como Loma del mulo y la Loma del desayuno, al norte de Riíto. Unos 25 guardabosques hacen la guardia de ceniza, eliminando la combustión que pueda quedar entre raíces y carbones.
“Porque esa es la otra, periodista. Por si no fuera suficiente todo lo que se ha perdido de bosque, de insectos, todo el pájaro desplazado -él mismo los vio irse en bandadas ruidosas-, el tiempo que pasará hasta que se rehabilite..., no cayó ni una gota de agua allá arriba mientras estuve allí, ni una sola”.
“Espero que se apague, y espero no ver algo así nunca más...”
Le pregunto si tuvo miedo y me dice que “sí, y mucho, algunas veces”, como aquel primer día en que, todavía inexperto en términos y vivencias, creyó tener el fuego encima. “Hay una plantica, el tibisí, que se prende y hace un ruido terrible, como si la candela te estuviera corriendo detrás”.
Albis López Ramírez, presidenta del Consejo de Defensa del municipio de Yateras, es una de las pocas mujeres que estuvo cerca de la deflagración que ha arrasado miles de hectáreas en el parque Alejandro de Humboldt.
Una presencia que, me cuentan y ella admite, era una constante. Desde el otro lado de la línea telefónica, la siento relajarse mientras me cuenta la reacción de las personas que la veían en la calle tras días internándose en el monte franqueado por las llamas:
“Me decían que había que ponerme una medalla, porque me quería coger el fuego para mí sola, y que debía cambiarme el nombre por la bombera... No sé si es para tanto, pero al hombre que le dijera, vamos, iba...”
Pregunto por los momentos más difíciles, y dice que no hubo hora tranquila “con la agilidad con que caminaban esas llamas. Lo nunca visto, me dijo en una ocasión el jefe del circuito de Korea -donde se localizan las áreas afectadas por el siniestro- y mira que Mindín lleva años en ese trabajo”.
“En las primeras horas, la gente subió a pernoctar sin imaginarse lo que les esperaba, y cuando se despertaron tenían el fuego casi encima. El tercer día hubo que mover hasta una posta médica que habíamos montado cerca de los guardabosques”, cuenta.
“Cada jornada, los hombres abrían trochas y el fuego las cruzaba, y entonces se ponían a abrir otra, y otra más, así hasta Ojito del Agua. Se pensó en un momento que el arroyo del Yarey contendría aquello, pero esperamos mal”.
Ahora que lo piensa, uno de los peores días fue el octavo. “La candela llegó a cuatro kilómetros de Ojito del Agua, sin creer en trocha ni en río. Y pensé que todo se perdía. Así que di la orden de mudar el campamento a la comunidad de Riíto”.
“Ver a la gente, que estaba limpiando la trocha principal con machetes, azadas, motosierras en el caso de los árboles para evitar los incendios de copa y dar contracandela, subir las lomas en camiones, algunos a pie, y tener que salir en los carros, con el fuego casi detrás, no puedo compararlo con nada”.
Ese día, asegura, “la naturaleza hizo su gracia”: mientras se alejaban en los carros de gran porte -los únicos capaces de adentrarse en esos montes-, “vimos caer un poquito de agua que, por lo menos en ese tramo, apagó la candela. Gracias a eso pudimos regresar a Ojito”.
Lo positivo, valora, “el apoyo del pueblo, porque de noche decidíamos que hacían falta 40 hombres para que subieran en la madrugada, y cuando uno llegaba, ahí estaban: de mi Consejo de Defensa, del Ejército que nos apoyó en todos los frentes, incluido el aire, de las entidades...”
Cuenta, aunque quisiera no contar, y sabe que es inevitable. “Los incendios forestales ocurren, las características de nuestros bosques los complejizan. Sobre la naturaleza no se manda. Lo único que podemos hacer es estar preparados”.
Agua que cae..., casi del cielo
El joven piloto de helicóptero, Rene González Rosales, del grupo de aviación del Ejército Oriental, con sede en Holguín, cuenta más de 15 horas de vuelo, dedicadas mayormente al vertimiento de agua en las áreas más afectadas y menos accesibles del siniestro que afectó a las zonas de Yateras y Moa.
En una década de experiencia, este es el mayor incendio que ha visto el piloto de helicóptero René González Rosales.
Quince horas de llevar el sistema contra incendios Bambi Bucket -una cubeta con capacidad para 2 mil 498 litros-, sumergirlo en una superficie acuática, alzarlo hasta el tope y verterlo sobre las llamaradas que tragan monte en terrenos abruptos, en coordinación con fuerzas terrestres del Ministerio del Interior.
La maniobra en sí es temeraria, requiere maestría. Pero la mayor complicación para este bayamés, de 29 años de edad y una década de experiencia tras los mandos de la nave, “es el terreno donde están las llamas, cañones entre montañas, laderas, donde incide, además, la nubosidad, la poca visibilidad y la altura”.
En la mañana del día más prístino, los bancos de niebla en esas escarpadas pueden ser tan densos que no dan paso, “y eso que, siempre que no se violen los parámetros de seguridad para estas misiones, salimos hasta en las condiciones más difíciles”.
Tiene, nos cuenta, otras historias de fuego, entre sus misiones que cubren todo el territorio oriental, por lo general en la etapa seca, “pero este ha sido el más grande que he combatido, por su magnitud y complejidad...”
Imagínese que trabajamos con dos helicópteros, con varios viajes cada uno, y fue bastante difícil controlarlo, y todavía seguimos echando agua a algunos focos que se reavivaron”.