Felo Rafael Peña Vicente En un poblado del municipio guantanamero de El Salvador, y en la “Carrera de Nísperos”, nombre con que se le conoce a la calle donde nació el combatiente del Ejército Rebelde Braulio Coroneaux, héroe de la Batalla de Guisa, vive otro incansable luchador guantanamero.

 

Un vecino me conduce hasta su casa, la número 220, llama y empuja la puerta cuando la voz de adentro nos invita a pasar. “¿Eh, Felo, estabas recostado? Le pregunta en tono de quien sabe la respuesta: “Nah, andaba echándole comida a los animales”. Es la primera impresión que tengo de él.

Rafael Peña Vicente -que es así como se llama mi entrevistado-, a los 82 años de edad se mantiene fuerte y tiene tantas historias que se necesitarían varios días para escucharlas todas. Son diversas y en varias situaciones, pero el factor común es el haber estado presente, siempre, cuando la Revolución llama.

 

Primeros pasos

 

En 1956, con 17 años de edad, se incorporó a la primera célula del Movimiento revolucionario 26 de Julio en El Salvador, que había surgido hacía pocos meses. Lo que otros consideraron una osadía, para el lozano Rafael era una cuestión natural. “Siempre me inquietó la injusticia, me movieron las ideas de revolución”, asegura.

Junto a dicho grupo se inicia en las actividades clandestinas: vendía bonos, recolectaba armas, quemaba caña y preparaba bombas de cañambú que en algunas ocasiones ellos mismos detonaban.

Cuenta que en una ocasión arribaron a la casa del gallego Manolo, en uno de los recorridos nocturnos que hacían buscando armas entre los locales. “Llegamos, llamamos y cuando atendió le dijimos: somos del 26 de Julio y venimos a recoger el arma que usted tiene aquí. No titubeó y nos dijo: para los plátanos maduros (alusión al color del uniforme de los casquitos) nada; para las aceitunas (verde de los rebeldes), todo lo que quieran aquí… Ese era mi amigo”.

Así transcurrían los días, pero un hecho puede cambiar la vida de muchas personas, y la desaparición de Emiliano Suárez, uno de los líderes del Movimiento, durante el cumplimiento de una misión, anticipó la orden de alzarse en el monte.

Así fue como el 26 de marzo de 1958 llegó hasta la sierra de San José con un grupo de más de 20 combatientes, y más tarde, el 27, se trasladó hacia la zona de El Aguacate, donde Raúl Castro había establecido su Comandancia: y se integró a las filas del Segundo Frente Oriental Frank País.

La acción combativa más importante de ese período, y en la que Felo participó, se consumó bajo el mando de Efigenio Ameijeiras y fue, sin duda, la toma del batey Soledad, donde radicaba el cuartel de la guardia rural en la localidad de El Salvador.

Pero si hablamos de una anécdota peculiar hay que ubicarse en la ciudad de Guantánamo, en el sitio donde se encuentra actualmente el Hospital General Docente Doctor Agostinho Neto, entonces una posta de policías batistianos.

“Hasta allí llegamos en la noche y colocamos un tubo con la bandera del Movimiento 26 de Julio, y debajo pusimos una mina; al día siguiente los guardias se apresuraron a retirarla y explotó, provocando varias bajas y heridos”, rememora.

 

“A los cuatro o cinco días, me dice pícaro, esbozando una sonrisa, pusimos una bandera cubana y esa permaneció hasta que triunfó la Revolución ¡No se atrevieron a quitarla!”.

Fin de la guerra, la lucha revolucionaria no acabó ahí

El primero de enero triunfó la Revolución y dos días más tarde Efigenio Ameijeiras fue designado jefe de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) y tuvo la tarea de organizar ese cuerpo armado.

Integrarlo fue un nuevo llamado, otra misión que Peña Vicente asumió: se trasladó hacia La Habana, y con el grado de sargento fungió como jefe de pelotón en la décima estación de policía.

Con ese cargo se integró, en 1961, a la lucha contra bandidos en El Escambray. “Fue duro, duro. Casi siempre realizábamos las acciones de noche, estuvimos mucho tiempo a la intemperie, arrastrándonos por terrenos complejos, hasta sobre tunas espinosas”.

Ese mismo año Girón llamó, y su batallón marchó hasta Bahía de Cochinos. “Nos destacamos, refiere, pero también sufrimos por lo difícil del combate. Íbamos por una carretera estrecha. De un lado quedaba la ciénaga y del otro el arrecife, y por esas condiciones murieron varios compañeros”.

Quince años más tarde, en enero de 1976, cumplió misión internacionalista en la República Popular de Angola, en la región de Cabinda, en un batallón especial integrado por los combatientes de la lucha contra bandidos. Fueron días complejos, en tierra diferente y lengua extraña, pero que a la luz del recuerdo se quedan cortos con respecto a los rigores de El Escambray.

 

Lo escucho comparar, hablar de batallas, de escaramuzas, de lo que vivió, y el asombro se crece en cada una, aunque sé que le son comunes a muchos de su generación, esa que salvó los ideales del Maestro, la del Fidel que dijo: “Con la Revolución todo…”

Felo las cuenta con naturalidad, casi siempre en plural: “Hicimos, pusimos, luchamos”, a sabiendas de que no hay obra que sea de un hombre solo y que el énfasis es innecesario. Si acaso fueron los tiempos, la necesidad, la injusticia los que lo hicieron crecerse…

Él lo dice fácil: “Yo solo hice lo que sentí necesario en cada momento, lo que había que hacer. No soy un héroe, sino hombre que siempre ha respondido al llamado de la Patria, que es el mayor deber”.

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