El centro de evacuación de la UG acogió a 520 personas, de ellos, cerca de 200 eran niños.
La joven Daniusca Samón Cobas acomoda su mochila y el ventilador en uno de los pasillos de la Universidad de Guantánamo (UG), mientras espera que lleguen los ómnibus que la regresarán a su casa, en la comunidad de La Playa, en San Antonio Del Sur.
“Vivo en un lugar que se inunda, así que ante la amenaza del huracán Melissa estuve entre los primeros que salieron del barrio. Somos conscientes del peligro que corríamos al quedarnos allá, y con la experiencia del huracán Oscar…”, dice mientras pone las manos sobre su cabeza, recordando el daño que ocasionó el evento meteorológico en ese municipio guantanamero.
“Desde que llegué al centro de evacuación el pasado domingo las atenciones han sido muy buenas, la amabilidad de los jóvenes que nos recibieron, se acondicionó la primera planta para las personas con discapacidad y las madres con hijos pequeños, como yo.
“Tanto los profesores como los estudiantes estuvieron pendientes del horario de alimentación de los niños, con la leche o el yogurt, y hasta me han ayudado a atender a Dilan”, dice sonriente y apunta al bebé, de siete meses, que ahora lleva en brazos una de las jóvenes que colaboraron en las atenciones a los evacuados.
A su lado, Lilia Merencio Cautín y Vilma Polo Merencio, otras dos sanantonienses, también agradecen a quienes organizaron la estadía en el centro. Detallan que había juegos de mesa, presentación de grupos de teatro, películas y otros atractivos que hicieron los días de espera menos tensos.
“Evacuarse es difícil, porque sales de tu hogar, con las cosas más esenciales, y con el temor de que cuando regreses puedas ver perdidas tus pertenencias por el ciclón… pero proteger la vida siempre debe ser una prioridad”, asegura Vilma.
“Las personas que permanecen aquí atendiéndonos también están fuera de sus casas, lejos de sus familias, sin embargo, se mantienen trabajando, dándonos ánimos para que no nos preocupemos, esos valores también hay que reconocerlos”, agrega.
Con Mochila al hombro
La mochila, ese equipaje esencial que carga con lo imprescindible, se convirtió en símbolo de solidaridad. No solo era la de Daniusca, esperando el viaje de regreso, sino la de aquellos que voluntariamente cargaron con la responsabilidad de ayudar.

Claudia, a la izquierda, y su hermana, hicieron buena empatía con el pequeño Dilan.
La joven ingeniera industrial, Claudia Melisa Gaquin Handit, coordinadora del proyecto comunitario Con Mochila al Hombro, de la UG, fue una de las que estuvo entre los más de 20 jóvenes que "se mudaron" a la universidad para apoyar al personal de la Casa de Altos Estudios durante los cinco días que duró la atención a los evacuados.
“Aquí hicimos de todo un poco”, confiesa Claudia con una sonrisa que delata el cansancio, pero también la satisfacción. “Colaboramos en la preparación de los alimentos, limpiamos arroz, frijoles, organizamos la entrada al comedor, ayudamos a las personas con discapacidad, entretuvimos a los niños con poesías, cuentos, les llevábamos al dormitorio la leche o el yogurt y, bueno, hasta hicimos de niñera”, enumera, mientras su mirada busca a su hermana entre el gentío.
“En casa todos aceptaron cuando les dije que iba a pasar el ciclón en la universidad, para apoyar a los evacuados. Hasta me dejaron traer a mi hermana, que estudia primer año de Medicina”.
A su lado, la futura doctora asiente, agradecida por la experiencia, y mantiene cargado al pequeño Dilan, quien la abraza como alguien cercano, un lazo instantáneo forjado en la adversidad.
El gesto de estos jóvenes no pasó desapercibido. Fueron la energía constante que mantuvo en marcha la maquinaria del centro de evacuación. Sus mochilas cargaban con sus pertenencias personales, sobre todo, con una dosis extra de empatía y compromiso.
Se convirtieron en las manos extras para empujar una silla de ruedas, en la voz que calmaba a un niño asustado, en los oídos atentos para escuchar las preocupaciones de un anciano. Dormían en las mismas instalaciones, lejos del confort de sus hogares, donando su tiempo con un altruismo que habla de una formación que va más allá de las aulas.
Esta estructura de apoyo, sin embargo, necesitaba de un cimiento sólido. Y ese fue proporcionado por la experiencia y la planificación de la universidad en este tipo de contingencia.

Fernández Reyes: “La UG tiene experiencia como centro de evacuación.
El Doctor en Ciencias Daniel Fernández Reyes, vicerrector de extensión universitaria de la Universidad de Guantánamo, fue el responsable de dirigir el operativo.
“Me ha tocado la responsabilidad de poder atender el Centro de Evacuación de la Universidad de Guantánamo, que tiene que ver con las posibilidades y capacidades que tenemos en nuestra residencia estudiantil”, explica.
“La Universidad tiene tres torres en la residencia estudiantil, que a pesar de que tienen una capacidad para 400 personas, la adecuamos para atender evacuados”.
Fueron 520 personas de San Antonio del Sur las que encontraron refugio entre estos muros, atendidas por el personal indispensable de la UG y por el batallón de 20 estudiantes del proyecto comunitario Mochila al Hombro.
“Una vez que se nos indicó de que íbamos a ser centro de evacuación, preparamos todas las condiciones”, relata el vicerrector.
“Revisamos los colchones, las capacidades de alimentación, garantizamos que los dormitorios tuviesen las condiciones necesarias, agua permanente, también implementos de limpieza para mantener el centro lo más adecuado posible en función de la situación que estamos viviendo. Preparamos en la primera planta dormitorios especiales para personas con discapacidad, mujeres con niños pequeños y embarazadas”.
La logística era fundamental, pero el alma del lugar la pusieron las actividades. No se trataba solo de dar cobijo y comida, sino de brindar consuelo y distracción. “El domingo comenzaron a llegar los primeros evacuados y también otras personas colaboraron acá”, recuerda Fernández Reyes.
“Trabajadores del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación llegaron con juegos de mesa, el sector de Cultura trajo una compañía de títeres, se pusieron películas. O sea, que hubo todo un espacio para garantizar la alegría de todos, especialmente de los niños”.
La sinergia entre la estructura institucional y el voluntariado joven fue perfecta. “Estos estudiantes, entre las funciones que hicieron, era atender a las personas con discapacidad, apoyar en la organización para pasar al comedor, en la limpieza, llevar las estadísticas y poder informar a las personas evacuadas todo lo que acontecía en el centro”, detalla el vicerrector y enfatiza:
“Es un gesto altruista que nuestros estudiantes donen su tiempo, que se separen de su familia, y más que todo, que la familia acepte que puedan contribuir”.
Afortunadamente, el paso del huracán Melissa por Guantánamo no causó los estragos que se temían.
“La población se comportó muy bien, las contradicciones que pudimos tener en el contexto las pudimos resolver, porque ya estábamos preparados; cuando llegó el ciclón, aquí no hubo ningún tipo de problema. Tuvimos daños menores, caída de árboles, pero en la residencia todo transcurrió sin problemas”, afirma con alivio Fernández Reyes.
Y así, con la amenaza disipada, llega la hora del regreso. Daniusca ajusta de nuevo la mochila al hombro, recoge a su bebé y se prepara para subir al ómnibus. Su rostro muestra una mezcla de alivio y gratitud.
Atrás quedan los pasillos de la universidad que se convirtieron en su hogar temporal, las caras amables de los jóvenes “mochileros”, los juegos, las películas y la seguridad de saberse protegida.
Regresa a La Playa, a su casa, con la esperanza de encontrarla intacta y con la certeza de que, en medio de la emergencia, existe una red de personas listas para tender una mano.
La mochila vuelve a cargarse, esta vez con los recuerdos de unos días difíciles, pero también con la calidez de la solidaridad que encontró en su refugio.

Vilma, a la derecha, agradece las atenciones recibidas en la UG.




