Con una mezcla de curiosidad y un toque de incertidumbre, Leonardo Matos Méndez llegó hace más de un año a la comunidad montañosa de Viento Frío, más cerca de Baracoa casi, que de su natal San Antonio del Sur.
El joven apenas había salido de su tierra, pero al graduarse en 2024 debía cumplir el servicio social. ¿El destino? Pues el más distante de su municipio.
“Para ser honestos –dice primero en la entrevista- ni siquiera sabía dónde quedaba ese lugar. Lo primero que hice fue sacar el celular y buscarlo en el mapa, y me quedé mirando la pantalla con los ojos bien abiertos: ¡Ay, mi madre, ¿dónde me mandan?! (exclamé) De hecho, el nombre Viento Frío ya decía mucho, pero nada me preparé y salí al encuentro del poblado.
Al llegar, lo primero que sorprendió al médico fue el cambio de clima. Él venía de San Antonio del Sur, el semidesierto cubano, donde el calor es tan imponente que parece una sauna, y de repente se vio rodeado por un aire fresco, casi helado.
“¡Eso era otro mundo! Y la gente, qué gente más buena –suspira-. A medida que me iban presentando a la comunidad, pude ver la singularidad del lugar, las casas estaban tan dispersas que no se medían por kilómetros, sino por horas de camino a pie. Sí, allí la gente no te dice a 10 kilómetros sino a dos horas de camino, por ejemplo. Y vaya que el tiempo se estiraba en Viento Frío. Había casas que se alcanzan a pie tras una mañana entera de caminata.
Leonardo fue recibido con los brazos abiertos. La gente, aunque un poco reservada al principio, enseguida lo invitó a formar parte de sus actividades cotidianas. De hecho, no pasaron ni 10 días cuando ya lo estaban invitando a una fiesta. El motivo era el cumpleaños de Ramona, una de las ancianas del lugar.
Pero Viento Frío no es solo una comunidad aislada, sino un lugar donde la vida rural tiene su propio ritmo y donde Leonardo tuvo que adaptarse, literalmente, a lo que el campo le ofrecía.
En uno de esos días, la primera faena ajena a su labor fue salir a sacar malanga. “Nunca había visto un malangal”, cuenta riendo el doctor, acostumbrado más a la pesca que es una de las labores principales de los que viven en las costas.
“Me puse mi ropa de bruto (que es como llaman allá a las prendas que usan los que trabajan el campo), y me adentré en el terreno, sin saber muy bien qué me esperaba.
“Cuando intenté arrancar la primera malanga, en un abrir y cerrar de ojos, ¡pum! fui rodando loma abajo, como 20 metros -dice entre risas-. Allá todo es inclinado así que debo decir que rodé muchas veces. Al final, la malanga quedó intacta, pero aprendí un poco más a cómo adaptarme al terreno de Viento Frío.
“Y no solo de malanga supe en ese tiempo. De la comida en Viento Frío también aprendí muchísimo. Yo apenas sabía cocinar y probé una variedad de platos increíble. Eso allá arriba es una reserva de la naturaleza.
“La comida más curiosa fue la biajaca, un tipo de camarón local, que comían en sopas, arroces y guanimos (tipo de tamal hecho con plátano burro). ¡Un arroz con biajaca era lo más sabroso- cuenta entre carcajadas- ¡Y las carnes ahumadas, eran otra sorpresa culinaria! La gente ahumaba la carne para conservarla”.
En Viento Frío, Leonardo conoció de viandas, frutas, vegetales… pero no solo los que él pensaba que existían. “Tienen tantas variedades de ñame, por ejemplo, que se podría escribir un libro sobre ellas”, comenta.
A lo largo de su tiempo en la comunidad, Leonardo se fue metiendo en la vida rural. No solo era el médico del lugar, sino también un aprendiz de agricultor. Supo de la siembra de frijoles, maíz, y sobre todo, de malanga.
Era el médico, pero también parte de la comunidad. El consejero, el amigo, el vecino de todos. A veces los pacientes llegaban con heridas graves y, aunque muchos se resistían a ir al consultorio, Leonardo iba casa por casa. “La gente venía al médico cuando no tenía más remedio porque decían que se sanaban solos, como si fuera lo más normal del mundo”.
Cuando no había medicinas, Leonardo las compraba y las regalaba. “A veces no llegaban antibióticos, pero si alguien lo necesitaba, yo se los daba”, cuenta con una humildad natural en él. La vida en Viento Frío no solo fue una lección sobre medicina, sino también sobre la solidaridad y la importancia de adaptarse a lo que la vida te depara.
Ahora, con la cabeza llena de recuerdos, Leonardo sigue adelante. Está luchando por especializarse, crecer más, como le enseñó Viento Frío.
Decidido a continuar aprendiendo dice con una sonrisa que “ya es hora de sembrar conocimiento también”, y no niega que, tal vez en la siguiente etapa de su vida, vuelva allá, donde los vientos son más frescos, para aprender o enseñar otro poco, no solo sobre medicina, sino también sobre cómo seguir sembrando un mejor futuro.




