1Foto esculturaAsí quedó la esta escultura del Pelú tras el hecho vandálico. Dicen que cuando el Pelú maldijo a Baracoa, sus palabras se quedaron flotando en el aire, como una amenaza eterna. Hoy, en su escultura -erigida en 2018 por Abel Lobaina Arias- solo quedan las marcas de lo que fue arrancado y yace mancillada, resultado de la saña de quienes no comprenden que la historia no se talla en bronce, sino en el alma de su pueblo.

El Pelú llegó al oriente del país a finales del siglo XIX, como un fantasma de dignidad, desafiando el olvido y la miseria. Su historia, tejida con mitos y realidades, se fusionó con la esencia de la ciudad de Baracoa hasta convertirse en patrimonio vivo.

La reciente vandalización de la escultura que lo representa, no es solo un acto de indisciplina social: es una afrenta a la memoria histórica de Baracoa. Destruirla es borrar, con mezquindad, un fragmento esencial de lo que vuelve única a la Ciudad Primada.

No es la primera vez que ocurre. Hace tan solo unos meses, se publicó en la sección Desenfoque, de nuestro medio de comunicación, la necesidad de proteger y reparar esa obra, cuya parte inferior había quedado dañada a manos de quienes extienden, sin control, el desprecio por lo propio.

¿Qué sucede cuando dejamos que lo que nos identifica se convierta en blanco de la ignorancia? Hacerlo, sería el síntoma principal de una enfermedad más profunda: la pérdida de conciencia sobre quiénes somos. Cuando un pueblo permite que su memoria sea mancillada, no solo borra su pasado, sino que renuncia a su futuro.

La cultura no es un adorno, y la identidad no es un lujo; son un espejo donde reconocerse, el cimiento para construir una comunidad. Por ello, Baracoa merece respeto, no sórdidos actos de violencia contra lo que la define. Defender el patrimonio es defender la esencia de quienes habitan este territorio.

Debemos volvernos una sociedad que, pese a todo, sabe proteger su esencia, aunque para eso hace falta más que bronce, para restaurar lo dañado. Hay que educar, sancionar y, sobre todo, hacer entender que no cuidar nuestra memoria nos condena a repetir los errores.

El Pelú maldijo a Baracoa, pero la verdadera maldición no es la que se pronuncia, sino la que se permite al dejar que el olvido y la destrucción ganen la batalla de convertirnos en espectadores pasivos.

Los bandos están más que claros: pero nuestra elección es definitoria: o bien heredamos la historia y la cuidamos o nos volvemos cómplices de su destrucción. La escultura del Pelú puede repararse, pero el día en que se pierda la capacidad de indignarnos por estos actos -y actuar en consecuencia- ya no habrá maldición que valga: nos habremos condenado nosotros mismos.

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