estampaEl sol aún “dormitaba” detrás de los edificios cuando llegué a la panadería, pero ya había una fila de 12 personas. Y en el puesto número 13, ocupando su lugar con dignidad real, una chancleta azul de goma, desgastada por el uso y el polvo de medio Guantánamo. -Ese puesto está ocupado -me advirtió la señora que hacía el número 12, señalando la sandalia como si fuera un documento notariado.

En Cuba, el arte de guardar un puesto en las colas es casi una ciencia nacional. Había visto mochilas, piedras y, en casos extremos, hasta niños pequeños bajo la frase de “Quédate aquí, mi amor, que ya vengo”, pero la chancleta..., la chancleta era diferente. Era un símbolo de confi anza ciega en el honor entre coleros.

Al rato apareció Fefi ta, una mujer pequeña con rizos canosos y un delantal que había visto mejores días. Se paró junto a su chancleta con la solemnidad de un general blandiendo su espada. -Perdón, es que tuve que ir a dejarle el

café a mi mamá, explicó, como si todos lleváramos reloj para medir su ausencia. Nadie protestó. Era su derecho. La chancleta lo había guardado todo en orden.

Entonces llegó Lázaro, un señor mayor con gorra oscura y camisa impecable que ignoró por completo la chancleta y se plantó en su lugar. -Disculpe, ese puesto es mío -dijo Fefa, señalando su sandalia como prueba. -¿Su puesto? -Lázaro se rio-. ¡Si lleva media hora sin estar aquí!

El aire se espesó. Se había violado el Código No Escrito de las Colas Cubanas.

La fila entera se convirtió en un tribunal callejero.-¡Respeten la chancleta! -gritó un viejo con sombrero de yarey. -En mi época, esto no pasaba -rezongó una abuela. -¿Y si hacemos una votación? -sugirió un universitario con ironía. Hasta el panadero asomó la cabeza para ver el espectáculo. Cuando todo parecía ir a peor... la chancleta tomó venganza.

Lázaro, al dar un paso atrás para argumentar, pisó la oportuna sandalia de goma, resbaló y cayó de espaldas -casi encima de un perro que dormitaba cerca. El animal ladró, Lázaro maldijo, y la fila entera estalló en risas. Hasta el panadero soltó una carcajada.-Bueno, bueno -dijo Fefita, recogiendo su arma victoriosa-. Ahora sí, el puesto es mío.

Y así fue. Lázaro se fue murmurando algo sobre “gente sin educación”, pero con la cola entre las piernas (y no hablamos del perro).

Puedes cuestionar la economía, la política o el clima... pero nunca, jamás, el puesto que guarda una chancleta en una cola del pan, decía un testigo, entre risas. Yo caminé de vuelta a casa, pensando en la pertinencia de un zapato, como instrumento legal.

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