4988006135621595009A veces la vida cambia sin previo aviso. Así le sucedió a mi familia, hace poco más de cinco años atrás. Un chequeo médico de rutina a alguien muy cercano —sin síntomas previos, sin señales visibles de alarma— reveló un hallazgo que nadie imaginaba: un tumor en el mediastino, esa región central del pecho donde se encuentran estructuras vitales como el corazón, los pulmones y grandes vasos sanguíneos.

El paciente, hasta entonces aparentemente sano, tuvo que enfrentarse a la noticia de que su tumor ya comprometía la vena cava y parte del pulmón, lo que convertía cualquier intervención en una operación de altísimo riesgo.

El diagnóstico no llegó en cualquier momento. El país vivía los meses más duros de la pandemia de COVID-19. Los hospitales aplicaban estrictas medidas de aislamiento, las visitas eran limitadas y el contacto humano se reducía a miradas y gestos a la distancia.

El primer paso del tratamiento se dio en el Hospital Militar “Dr. Joaquín Castillo Duany” de Santiago de Cuba, donde los especialistas confirmaron la necesidad de una cirugía compleja. Posteriormente, el caso fue remitido al Hospital Militar Central Doctor Carlos Juan Finlay, en La Habana, y desde allí, al Hermanos Ameijeiras, reconocido por su experiencia en procedimientos de alta especialización.

El equipo médico que asumió la operación sabía que se trataba de una carrera contra el tiempo. El tumor debía ser extirpado con precisión milimétrica para evitar daños irreversibles.

La cirugía, que duró varias horas, fue un éxito. El paciente permaneció en recuperación hospitalaria bajo vigilancia constante y, sorprendentemente, apenas 28 días después, estábamos de regreso en Guantánamo.

Contra lo que muchos esperaban, no fue necesaria la quimioterapia ni la radioterapia. Hoy, ha retomado su vida laboral y personal, con la fortaleza que solo dejan las batallas superadas; volviendo a rutinas que, durante aquellos días oscuros, parecían lejanas o imposibles.

Su recuperación, estuvo en el tipo de tumor, la pericia de los médicos, la calidad del sistema de salud, y también en algo que no figura en los protocolos clínicos, pero que los oncólogos y psicólogos reconocen como esencial: la red de apoyo.

La familia, aunque limitada por las medidas de aislamiento, encontró formas de acompañar. Las llamadas diarias, las palabras de aliento, las oraciones, la ayuda logística y hasta los mensajes de amigos que, a cientos de kilómetros, enviaban fuerzas y esperanza, fueron tan importantes como cualquier medicamento.

Cada caso es distinto, y cada batalla contra el cáncer se libra en un terreno único, con sus propios retos. Sin embargo, en las circunstancias más adversas, con diagnósticos que parecen inabordables y escenarios como el de una pandemia mundial, la esperanza es un motor real.

La ciencia avanza, los procedimientos médicos salvan vidas que hace décadas se habrían perdido, pero la fortaleza emocional, el acompañamiento y la fe —sea religiosa o en el propio poder de la vida— continúan siendo aliados imprescindibles.

Compartir la experiencia familiar es una manera tender la mano, aunque sea en forma de palabras, a quienes se enfrentan a un diagnóstico similar. El cáncer no siempre es una sentencia definitiva. Detrás de cada paciente hay un círculo de personas que lucha a su lado, imprescindibles… y aunque la enfermedad pueda poner el mundo de cabeza, la esperanza siempre puede enderezarlo de nuevo.

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