La enriquecedora interacción artistas-espectadores es uno de los principales atributos de la Cruzada.
Cuando se habla del término Cruzada, el pensamiento viaja y se remonta a los años de la Edad Media, donde moros y cristianos emprendían guerras con tal de mantener en sus dominios el territorio denominado Terra Santa, la ciudad de Jerusalén; pero esta Cruzada, de la que contaré, no fue un acto bélico. De hecho, el único conflicto que podía existir era el de las líneas dramatúrgicas de las obras a presentar.
Si nos ponemos a comparar, mucho tienen en común ambas epopeyas: en la primera se luchaba con espadas y armaduras para conquistar ciudades, y en la segunda se lucha con máscaras, retablos y títeres para conquistar corazones de niños y adultos. Más, un acto de amor siempre supera a la violencia, y mucho amor se desbordó durante más de 30 días en las serranías guantanameras.
A Baracoa, me voy
En la madrugada del 28 de enero, el cielo se descubrió más azul. Una energía distinta embriagaba el ambiente de los ciudadanos guantanameros. En el parque José Martí se realizaba la despedida a los cruzados teatrales, que partían por trigésimo quinta vez a su periplo cargado de humanidad y artes escénicas.
Treinta y cuatro días serían la meta propuesta durante este año para hacerles llegar a los pobladores de las comunidades más intrincadas, una muestra del arte realizado en las tablas de nuestra provincia, país y parte del mundo, porque se sumaron en esta travesía agrupaciones de La Habana, Granma, y de lugares como Argentina y el País Vasco.
Luego del acto, todos nos dirigimos al Teatro Guiñol, subimos los equipamientos a los camiones y emprendimos el rumbo hacia el primer municipio a invadir, artísticamente hablando, Manuel Tames, donde el campamento fue la sede del Conjunto Artístico Integral de Montaña, bajo el mando del capitán Leuris Sánchez. Allí nos presentamos en comunidades como Jamaica, Argeo Martínez, Palmar, Ranchería, Santa Catalina…Incluso llegamos a compartir escenario con los cantautores Eduardo Sosa, que se incorporó allí a la Cruzada, y Lidis Lamorú, que se encontraba presente en la provincia. Fue la primera chispa, el primer hilo de todo el entramado que se avecinaría en los próximos días.
Obsequio infantil a Ury, presidente de la Uneac en Guantánamo y uno más entre los artistas.
A Manuel Tames le siguió el municipio de Yateras, famoso por sus microclimas y diversidad biológica. Ahí conocí la historia del pequeño Alex, de nueve años y que vive en Vega del Toro, lugar donde sólo hay tres casas y una escuela, de la cual él es el único estudiante.
Alex, pequeño admirador, recibió un regalo de los actores: un títere bautizó como Tulito.
A pesar de su corta edad, Alex es de una inteligencia emocional bastante aguda. También posee una sensibilidad poco común en los niños de su edad. Era capaz de desenvolverse con total soltura frente a todos y durante la función que le hicieron a él, las lágrimas brotaron de sus ojos cual arroyo que nace entre las montañas. Al preguntarle por qué lloraba, respondió que cada año espera a la Cruzada Teatral como un gran acontecimiento, pues desde que tiene memoria la está viendo presentarse en su escuelita, y que siente tristeza porque sabe que se irá y no volverá hasta el próximo año.
Un lugar que marcó a todos fue el poblado de Dos Pasos, al que para llegar a la comunidad hay que cruzar un puente colgante de más de 30 metros de largo y 10 metros de altura, con el río por debajo. La vista del paisaje compensaba toda muestra del peligro. Había en el ambiente una mezcla de ruralidad, canto de pájaros, el fluir de las aguas del río, el silbido del viento en las hojas de los árboles, que te hacían desinhibirte de toda muestra de realidad. Sin dudas un paraíso.
El camino a San Antonio estuvo matizado por mucha vegetación y cruces de ríos. Cada vez que había que dar funciones en las escuelas o alguna comunidad, nos deteníamos y todos comenzaban a cantar “A Baracoa me voy, aunque no haya carretera. Aunque no haya carretera, a Baracoa me voy…”. Ese era nuestro saludo para cada lugar al que llegábamos, y el público nos seguía.
El Pan de Azúcar, relieve insigne del municipio San Antonio del Sur, parecía un vigía que nos saludaba desde la distancia. Cuando llegamos a su base, le resultó tan imponente a los foráneos que de tan sólo mirarlo hacia arriba les provocó vértigo a algunos. Visitamos los lugares afectados por el reciente huracán Oscar y entregamos donaciones realizadas por los mismos cruzados provenientes de La Habana.
A Imías llegamos y el campamento fue en la base de campismo de Yacabo Abajo, lugar donde estuvimos por más de tres días con el mar y el río, prácticamente, a nuestros pies. Realizamos funciones en localidades como Río del Medio, Imías y Yacabo Arriba, donde el terreno es difícil y el viaje en camión dura tres horas y media, en dependencia de si llueve o no, pero ese día el camino estaba seco.
Los jóvenes instructores de arte, bajo la dirección de la maestra Ena Márquez, se presentaron en las localidades y también realizaron captaciones a los más pequeños para entrar en la Escuela de Arte. Fueron días de intenso laborar y descubrimiento de jóvenes promesas para el arte guantanamero.
Boca de Jauco fue el primer lugar que visitamos del territorio de Maisí, un pueblo costero que preserva admirables tradiciones alimenticias. Allí acampamos en la escuela del poblado y los vecinos de las casas del frente eran los que nos cocinaban la comida, proveían de agua y prestaban los espacios para cargar los teléfonos celulares.
Los Gallegos, Río Seco y Los Jagüeyes del Jauco fueron algunas de las comunidades a las que llegaron los cruzados teatrales, casi siempre con dificultad debido a lo escabroso del camino y la altura del territorio. Hubo momentos en los que llegamos a estar a más de 500 metros por encima del nivel del mar y los pobladores decían que podíamos tocar las nubes, que a eso se debía la neblina, casi siempre presente.
En nuestro paso por La Tinta, llegamos a conectar tan bien con los locales que nos invitaron a un juego de pelota, al que fuimos prácticamente a servir de entretenimiento porque ni siquiera competencia podíamos serle a un lugar en el que se juega y entrena a diario, y que es fuerte cantera del equipo provincial.
En La Máquina, los más veteranos realizaron talleres de instrucción a los estudiantes de las escuelas presentes: Escuela Nacional de Títeres de La Habana y la Escuela Profesional de Arte Manuel Muñoz Cedeño, de Granma. Un espacio de crecimiento profesional para las nuevas generaciones de actores titiriteros y que, al decir de Emilio Vizcaíno Ávila, director de la Cruzada, ellos son los próximos que llevarán las riendas de esta epopeya en tierra y monte adentro.
Finalmente, Baracoa, la Villa Primada que nos recibió en Yumurí y otorgó el deleite de su gastronomía y paisajes paradisíacos. Recuerdo la cara de los cruzados de otras provincias al probar un turrón de almendra o un cucurucho de coco. Era emotivo verlos degustar estos manjares oriundos de aquí y, nosotros, orgullosos y presumiendo poseer los títulos de locales.
Inolvidables serán las imágenes de los caminos a Quiviján, Cayo Güin, Mandinga, Mosquitero, Palma Clara… así como nunca olvidaré el rostro de María Esther, la señora de más de 70 años que me libró de unas fiebres con una infusión de hierbas que nunca aprendí su nombre.
La ciudad de Baracoa recibió a la Cruzada en su paseo peatonal, en el centro de la urbe. Allí se realizó un encuentro de mujeres creadoras, con la presencia de las féminas baracoenses y el historiador de la ciudad, Alejandro Hartman; y en la tarde, la Feria Teatral que le dio conclusión al periplo de más de 30 días.
Al regreso a Guantánamo, todos teníamos sentimientos encontrados, como si no quisiéramos irnos de Baracoa; es como si un lazo espiritual nos amarrara, llenándonos además de emociones por las personas que nos acompañaron en esta gesta heroica, artística, humana.
Los sentimientos más profundos afloraron ante la sonrisa de esa pequeña que recitó a Martí ante nosotros, en la voz de un joven declamador, en el canto de las escuelas cuando llegábamos para actuar, en el llanto de un niño asustado por el maquillaje de los payasos…
Eduardo Sosa, presentaciones inolvidables. A él estará dedicada la 36 edición de la Cruzada.Al regresar a Guantánamo fuimos recibidos por los dirigentes culturales de la provincia y demás público que siguió nuestra travesía. Hubo reconocimientos, aplausos, la entrega del “caballito”, símbolo de la Cruzada y las palabras terminales de Emilio Vizcaíno, que no olvidó la presencia de Nagüito, el trovador Eduardo Sosa, quien vivirá en el recuerdo eterno de los cruzados y a quien se dedicará la 36 edición de la gran travesía cultural.
Fueron días de entrega en los que casi no había lugar para el descanso, pero se lograron los objetivos: llevar el arte a las comunidades recónditas de nuestro territorio, donde el arte pocas veces se asoma, pero la sensibilidad abunda y crece como un río ante tormenta. Ellos son el río. Nosotros, los cruzados, la tormenta de colores que hizo desbordarse y enternecer todo vestigio de humanidad a nuestro paso.