Cuando se hable de solidaridad, resiliencia, sacrificio y resistencia, sin duda, habrá que citar y hacerle cientos de monumentos a mi pueblo cubano.
Basta ver las imágenes de los últimos días, en las que, como si fuera poco hacer frente al criminal bloqueo, campañas mediáticas, arbovirosis; el oriente del país ha tenido que hacer frente a “un demonio” con nombre de mujer: Melissa.
Se aprecian fotos de cargadas de la fuerza increíble que nace de la solidaridad de nuestra gente, gráficas que estremecen y conmueven: tantas personas que tendieron sus manos antes, durante y después del paso del meteoro.
Recuerdo a la vecina que, en su casa pequeña y confortable, dio refugio a tres familias diferentes. A otra que, desafiando los vientos del amanecer del 29, ofreció café caliente con el olor y sabor a carbón húmedo. A la caldosa colectiva que en no pocos barrios se montó para quienes no podían cocinar o no tenían qué comer.
Tengo en mente a la colega que tan pronto tuvo un momento de corriente y conexión publicó en su perfil de Facebook: "Tengo corriente, venga todo el que quiera a mi casa a cargar el celular" o la emisora provincial que desde el primer momento sacó por su puerta de entrada un poquito de energía eléctrica para todo el que necesitaba "alimentar" teléfono, lámpara, ventilador... tal como lo hicieron otras instituciones estatales.
Pienso en los rescatistas, combatientes de las FAR y del Minint, de la Cruz Roja salvando la vida de personas en situación de inundaciones o en lugares de difícil acceso.
En los lineros de la Eléctrica y Etecsa que dejan atrás a familias y salen desafiando el tiempo sin horarios de regreso. En aquellos que comparten lo mucho o lo poco con quienes lo han perdido todo.
Pensaba en todo eso cuando la expresión de una señora me hizo mirar hacia otra realidad: "El cubano es malo con el propio cubano", dijo mientras cargaba en su mirada rabia, ira, soberbia y hasta dolor.
¿Sabes lo que es un saco de carbón costar 2 mil pesos en momentos como los que vivimos hoy?, y señalaba hacia el sitio donde se expendía el demandado combustible de turno, en una casa particular. Allí la tarde anterior almacenaban el producto y los necesitados ya hacían cola con caras de tanta necesidad como resignación. ¿A qué precio?, pregunté, entonces, y alguien con rictus amargo contestó 2 mil 500 CUP, y por esas ironías que pasan, hasta aceptaban transferencias.
Al bochornoso episodio del carbón se sumaban la denuncia de individuos que intentaban robar las tejas levantadas en el baño de la Escuela Caridad Pérez Pérez, en la comunidad de Isleta, o la de otros oportunistas que habían “desnudado” la cubierta de la sala y portal de la vivienda de una vecina mientras ella se refugiaba en el único cuarto de placa de su casa.
Los sinvergüenzas no se inhiben ni en condiciones de angustia. En Isleta apareció un pregonero con planta eléctrica y todo: “¡Vengan, vengan a cargar su teléfono, entrando con 100 pesitos, y un panadero ambulante con “pan de bola”, muy parecido al que cuesta 75 centavos en la canasta básica, y que comercializaba a 35 pesos, es decir, 46,6 veces más caro.
Por suerte, son más las acciones positivas y solidarias que en tiempos difíciles aparecen por doquier, pero ojo con estas últimas, de seguir ganando terreno y no encontrar el freno oportuno de todos los que debemos actuar, puede echar por tierra la buena voluntad y nobles empeños de quienes apostamos por el valor de la unidad.
Como diría Silvio Rodríguez “en mi sabana blanca vertieron hollín”, pero me quedo con la mirada de aquel niño que con mochila a rastro donó sus juguetes en su escuela devenida centro de evacuación. Con el joven descamisado que le entró a la maleza para rescatar a un anciano; con la dirigente política que en sus brazos trasladó a un bebé; con quienes sin recursos ni medios le caen a los bultos de basura para devolver una ciudad lo más limpia posible.
Me quedo con todo aquellas buenas acciones que, a pesar de la dureza de los tiempos, impiden se pierda la ternura de los corazones.




